viernes, 15 de noviembre de 2019

EL CUENTO DE LA VENTANA


Siempre he estado en el mismo lugar, los días y las noches pasan abriendo sus alas y me saludan llenando los cristales de  nostalgias.
Poseo  múltiples recuerdos estampados en la nariz del tiempo, que han quedado escritos con sus halos transparentes. Añoro los labios de la amada besando los contornos  de un adiós, las manitas  del niño dibujando gaviotas pasajeras, los ojos del anciano esperando la visita que se demora en la esquina de la indolencia.
Todo me cubre con su gélido paso, las memorias yacen como un libro abierto, recordándome que soy parte del tiempo pretérito y que aún continúo deshojándome de angustia, añorando algo que desconozco. Entonces dejo que la brisa abra los postigos y deje entrar un tiempo nuevo, tal vez cambie mi destino.
Hace múltiples lunas que,  tenía una amiga, una niña pálida y quejumbrosa, que me contaba sus desdichas y sus pocas  alegrías. Esta niña estaba muy enferma, una tos malvada la consumía. Una vez estando cerca, abrió mis cristales para respirar el buen día. Y le agradó la brisa que besaba sus mejillas, y el aroma del campo en primavera. Pero eso le agravó su dolencia y quedó postrada en la cama. Desde allí me hablaba, pidiéndome que le contara lo que yo veía. Tuve que hacer un esfuerzo para narrar una fantasía. Era un secreto entre  su alma y la mía. Desde mi sitio le  contaba sobre el paisaje cambiando las estaciones a mi antojo, no quería ser monótona sobre la misma imagen, aumentaba las flores,  el río,  el bosque, los pájaros viajeros que se detenían a cantarnos  sus melodías.
Ella no se quejaba, por el contrario, me estimulaba a que siempre hubiera algo nuevo en mis narraciones y eso me encantaba, pues soñábamos que recorríamos parajes nunca visitados, y mis incursiones iban más lejos del horizonte, aunque de veras las dos estábamos en  similares circunstancias, ella  postrada en la cama y yo clavada a la pared.
Un día gris de otoño,  cuando los árboles se desnudaban a la luz de la luna y los pajarillos alistaban sus valijas para emprender un viaje a otros lugares más tibios, ese mismo día Grisella me pidió un nuevo cuento. Algo diferente de los cuentos tradicionales. Yo suspiré pensando, mientras mis cristales se humedecían y observé cómo los leñadores se preparaban para derrumbar a un viejo y frondoso árbol. Eso me dio mucha pena, Grisella interrumpió mi dolencia y preguntó ¿qué pasaba afuera?, para no ser cruel con la niña le dije que un hermoso árbol se iba a trasladar de lugar en el bosque.
¿Cómo?,  ella preguntó ¿si los árboles no tienen pies? Ah, susurré, los sueños siempre son realidades que no queremos aceptar. Este árbol acaba de sacar sus pies de la tierra y ahora está escogiendo un lugar en donde situarse. Tal vez más cerca del estero, y tendrá mucha  agua para seguir creciendo. Qué lindo, respondió la niña, yo tengo piernas y pies y no puedo caminar, luego se lamentó. Pues los pies del corazón  te pueden llevar muy lejos, solo debes desearlo y cerrar tus ojos, le modulé con cariño. Entonces  cerraré mis ojos y tú me cuentas ese cuento fabuloso, mientras mis pies caminan por tus palabras. ¡Muy bien dicho! Vamos saliendo, hemos cruzado el espacio y estamos en el exterior admirando ese hermoso árbol que acomoda los nidos y los insectos antes de emprender su viaje.
Además debo decirte que  es de noche, pues es mejor para el traslado, que nadie nos vea, tú y yo vamos tomadas de la mano, por cierto que la luna ha asomado su redonda cara y alumbra nuestros pasos. Sí,  agrega la niña, puedo ver la luna tal como la describes, es muy hermosa y puedo ver las piedritas del camino por donde iremos. ¿Acompañaremos al árbol? Claro, pienso que será una buena aventura. Si pones oído podrás escuchar las conversaciones del bosque. Todos están muy curiosos de  saber a dónde se dirige uno de sus hermanos mayores. Los otros entrelazan sus raíces y  comentan que cerca del arroyo hay un buen lugar que está libre. El árbol responde que  para allá va, porque estará más cerca del agua.
Entonces él comienza su marcha y nosotros lo seguimos, está tan contento de vernos que nos ofrece una rama para que no caminemos. Y Tú le respondes que con mucho gusto, y nos encaramamos sobre un brazo cerca de un nido. Vamos, disfrutando de la altura y observando a los animalitos que transitan el bosque. Las liebres asoman sus largos cuellos y  lentamente se alejan de sus madrigueras. Lo mismo hacen los conejos que de noche ven  mejor que  de día con sus ojillos rojos luminosos.
 A lo lejos se escucha a los  lobos prepararse para la caza, dejando a sus pequeños a cargo de un lobo más viejo. La luna nos sigue a través  del bosque, saltando las sombras de los follajes nos mira con curiosidad. Qué bello, suspira la niña,  ¿cuánto más falta para llegar  al río?, pregunta y luego lanza un pequeño bostezo. Ya poco, contesto imitando su bostezo. Te puedo contar que se escucha un murmullo muy especial, es como si las hojas estuvieran conversando. Una nube negra de lluvia se desliza por sobre el bosque y nos deja sumidos en la oscuridad. El árbol nos dice que no temamos, ya vendrán algunos amigos, y de pronto se llena el bosque de pequeñas lamparitas. ¿Qué es eso?, exclama entusiasmada. Pues nada menos que luciérnagas, miles de ellas se posan  en los árboles y arbustos del camino. Oh, qué bello, es increíble, la noche se ha iluminado y  puedo distinguir a algunos animales que nos salen a observar.
Muy bien, ya hemos llegado anuncia el árbol, ¿ven ese sitio abierto cerca la orilla del río?,  es mi espacio, mi nuevo hogar, desde aquí podrá escuchar el  sonido del agua con su cristalina canción, también escucharé  el viento precipitarse sobre los guijarros  sonoros, todo será más divertido.
Una vez que el árbol se ha posesionado de su terreno, sacude alegremente sus ramas y nos deja caer sobre la mullida alfombra de hojas.
Amiga, hemos llegado, le anuncio, pero  la niña se ha dormido y cierro mis cortinas complacida.
Grisella, una noche en que le contaba una historia, se quedó dormida para siempre, pero antes me hizo prometer que la llevara en un sueño a  dormir bajo el árbol junto al río. Ya lo hice, me siento contenta y triste en mi  soledad absoluta, ella y los recuerdos yacen dormidos bajo esa alfombra verde, iluminada por las luciérnagas del bosque.

viernes, 1 de noviembre de 2019

NUNCA HABLAMOS DEL SILENCIO





H
emos caminado juntos los atardeceres, las adversidades,
vislumbrado el aura de un nuevo día,
cruzado umbrales llenos de primavera.
Y hemos compartido el pan, la sal, el calor de nuestros abrazos,
largos inviernos de gélidos rostros, el lugar del sueño y del descanso.

Pero nunca hablamos del silencio, de la separación permanente.
Nunca mencionamos siquiera el dolor, la triste realidad
de andar la vida acariciando sueños imposibles,
sin convencernos de que todo
en un momento se acaba.

 En nuestro lenguaje de amor no existían tales palabras,
nos sentíamos indestructibles estando tan juntos,
siendo dueños del universo,
eso creíamos, y ahora, cuando faltas, cuando no llegas
y te alejas más allá de las tinieblas, no tienes  justificación,
sólo una terrible soledad, una mudez en tus labios que acongoja.

Ahora, cuando abandonas tu lugar en la cama,
y sólo la silente oscuridad rodea mi cuerpo,
y dejas mi mano extendida en busca de tu amparo, te pregunto,
¿por qué nunca hablamos de este infinito silencio?
¿De esta angustia que lacera el entendimiento?
Nunca mencionaste que te irías primero,
 repentinamente, en medio del camino.
¿Cómo puedes alejarte así, sin palabras?
¿Cómo te atreves a morir, si eras eterno?

¿Por qué nunca hablamos del silencio, del dolor, de la ausencia?
¿Por qué nunca compartimos eso?
¿Por qué yaces indolente a mi llamado, displicente a mis ruegos?
¿Cómo pudiste dejarme sola, con tanta tristeza?
Y ¿cómo podré seguir sin ti, huérfana de tu mano,
sin la esperanza del retorno?