miércoles, 15 de agosto de 2012

NIÉGOME


Niégome
a la noche solitaria,
al abrazo gélido,
a la muerte
que oscila en un péndulo,
incursiona,
intimida,
pasa rozando el dorso de mi espalda,
la tez de mis sueños
con sus alas tenebrosas,
amedrentando todo desafío.

Niégome
a la soledad inaudita del adiós,
al silencio penetrante
que envuelve sus palabras y convierte  a la lengua
en la víbora, lupus aniquilador.
A la mudez de espanto que queda
seguida del último beso no dado
y esconde al enloquecido llanto
en el laberinto sigiloso de la mente.

Niégome
a la página en blanco
después de la caricia reservada
escrita con letra agónica y sin huella,
deslizándose por la fisura de la piel
de un deseo.
Tal vez me rebelo a la cortina ajada
que no deja penetrar los ojos del infinito
y deshacer el contubernio
entre soledad y silencio.

Niégome
a todo y a carencia,
a vivir ausente, a sentir galopar
el reloj de arena
por la desértica playa,
sin que nadie lo domine
y ocupe sus horas en hacer el amor,
o copule orgasmos en la luna
mientras vamos en un sueño,
recuerdo,
intentando  desovillar lo perdido
en un instante.
No es así, no se puede volver atrás
borrar como quien borra un cuaderno.
No, la noche nunca reemplazará al día,
lo perdido es irrecuperable.

Niégome
a las tinieblas sin la esperanza de que
un rayo rasgue su monotonía.
A caminar desnuda por el filo del resentimiento,
a desear sin ser deseada,
a besar un fantasma que cruza otra dimensión
dejando indiferencia, sólo eso,
un profundo aroma a ruptura,
un soplo de palabras desarticuladas.

Niégome
a ser aquello, un objeto,
un mueble que acumula polvo cósmico en la esquina
de un corazón rencoroso.
Hay aptitudes que son latigazos,
dominio,
castigo.
Ser aquello que alguien manipula.
Ser y no ser arcilla en las manos
de un hechicero,
encantamiento,
seducción,
fascinador de momentos
cuando el calendario es el preciso.
Cuando eres lo fácil,
dúctil,
condescendiente,
sensible a las palabras, al roce,
a la ilusión.
No, alguien debe decir basta,
manipular la situación,
derribar la puerta del desamparo
y gritar hasta salir a la luz,
hasta ser escuchada,
rescate,
pensamiento,
llanto,
ser sólo eso,
un mortal con sueños y deseos.

Niégome,
              niégome
al abandono,
a la herida que no sangra,
la palabra que golpea y no toca
y deja un surco en la piel,
sílabas muertas,
difíciles de reestablecer.

Sí, lo digo hoy, lo diré mañana.
Niégome a desperdiciar
mi vida en una oscuridad
sin esperanza.
Niégome...
               Niégome...

miércoles, 1 de agosto de 2012

EL CAPERUZO AZUL




Abuela:
Así es la historia, dije ayer, conversando con mi comadre Tencha. Uno ya no se puede fiar de un chisme, con decirle que hasta me creí la historia. Yo pensé que era otro cuento, pero resultó que era lo mismo, claro, todo tergiversado. ¡Ajá! Se lo digo con el conocimiento de que fui una de los afectados.
Bueno, todo comenzó ese domingo que amanecí con dolor de cabeza y de huesos, ya ve usted que sufro en el invierno de reuma. Mi hija me llamó temprano por teléfono para invitarme a comer, sin embargo, al saber que me hallaba enferma me pidió que me quedara descansando y entonces, mandaría a mi nieto, para traerme un remedio  y también unas empanadas de pino, que usted sabe, me encantan. En eso quedamos,  pero desde allí la cosa se tergiversó pues dijeron que era mi nieta, y yo sólo tengo un nieto, y le llaman el Caperuzo, porque es muy listo, y azul, porque usa una capucha de ese color, el bárbaro no se la quita ni para ir al baño. Bueno, mi nieto tiene ocho años y es mi chiqueado. Ah,  ya le estaba cambiando el tema, es que, por eso le llaman  de ese modo.
 Bien, aquella mañana estuve esperando al niño y los remedios, pero dieron las doce del medio día y aún no llegaba. Ahí estaba yo, quejándome de los dolores cuando apareció mi compadre Donoso, golpeando a mi puerta. Otra equivocación, porque dicen que es tremendamente rudo y testarudo, pero en verdad no es así, es muy amable y tranquilo. Al verme tan enferma me convidó alguna de sus hierbas, hizo un zumo y lo tomé. Me va a creer que en menos de diez minutos ya no tenía los dolores. Entonces nos pusimos a conversar y le invité a jugar un carioca, mientras esperábamos a mi nieto y las empanadas.
El compadre, como andaba muy enyerbado, me convidó uno de sus cigarrillos, usted sabe, para la reuma, claro que no contaba con la tos que me causó, pues me hizo toser como condenada, se me pusieron los ojos rojos y casi quedo sin amígdalas, tuve que correr al baño, me estaba meando de a poco, ya que después del ataque de tos me dio ataque de risa y llanto. Bueno, qué le cuento, y para hacerla más corta, le diré que con la trifulca había tal humareda que tuvimos que abrir la ventana, por supuesto que ahí nomás terminó la fiesta, porque dicen que en el bosque merodeaban unos policías vestidos de civiles que andaban tras mi compadre, usted sabe, pasaron el dato que mi compadre vendía hierbas y, sin darnos explicación, entraron a mi casa, agarraron al compadre a palos y a mi me sacaron casi en andas,  metiéndome en una ambulancia. ¡Dése cuenta de la tamaña confusión! Al compadre se lo llevaron detenido y a mí, al hospital. Para rematarla,  con el mal rato que pasé, me volvió el dolor de cabeza y de huesos. Así nomás fue la cosa y no como andan cacareando esas chismosas.
...
Caperuzo azul:
Bueno, yo estaba jugando a la pelota con mis amigos, cuando vino mi mamá y me pidió que le llevara un remedio y unas empanadas calientitas a la abuela. Ella vive al otro lado del bosque la Primavera, en una casa de techo rojo. Sí, convidé a mi amigo Lalo pues  el camino es  largo y aburrido. Por la senda vimos a unos leñadores, pero no estaban cortando leña. Entonces, para no toparnos con ellos, tomamos otro sendero. En un claro del bosque nos pusimos a jugar a las bolitas un rato. Como se nos hizo tarde corrimos a casa de la abuela, por supuesto que al llegar  nos asustó mucho  ver salir humo por la ventana y escuchamos que la abuela gritaba. Ahí se me ocurrió pedir ayuda a los leñadores.  Me sorprendió que ellos  portaran armas, luego entraron  a  la  casa  y sacaron  a  la abuela y a un hombre que pensamos era un asaltante, pero resultó ser el compadre Donoso. Claro, que aún no sabemos porqué al compadre lo apalearon  delante de nosotros y lo detuvieron. A lo mejor él era el culpable del incendio, yo creo, mi mamá dice que todo fue un malentendido. Lo cierto es que me regañaron, pues a la abuela se la llevaron al hospital, y mi mamá dice que soy un chismoso ya que no hubo tal incendio. Todo esto ha causado que mi abuela esté terriblemente enojada conmigo y no quiera ni verme.
...
Compadre Donoso:
Recién acabo de salir de la cárcel. Yo soy  el famoso Patricio Donoso, un yerbatero, o sea que vendo toda clase de medicinas en forma natural para los dolores. Ayer fui a visitar a mi comadre, doña Alejandrina, la abuela del Caperuzo azul. La pobre anciana estaba en un ay, pues no podía más con los dolores de la reuma, usted sabe, en este tiempo de humedad. Entonces, le preparé un zumo de hierbas y logré calmarla mientras esperábamos que apareciera el niño con unas medicinas.
Bueno, me quedé cuidándola y conversando. La comadre es muy buena para mover la sin hueso. Al rato se sentía  un poco mejor y nos pusimos a jugar a las cartas. Se me ocurrió preparar unos cigarrillos de algunas hierbas que yo mismo inventé, son un poco fuertes pero son muy buenos para calmar toda clase de dolores. Doña Alejandrina se tentó y me pidió uno para su  reuma. Claro que como ella no sabe fumar, se ahogó y le vino un ataque de tos, llanto y gritos. Tuve que golpearle la espalda y darle agua para que se le pasara. La comadre hasta se meó de tanto toser y luego le vino un ataque de risa.  Para que le cuento el desorden, tuve que abrir la ventana así saliera el humo, las cartas estaban por todo el suelo y una silla volteada, pues la comadre como  es  gordita, con la  desesperación  botó  todo a  su paso. Pero lo peor fue que llegaron en ese momento un montón de policías, y sin  aviso ni explicación, me dieron una paliza  diciéndome que era un mariguano y que me estaban siguiendo la pista, por eso me llevaron a la cárcel más golpeado que un membrillo corcho.
Hoy que se aclaró la cosa, me dejaron libre. Me dijeron que una vieja llamada Rosario había corrido el chisme de que yo cargaba marihuana. Dése cuenta, por eso fueron a buscarme, parecían lobos feroces, querían agarrarme con las manos en la masa. Claro que a ese Caperuzo, le tengo una guardada, porque fue él quien llamó a la policía, sin primero averiguar qué pasaba.
Ahora estoy todo adolorido, tendré que llegar  a mi casa y prepararme unas hierbitas para los dolores. Ya ve usted, en estos tiempos, no se puede ser homeópata.