martes, 15 de octubre de 2019

EL HOMBRE BÚHO




Dicen que vive entre las tumbas del viejo panteón y sale de su escondrijo cuando siente voces de niños aproximándose a su lugar, entonces sale curioso tal vez a jugar, pero su aspecto era tan siniestro que los niños huyen despavoridos al verlo acercarse. Algunos aseguran haberlo visto, otros repiten que solo es un mito, lo cierto es que muchas personas  todavía hoy tienen encuentros terroríficos con ese extraño ser. A propósito, hay personas que  dicen que  tiene una confusión con el hombre polilla, que posiblemente sea el causante  de los encuentros, pero entre uno y el otro hay muchas similitudes.
Las madres de los pueblos cercanos asustaban a los niños con el hombre búho que vendría por la noche a buscarlos, y así se comportaban obedientes para no ser presa de aquel monstruoso ser. Los niños lo imaginan con grandes ojos, de aspecto siniestro, de mirada puntiaguda, a punto de clavar su pico por miedo o por defenderse, pero no infundía confianza. Todos  comentan que  asalta con su  figura descomunal a los que se aventuran a penetrar el bosque que es su hábitat. Podría ser de día o al atardecer, emite un chillido escalofriante  antes de aparecer y por supuesto los niños corren apresurados antes de  verlo. Lo cierto es que ahora muchos aldeanos  no se atreven a cruzar el bosque solos y por supuesto de día, caminan  sintiendo la penetrante mirada del hombre búho que vigila sus pasos,  a pesar de que los búhos duermen de día,  los hombres no confían, sobre todo, si sienten  algún ruido peculiar en el bosque o los alrededores o si un chillido les paraliza momentáneamente las piernas.
Muchos  dicen que  el hombre búho duerme  en el  entretecho del monasterio, es el lugar en donde casualmente lo han visto  merodear, tal vez en busca de alimento. Claro que al atardecer  es  su rutina.
Un día se me ocurrió dar una vuelta por el cementerio y comencé,  como entretención, fui leyendo las  lápidas de  algunas tumbas,  es muy interesante lo que dicen en sus maderas antiguas y  muchas están en el suelo cubiertas de hierba. Eran como las  seis de la tarde, mi padre me contó que  no existía  tal hombre búho, que era un método que usaban los padres para asustar a sus hijos desobedientes.
Por lo tanto solo tenía curiosidad a mis  doce años.  Mi familia se había  cambiado a ese pueblo hacia exactamente dos meses y era la primera vez que salí de casa en busca de algún niño para jugar, pero no encontré a ninguno y  los pasos me llevaron al viejo monasterio. Recuerdo que iba  mordisqueando mi  emparedado, cuando sentí un leve ruido de algo que se deslizaba por entre las tumbas, luego un seseo. Me quedé quieto, no tenía  miedo y observé cómo se movían la hierba a unos dos metros de mí. Pasaron unos segundos que se hicieron eternos. Supuse que había sido un pájaro en busca de su nido, cuando lo vi,  primero pensé que era un espantapájaros que no había visto antes, me sorprendió, pues sus enormes ojos me miraban fijamente sin  avanzar ni un paso. Luego  vi su rostro, creí que algún niño  usaba una máscara para asustarme y le hablé, oye niño, tú no me asustas con ese disfraz, ven, vamos a jugar mejor. Sin embargo, no se movió ni se sacó  la máscara, solo me miraba curioso también. Niño, ¿cómo te llamas?, pregunté. Él no respondió sino que hizo como un  pequeño gruñido. Guau,  ¿no puedes hablar? Volví a mirar sus ojos y parecía que lloraba, niño, ¿qué te pasa, tienes hambre?, entonces avanzó hacia mí sin que pudiera reaccionar y salir corriendo, lo mejor que hice fue ofrecerle mi  pan. Y muy rápido lo alcanzó con una mano emplumada. Oh, ¿eres el hombre Búho?, le  pregunté. Él  devoró el emparedado, y luego  eructó. ¡Guácala!, exclamé, parece que te gustó. Me miró como si sonriera y  repitió ¡Guá-ca-la! Ah, jajaja, ¡puedes hablar!, qué bueno, podemos ser amigos. El contestó, a-mi-go, e hizo un ruido como si riera, a-mi-go. De pronto,  vi que de su espalda se abrieron unas alas y  salió volando hasta perderse en el bosque.
Volví a casa y le conté a mamá de este peculiar encuentro, ella sonrió y me aconsejó que no contara esos cuentos de miedo a mis hermanos. y no le dio importancia a mi relato.  Decidí no decir nada ya que mis padres  comentan que soy muy bueno para inventar historias, y desde ese día voy en los anocheceres  a ver a mi amigo,  el hombre búho y le llevo alguna golosina que espera con ansias y luego se aleja volando hasta perderse en el ramaje.

martes, 1 de octubre de 2019

CONTIGO LA VIDA SE HACE FÁCIL





La lluvia cae con su halo de besos húmedos,
resbalan por mis mejillas y me hacen reír,
hasta que alguien me despierta,
y pregunta con voz de flauta
¿por qué esa risa estridente escapa sin tregua
y corre por toda la casa arrastrando las alpargatas nuevas de la abuela
y se despiertan sorprendidos, grillos desarmados de sus instrumentos?
Mientras,
Tú me miras tiernamente y tocas mis cabellos
y dices en  susurro, mi  hermosa  loquita está contenta.
La casa tiembla con el ventarrón,
me acurruco cerca de tu pecho
cuando un recuerdo me atraviesa cual relámpago.

Por la ventana  se ven volar las hojas de los árboles
como una despedida inmediata
y la abuela trajina bajo el alero de la cocina,
conversando consigo misma algo que se le olvida.
Trato de no pensar.
Yo te miro, hay tanto amor en tus ojos
que veo florecer enredaderas de pensamientos
por toda  la habitación y me calmo.

Yo  te miro,  cuando me acaricias con tanta ternura,
tengo ganas de llorar, es un sentimiento que invade
como la lluvia los ventanales de la casa
y los recuerdos se agolpan en mis ojos.
La abuela sigue en su ajetreo, no da tregua,
 no sabe dónde dejó esa cosa,
hurga en los estantes, abre las puertas,
murmura dejando palabras adosadas a las murallas,
y se va a lo largo del pasillo.
Entonces tú sonríes, dices amor, se acabó la siesta,
y yo modosa como una gata dormilona, maúllo
abrazada a tu pecho: ¿ya es  hora?

Vamos, amor, alguien trajina las ollas,
parece que la abuela no se ha ido del todo,
todavía no cruza el horizonte,  algo se le ha perdido.
Amor, no es nada, es solo un sueño, el ruido
del pasado que no quiere irse.
Tú sonríes, y te levantas, vamos, invitas,
vamos que hay que despedir a la abuela,
acompañarla en su último destino.

Todo en la casa se aquieta,  vuelve el silencio
a ocupar su espacio.
Te miro, deslumbrada, tienes tanta paz en la voz
y te digo, amor, contigo la vida se hace fácil,
las penas  se hacen livianas,
las pérdidas toman su camino de espuma
y se marchan por el hueco del olvido.

La abuela puede continuar su estancia,
su halo sigue habitando la cocina,
y ella siempre, será bienvenida.