jueves, 15 de agosto de 2019

EL REFUGIO




La cabaña estaba allí  en lo alto, muy cerca del océano, el precipicio y el bosque. Delgadas nubes se mecían en un cielo encapotado a punto de convertirse en lluvia. Como un anuncio que algo iba a cambiar, pero aún no se dejaba ver.
Los árboles mecían sus melenas embelesados de altura, el abismo abrió su boca soplando un viento marino, mientras las olas embravecidas azotaban sinuosas el  acantilado. Aves marinas bulliciosas revoloteaban cerca de sus nidos empotrados en la muralla rocosa, y el hombre avanzó luchando con el viento que pretendía arrebatarle la bufanda, mientras maldijo y rumió algo siniestro.
Sus pasos parecieron llevarlo directo hacia la cabaña, pues seguía el sinuoso camino cubierto de arbustos que por momentos le detenían, agarrándolo con sus delgados brazos, tal vez, impedir que continuara.
El sollozo del cauro se dejó escuchar, venía jalando las ramas de los árboles arrancando algunas hojas, mientras el hombre torció su camino y se alejó de la cabaña. Con pasos presurosos, como alguien que va  tomar un tranvía, se fue adentrando entre los altos arbusto que en un esfuerzo supremo se aferraban a su abrigo, tal vez para impedir el paso fatal, hasta encontrarse con el precipicio.
En la cabaña, el tiempo se detuvo, la soledad lagrimeaba en un rincón olvidado del mundo, ya no era  refugio de nadie.




jueves, 1 de agosto de 2019

ALUCINADA





¿Quién me puede aconsejar si voy errante
siguiendo el sabor de tu piel, de tu voz,
de tus besos?
¿Cómo puedes alejarte, así de pronto
entre el reflejo de noche y el deambular de mis días perdidos?
Sigo el curso de tus pasos desaparecidos en la maraña
de la incertidumbre.
Voy sin tregua acechando tu aroma
enredado en las horas sin tiempo, sumido en el cristal de la oscuridad.

Busco entre eclipses de soles, estrellas caídas,
la forma de continuar este capítulo,
páginas en blanco que necesitan tu roce.
¿Cómo puedo darte alcance en la selva caótica del entendimiento?
Mis pensamientos circunnavegan el perímetro
de la locura y ya no tengo paz, debo alcanzarte.

¿Quién puede desasirme del abrazo atrapado en mi pecho,
de tus labios que encendieron los míos
con una flama insaciable?
La flecha que envenenó de amor las ruinas de mi piel,
y alucinó el vacío de mi existencia.
 ¿Quién?

Dicen que es sólo  imaginación,
que vivo un espejismo.
Tan absurda esta manera de amar a un desconocido,
creación delirante de un deseo,
torbellino de un mar en agonía.
Pero no, yo sé que estuve  anidada en tu pecho,
sentí el palpitar de tu sangre,
mi sombra se mezcló con la tuya
y fuimos dueños de la luna menguante.

Deja que las horas descansen sin congoja,
y regresa los pasos, bríndame tu fulgor,,
escribe en mi cuaderno tu crepuscular mensaje.

Hazte luz, que todos te vean
y aleja  el laberinto hipotético de la soledad
que me asedia sin tu presencia.