miércoles, 15 de junio de 2016

EL DIA DE LA DESPEDIDA


Hoy comencé a despedirme. Le dije adiós a mis bailes juveniles. A las zambullidas en la playa. A largas tertulias cruzando la noche.  Guardé prolijamente mis libros y acaricié sus páginas, sobre todo a los que tanto amo.
Pasé horas inspeccionando mi ropa, esta si, esta no,  separándoles unas de otras por sus encantos. Qué terrible se me hizo despedirme de ellas, aún me gustaban mucho. Demoré más de lo que pensé que duraría ese proceso.
Luego le tocó a mis zapatos. Qué nostalgia había en ellos, tacos altos que me hacían ver más esbelta, ya no los usaré nunca más, me dije, y  los separé en señal de despedida.
Más tarde fueron los álbumes de fotos, viejos libracos polvorientos que  ya nadie visita, en sus horas de tedio. Basta de lloriqueo, tantos momentos idos que no volverán, son sólo recuerdos, nada más, ¿a  quién le importarán cuando me vaya?
Empecé  mirar a  mi alrededor,  todo se me hacía extraño, despegado de toda relación, como si nunca hubiera tenido algún sentimiento por esas ventanas, puertas y paredes que me vieron  transitar sus rincones cada día de cada año. ¿Qué tormento, caminó sin descanso sus deberes? ¿Cómo enumerar tantos sucesos?
La ventana comenzó a sollozar con lentas lágrimas anunciando la llegada de algo ineludible, tranquila, le dije con el pensamiento, desde ahora debemos serenarnos y disfrutar el tiempo que nos queda. Abrí sus cortinas y la dejé  contemplar el paisaje.

Ya no queda mucho, musitó el viejo reloj de pared, marcando las horas sin regreso a pesar de su carraspera y de una tos que lo sacudía por momentos. Todo estaba listo, no queda más que esperar,  supuse,  asomada al umbral de la puerta por el tren que sólo pasa una vez en la vida, y otra vez en la muerte. Pensé que es triste no tener más tiempo, imaginando todas las cosas dejadas por hacer, proyectos  deshojados en el aire se los llevará el viento sin protestar. Así llegó la noche estrellada en su inmensidad, tal vez no era mi día, me dije, del tren, sólo vi una humareda a lo lejos, perdida en el horizonte de otro viajero. Realmente, no era mi día. Mañana seguiré despidiéndome de las cosas materiales que me han aferrado tanto a la tierra, deshaciéndome de ellas, quizás, aliviane mis convulsionados sueños.

miércoles, 1 de junio de 2016

TIEMPO DE PARTIR




Ella ya no está,
no estará cuando llamen su nombre
y su risa contagiosa no resuene en la estancia.
No estará con sus ojos grandes
y su voz risueña.
Pasarán los días, los cumpleaños y las fiestas,
y su ausencia llenará de nostalgia
el corazón de sus amigas.

Dejó de respirar, sus palabras enmudecieron
aferradas a un sueño.
Sus ojos fijos en un punto imaginario ya no reflejan vida.
La sonrisa se esfumó de sus labios como gaviota desorientada,
se adentró en los intersticios del silencio.
Quedó inmóvil, sellada para siempre.
Se fue,
dejó de existir, cambió su rumbo infinito
y enfiló hacia el azul.

¿Quién escogió su destino?
¿Quién estableció el calendario y deshojó los años
hasta que cayó la última página
desolada, envuelta en un torbellino?
¿Cómo adivinar que era el día final, el del adiós,
el postrer designio reservado sólo para ella?

¿Fue un presentimiento tardío que  empañó sus ojos
y le robó el último aliento?

La tarde de otoño no respondió,
se fue desmoronando lenta en su agonía,
lanzó sus hebras  al espacio humedeciendo
todo a su paso.
El viento sacudió los árboles inclemente
desnudándolos de su crujiente atuendo,
y dejó una tímida  alfombra
sobre los prados semi dormidos,
en espera del largo invierno.