martes, 14 de mayo de 2019

OJOS AZULES





La mirada de mi madre
se ha perdido en el espacio,
no sabe dónde anclaron
sus torrentes azulados.
Caracolas tornasoles, van a tientas
acariciando el camino.

Ojos que se apagan, se marchitan,
ya no ven la luz del amanecer,
confunden las tinieblas y la noche
y es un caminar sin la flama encendida.

Ojos azules de mi madre
se adormecen en un lago celeste
que se sume en el olvido.
Y sólo se divisa en el cristal profundo
 el rostro querido de mi padre,
 quien habita ese remanso.

Los ojos azules de mi madre
tiene el color de la melancolía y el olvido,
se apagan cuando aún queda primavera,
y no es que se haya ido, no, ella sigue
tanteando las penumbras pidiendo más luz,
camina y pregunta, ¿quién eres?,
“enciende el foco que no veo”, exige.

Ojos azules se han quedado quietos,
no distinguen la noche del alba,
ni los años, ni los días de la semana.
Vive en un mundo propio la mayoría de las veces
y pregunta por su madre, si vendrá a visitarla,
ella desconoce que hace años ha partido.

Los ojos azules que conquistaron a mi padre
se están apagando minuto a minuto,
 a sus 91 años ella sueña y recuerda
momentos breves, cuando eran novios.

Mi madre mira sin mirar con su mirada celeste,
pero sólo consigue
desaparecer del presente, 
entre las sombras del pasado.



miércoles, 1 de mayo de 2019

UNA CIUDAD ABANDONADA DE TODO




Las sombras salieron de sus escondrijos. Mucho tiempo esperaron el sonido único de unas pisadas. Era un obstinado silencio que se interrumpía por momentos, con ese monótono ruido quebrado brevemente por los insectos de la noche.
Los pasos se alejaron perdidos en algún callejón indeseable, oliendo tal vez por décadas los orines de los borrachos. El abandono es el rey de la desmoronada ciudad, piedra tras piedra salen al camino como pidiendo clemencia. El tiempo se anidó en el alero de una casa moribunda. El reloj universal marcó los minutos, espolvoreando el calendario con su aliento reseco, mientras la oscuridad susurró en los rincones en busca de una guarida.
Después del bombardeo vino el desalojo, ya nada quedó en pie, era imposible vivir en ese desorden, por el olor nauseabundo de los cadáveres semi- enterrados bajo los escombros.
La ciudad yace inerte, adolorida por tanto tormento, llanto y grito, se quedó en trance. Increíble  pensar que otros fueron los tiempos de su auge, cuando el bullicio  no daba espacio al silencio. Ahora recorre las solitarias calles de Aleppo un dolor que rompe el alma, es un sufrimiento impregnado a la tierra, a las fallecientes paredes, a los techos caídos, a las ventanas colgando de un hilo, a los muertos que ya se los tragó la noche más oscura que haya habido.
La luz aúlla en algún escondrijo, lo que parecía una llamada entre los edificios derruidos, pero las sombras curiosas la ocultan tenuemente sin saber  en dónde realmente se esconde.
Aleppo, la ciudad abandonada a su  maldita suerte, ya no clama, no alza la voz en un angustioso sonido, se deja acariciar por el polvo antiguo que la lengua del viento agita sin dejar nada que cubrir, nada que describa el minuto  de la destrucción, de la masacre, ni el rostro de los asesinos.