sábado, 15 de agosto de 2020

CASA INVADIDA

 


CASA INVADIDA

 Todo comenzó con una callada invasión, casi imperceptible, silente a todo ojo escudriñador. Fue ganando espacio, hasta que se hizo visible, sin alarma, aún no era una amenaza, no había por qué preocuparse.

Eso se pensó, y continuaron sus tareas casi ignorándolas. Sin embargo, esa lánguida reacción fue la que aprovecharon las invasoras para ir ganando espacios importantes. La cocina y la alacena fue una de las principales conquistas, los ocupantes horrorizados lanzaron los paquetes de galletas y mermeladas directas a la basura y no con eso pudieron expulsarlas, era una columna de hormigas rojas que llegaron para quedarse y continuaron por las paredes de la casa, sobre la mesa y  se apoderaron del baño. Ni el agua ni los spray las ahuyentaron, por el contrario, día a día aumentaba el ejército de invasoras.

Los  habitantes de la casa  buscaron en vano el nido en donde se hallaría la reina para acabarlas de una vez por todas, pero todos sus esfuerzos no las hicieron retroceder, no pudieron encontrar la madriguera. Entonces llamaron a un exterminador de plagas. Ese día la familia se traslado a una posada mientras el aniquilador colocaba su artillería de “antitodo” para eliminar esa molesta plaga. Sí, que el hombre se dio cuenta de que  esa clase de hormigas eran muy diferentes a las otras, éstas mantienen varias reinas y aumentan su ejército, aunque eliminaras a un grupo, igual  los otros nidos continúan la batalla.

Una nube tóxica llenó todos los rincones de la casa e incluso escapó por  los orificios inimaginables, formando una bruma alrededor de la base de la casa que daba la impresión de volar  sobre el césped del jardín.

La familia se ausentó por dos días, según las instrucciones del exterminador, quien les había garantizado la eliminación de la plaga para siempre. Cuando regresaron aún la casa olía  a ese producto penetrante y extraño que  había expulsado a las audaces invasoras. El padre abrió todas las ventanas y así aireó las piezas, percatándose de que la molesta plaga ya no existía.

La madre mudó las camas con sábanas limpias y todo volvió a su ritmo normal por una semana completa. Los niños miraban las paredes y los cielos rasos y preguntaban a sus padres si las hormigas ahora eran invisibles porque  no encontraban nada trepando  los muebles con sus  juguetes.

Poco duro la paz, una noche la mujer despertó de improviso, cuando sintió que algo le caminada en el rostro y sobre sus brazos desnudos, encendió la lámpara alarmada y temerosa pensando que le había dado alergia,  al verse cubierta de hormigas dio un enorme grito, que despertó a su marido  en iguales  circunstancias. El hombre saltó de la cama sacudiéndose el pecho y los brazos, y comprobó con horror que su cama estaba llena de hormigas, se vistieron de prisa y  fueron a la pieza de los niños y la misma escena los hizo temblar, tomando a los dormidos hijos  les sacudieron las hormigas que ahora cubrían los muros, el techo, el piso y todos los muebles. En ese instante la luz se apagó. Salieron de la casa a tientas, con sólo lo puesto, entraron al auto y  huyeron lejos.

Hasta el día de hoy nadie ha podido habitar esa casa que misteriosamente permanece  toda cubierta de hormigas rojas que van y vienen, sin que nada las ahuyente.

 

 

 


sábado, 1 de agosto de 2020

SILLAS

Por Marianela Puebla

Sillas temerarias soportando el peso de una historia.

Calladas a veces, crujientes otras

cuando la carga es insoportable.

Sillas de adorno, circunspectas, orgullosas,

rodeadas de cuidados y atenciones.

 

Sillas magníficas, de tronos y palacios,

lujosas con nutrido currículo.

Butacas de parlamentos, congresos, exhibiciones.

Antiguas, de maderas exquisitas,

duermen en una vidriera.

 

Sitiales humildes de rancho,  marginadas,

lejos de la soñada modernidad.

Bancas  rústicas de cabañas,

sillas metálicas, de buses, aviones, trenes

y barcos, siempre viajando atormentadas de voces

de viento y humedad.

 

Mecedoras adormecidas en un rincón,

pasan  el tiempo lánguidas hasta que el polvo las ignora,

escondidas  en el desván del desamparo,

son banquete para polillas

o yacen abatidas  en el sótano con un dejo  resignado,

soñando la esperada restauración.

 

Poltronas por doquiera, accesorios del descanso,

queridas y abandonadas a su suerte,

acompañantes de los mortales desde el comienzo

al final,

facilitadoras de la familia, en momentos gratos

y fechas memorables.

Fieles compañeras en la tertulia

y tristes acompañantes en la muerte.

 

Sillas,  calladas o crujientes,

soportando el peso de una historia.