domingo, 15 de noviembre de 2015

SUMIDA



El silencio la rodeó toda la vida, era indiferente al que le dirigía la palabra, ellas revotaban en sus oídos, pero  ni un solo músculo de su cara las atendía. Se conformaba con mirar  la ventana y soñar que abría sus alas y enfilaba más allá de las nubes. Era gracioso, después retornaba cansada de tanto sumergirse en esas esponjas blancas parecidas al merengue que su madre  batía para los pasteles. Otras veces, salía al jardín y se  escondía entre los árboles y arbustos y trataba de imitar algo que en su cabeza se parecía al canto de los pájaros. Podía estar horas allí, hasta que alguien la despertaba de su embeleso.
No tenia apuro ni menos noción del tiempo, solo tenía su propio mundo, un mundo único y placentero, donde cada día salía a revolotear convertida en una libélula. Un poema que se deslizaba por sus mejillas sin emitir ruido.
La tempestad, el viento y la lluvia pasaban por su lado y ella se sumía en su vaivén como si fuera parte de ellos, levantaba sus brazos y danzaba en el gris y azul del cielo.
Ella era así, sin edad, sin tiempo que la limitara, un gorrión sin voz, imaginándose  algo más que la  distanciaba del mundanal ruido, sumida en
el rincón inverosímil del silencio.



domingo, 1 de noviembre de 2015

AMOR VEDADO



Dormidos entre  pliegues  silentes
ocupando espacios prohibidos,
sin tocarnos, nos cobijamos
bajo la luz de la imaginación.
Eludimos las reglas,
las paredes insinuosas, atrevidas,
anuncios de presagios peligrosos.
Apenas pronuncias mi nombre
bajo sábanas clandestinas,
máscaras  que esconden  vergüenza
ocultas en la piel de la noche.

Amor vedado,
hiere  la paz, sangra las horas y la espera,
se disuelve en la voz de los recuerdos
por veredas crepusculares y soles a punto de extinguirse.
Un enjambre  de palabras melosas
nos asedia y enciende flamas tormentosas,
se pierden tras desconfiadas cortinas.

Hay un aroma fugitivo sobre la tarde candente,
deja mensajes disimulados a través del deseo.
No hay escondite seguro,
umbral que  nos proteja,
cobija  aventurera que nos haga invisibles.
Mas la flama encendida en nuestros ojos nos delata,
nos desnuda al más leve roce,
el aletear de un beso  titila en el aire y se hace fuego.
Todo eso nos hace clandestinos,
nos aísla y nos crecen alas que nos llevan
a lugares insospechados de nebulosas apariencias,
en donde todo es secreto,
concupiscencia,
erotismo,
un encuentro dimensional
proyectado más allá del sueño, escondidos entre los brazos
amorosos  del delirio.