Voy
tras tus pasos perdidos en los intersticios del silencio.
Sólo me guía el afán de encontrar
esas huellas imprecisas,
escarbando la tierra que aún respira tu presencia.
Buscó con delirio la señal de tu
cercanía en el horizonte
y me detengo sobre la senda sombría
de mi pena
ensimismada en la tibieza de tu
piel en rebeldía.
Sé que es tarde para encender la
flama de la esperanza,
las nubes llorosas se deslizan oblicuas en mi cara
quieren consolar, darme el beso del
olvido,
indicar otro rumbo a mis agotados pasos.
Céfiro me empuja, murmura palabras secretas,
que se agolpan en mis sentimientos
y deja caer su mensaje contristado
sobres mis atormentadas noches de
insomnio perenne,
con sus manos aladas envuelve mis
lamentos
y los desparrama a los cuatro
confines.
Y yo,
y yo abro mis brazos en vestigio de
abarcar el universo,
lanzo mi voz como un rugido
infalible, que se pierde en el espacio,
se va siguiendo la brisa fugaz de tu partida.
Soy
pájaro sin rumbo, no hay lugar para migrar mi destino,
campana que replica su infinita
soledad
en busca de tu aliento que vaga otras dimensiones.
¿Qué más puedo lanzar en un llamado
a lo imposible
vuelta irremediable a la
temible realidad que me acongoja?
Galopa mi soledad por un camino en
ruinas,
flores marchitas saludan mi
pedregoso paso
y no hay más que un sollozo
iracundo,
salido desde el fondo mismo de mi
ilusorio cansancio.
No más apoyo de un destrozado sueño
que se queda pendiente en el borde
de la nada.
Mi voz se pierde tras un trueno inquisitivo
que anuncia un ocre final al ocaso
del día.
Es tarde, el crepúsculo deja sobre
el horizonte
la sangre del minotauro derramada
en un rojo pañuelo de despedida.