jueves, 15 de septiembre de 2022

EL HOMBRE HORMIGA


 

Vivió hace mucho tiempo atrás en las  dunas de Marte, horadando  la arena, haciendo túneles, que se ramificaron bajo la tierra. Se guarecería  del calor y  usaba estos conductos como refugios para sus descendientes.  Fue el primero que perforó las entrañas  del planeta en busca  de protección después de la catástrofe feroz que  azotó el orbe, después de la guerra extraplanetaria, cuando  alienígenas de otras  dimensiones usaron Marte como  centro de batallas intergalácticas.

Los alienígenas ambicionaban las praderas verdes y fértiles, los metales preciosos que poseía Marte, eran varios grupos venidos de otros planetas aledaños que disputaban las tierras sin importar sus habitantes. Así fue que un día se hizo noche, llenando el aire del planeta de gases invernales por las terribles detonaciones nucleares en el espacio. Afortunadamente muchos seres marcianos fueron alertados de esta guerra y cavaron las montañas con túneles y desvíos en donde llevar a su descendencia. Cuando esto sucedió, rápido cerraron las entradas y allí se quedaron, tratando de continuar la vida en esa forma clandestina, sembrando  hongos y otros vegetales que crecieron con luz artificial.

Los hombres fueron cambiando su estructura física,  la falta de luz agrandó sus ojos, sus cuerpos se adelgazaron, tomando el aspecto de hormigas gigantes, se les cayó el pelo, de generación en generación se  fueron adaptando a vivir  bajo tierra.

Cuanto más avanzaba el tiempo se convencieron que Marte ya no  era para ellos,  era un planeta totalmente devastado, sin vegetación y casi sin agua, salvo algunos pequeños oasis que se secaban lentamente. Entonces decidieron que era tiempo de salir de sus cavernas y buscar lugares más afables.

Como tenían la tecnología de tiempos mejores, decidieron  construir una nave espacial para ir en busca de un nuevo planeta que les diera  el alimento, la tranquilidad, y sobre todo, la garantía de poder seguir viviendo.

Una vez que  la nave  fue probada en las cercanías de la luna, descubrieron el planeta Tierra, y decidieron dejar las cavernas de Marte para aventurarse en ese cuerpo celeste. La población había disminuido y fue fácil la transportación, claro que algunos no se decidieron a dejar sus cavernas que a esta altura, tenían una red de laberintos por donde  un tren ligero los trasladaba bajo tierra hacia otras latitudes.

Después de una odisea aterrizaron en una zona boscosa y cerca de Turquía. Como sus cuerpos eran muy frágiles decidieron  cavar  las verdes  montañas y construir allí sus ciudades, además en ese tiempo la tierra estaba habitada por animales feroces y hombres cavernarios. El planeta azul fue ideal para su desarrollo, pero debían usar trajes protectores cuando salían a la superficie, y por poco tiempo, lo suficiente,  y así escapar de los peligros. La verdad fue que el exterior no era amistoso con sus cuerpos adaptados a las penumbras de las cavernas y a pesar de que la naturaleza les ofrecía toda clase de alimentos, tuvieron que seguir cavando la montaña, una ciudad subterránea que aun se puede  visitar, de nombre Derinkuyu.  Igual que en   Marte, su vida no cambió, no pudieron poblar  la superficie, y solo se aventuraban de noche en busca de alimentos.

El tiempo pasó y  los hombres terrestres también  se  desarrollaron y  ocuparon más espacio en la superficie,  el hombre hormiga y su población se fueron introduciendo más y más bajo tierra. Ahora corrían más peligros pues el  terrestre tenía malos hábitos y era tan feroz como los animales salvajes. Por cierto que, el hombre hormiga amaba la paz, después de perder  numerosos descendientes en manos de los humanos, decidió ahondarse más en las entrañas del planeta y desde allí seguir construyendo  su población,  que cada vez se fue reduciendo en tamaño y color, así se fueron perdiendo en los laberintos interminables de la Tierra.

 


jueves, 1 de septiembre de 2022

VUELTA A LAS RAICES




Te abrazo con mis nervaduras, con el soplo de mi esencia,

con mi corteza reseca y áspera de tiempo,

con mi boca sin palabras, anhelante.

No desfallezcas hijo mío

volveremos a la raíz, al origen

que alimenta el deseo de la vida.

 

Te abrazo con la fuerza del amor,

vamos en el mismo viaje,

nada nos separa en la incertidumbre

del mañana.

No te abandonaré en la oscuridad de un pensamiento

que nos desampara en un tétrico paraje,

insospechada soledad.

 

Te abrazo y te sumerjo en las raíces,

cordón umbilical difícil de desatar,

hasta que te alces de los escombros,

elevando tus brazos al universo,

florecido y lleno de vitalidad.

 

Entonces hijo mío, podrás desasirte de mi abrazo,

cuando ya no necesites mi soporte

y hundas tus raíces en la tierra, tu base,

tu camino  hacia el futuro.