martes, 15 de septiembre de 2020

EL HOGAR

 


Es una palabra que asemeja tibieza, calidez, fortaleza, familia. Un lugar próximo a la vejez,  al alzhéimer, olvido, dependencia de otros. Un significado afable y otro más inquietante.

El hogar abre su puerta amigable, pero luego la cierra y esconde las llaves. No hay otra salida, ni una ventana abierta sin rejas. Hogar, dulce palabra que se vuelve hosca, desconocida, incomprensible. Hogar de ancianos, indiscutiblemente, el último recurso de la familia para internar a un ser querido, que lo invadió el alzhéimer u otra enfermedad y que necesita  atención las veinticuatro horas del día. Lamentable, en ocasiones en que la familia no puede lidiar con un adulto mayor en circunstancias como las mencionadas y en que la familia también se compone de adultos mayores.

Las sombras merodean el hogar, penetran los ventanales y se deslizan por los pasillos cuando el sol no las anula. Buscan incansablemente un lecho para su eterno reposo,  una mano amiga que las acompañe en su deambular y  esconderse en las , a la espera de la noche que les sea más propicia.

Los abuelos se quejan, llaman desesperadamente y luego olvidan, cubiertos de incertidumbre. El llamado es el mismo, un dolor que no padecen, una palabra que se escapa, un nombre que no recuerdan, una mirada que no existe.

El hogar,  último escalón de un adiós insoportable, un portal sin retorno, una noche que se apodera de la vida debilitada por los años. Hogar de ancianos, como el rugido de un león ahuyenta a los parientes, solo quedan los más  piadosos, los que mantienen los recuerdos de otros tiempos saludables. Las horas desfilan con pasos cansados, como un reloj descompuesto resuenan sus alarmas a cada instante,  con la inquietud  de que  la huesa inoportuna, se detenga a recoger a uno de sus huéspedes.

 

 


martes, 1 de septiembre de 2020

 


¿CUÁL ES LA VERDAD DE LA EXISTENCIA?


Hoy viajo en el tren del recuerdo, del olvido.

Un tren lleno de nostalgias frustradas, alegrías incontenidas

y memorias que yacen en los surcos del tiempo.

Este tren se detiene en estaciones insospechadas,

abre sus puertas a los que suben, nunca bajan.

Yo estoy allí, inmersa en un extraño sueño,

en donde soy la anfitriona

que tácitamente da la bienvenida

a seres conspicuos de refinados gustos y otros, los más,

de insignificantes presencias.

 

En este tren el maquinista no muestra su rostro,

su aspecto es oscuro, arrogante,

domina toda situación sin salir del tren.

Este personaje, dice ser el final,

no existe nada más que su mandato.

Y entonces, busco mis ojos, mi cuerpo, quiero despertar,

no deseo continuar atada a algo que no existe.

Mas, los dedos del tiempo me retienen

y apagan la luz en el fondo del entendimiento.

 

 Mi voz se retuerce entre las cuerdas flojas

de un violín desesperado.

He quedado adherida a las ventanas del tren

con un largo sollozo de impotencia.

 

No puedo despertar,

estoy atrapada en un sueño infinito,

que no termina, me lleva hasta la inaudita  pesadilla.

No sé si podré escapar a la realidad,

o si la realidad es otro sueño.

Y, si es así, ¿cuál es la verdad de la existencia?

 

Atrapada en un sueño navego sin  tiempo.

Soy como el viento que revolotea

hojas caídas del árbol

y las deja caer sobre los cristales de un poema

en un círculo sempiterno.