viernes, 15 de mayo de 2020

POR CULPA DE UN VIRUS



¿En dónde quedó el abrazo que titilaba en el aire
y derribaba cualquier muralla?
¿Dónde el beso del encuentro, de buenos días,
de amistad, despedida?
Todos dicen que  fue un virus, rompió de pronto
la rutina diaria, nos aisló con un tapabocas,
gafas protectora, medición de temperatura, gel
desinfectante de las manos,
y  guantes que impidieron el tibio roce.

Ahora yacemos encerrados, presos voluntarios,
confinamiento sin ser culpables,
entre las paredes de nuestra casa.
Y caminamos por las calles desconfiando del que se acerca
con un cubre bocas, con lentes de protección,
y nos apartamos con pasos rápidos
evitando el contacto, incluso visual.

Estamos en medio de un plan muy bien elaborado,
diabólico, pendiente de un péndulo sobre nuestra frágil estructura,
el inicio de algo más tenebroso que pronto vendrá,
como una  enfermedad contagiosa por la pérdida de confianza.

Incertidumbre que navega nuestros sueños
con  máscara de aguafiestas, profetizando
días tenebrosos que se asoman con sus guadañas
sobre la inocente humanidad.
Hay un lamento que no cesa,
una predicción avanza con pasos seguros
invadiendo la paz y trae malos augurios.
La cifra de fallecidos sigue su marcha
camino  del campo santo, con pasos marchitos.

Lágrimas suspendidas tras gafas trasparentes
cubren los espacios  de amapolas fenecidas.
Atrás han quedado los abrazos no dados, aquellos
besos de ternura se disuelven en el viento
sin llegar a comprender, lo frágil y débil del ser humano.

Por culpa de un virus, yacemos a la espera,
en la agonía de  ver partir a mucha gente
que  sin abandonar el nido, vuelan entre sombras
siniestras, y pierden la vida.

Covid-19 en el siglo XXI,  la epidemia invasora.
Días aciagos mantienen a la humanidad oscilando
entre la duda  y el miedo a la muerte,
mientras la vida escapa, no hay una vacuna,
una curación que en tiempo de tecnología no existe.
Y vamos cayendo por el abismo de la desventura
los que por la edad,  no podremos salvarnos.
Y todo por culpa de un virus.



viernes, 1 de mayo de 2020

BUSCAR



Ando buscando algo que no sé que es, ¿tal vez una visión? Mas, no lo encuentro a pesar de caminar por todos lados. Miro y observo hasta en las fisuras del pavimento, en algún recoveco olvidado. A veces creo estar cerca, casi lo hallo, pero de nuevo se nubla la imagen y lo pierdo sin encontrarlo. Se esconde bajo la piel de las mañanas y por las noches aparece  disfrazado de olvido.
¿Dónde está? Estoy cansado, melancólico, afanado por hallar el hilo mágico que  te atraerá hacia mí.
¿Quién eres?, me tienes ensimismado en este juego de adivinar  tu paradero, mientras mi corazón circunnavega en el filo de un precipicio, atraído por el canto del mirlo y tus mensajes agoreros llenos de plácidos vaticinios.
A veces hago como que busco apoyado en el umbral del recuerdo, miro a través de la lluvia, una silueta, una voz que me hechiza y comienzo de nuevo a escalar el crepúsculo con las ansias de encontrar  lo que tanto anhelo, abrazarte entre mis memorias vacías y fundirme en tu regazo.
Como un náufrago afirmado a un madero salvador,  cruzo el océano del silencio. Navego sin brújula, guiado  sólo por el candil de tu recuerdo y llevo en mis pensamientos el profundo deseo de terminar esta odisea en tu búsqueda. Qué más da si he perdido la ruta, el sutil aliento de tu boca, la calidez sensual de tu piel. Pero eso es parte del enigma de tenerte en un sueño y  después abrir los ojos en una soledad de muerte. Y a pesar de todo, del inmenso abismo que me circunvuela atándome en su interminable círculo, lucho por alcanzarte, por hacerte realidad.
Ya no sé en qué tiempo me encuentro, el espejo se  me hace infinito, un aleph con sus  múltiples puertas, un laberinto que abre sus fauces invitándome a continuar la búsqueda de ese deseo  anidado en  mi delirio.
A veces despierto de mi letargo y me siento cansado de tanto merodear lo imposible, buscar  algo que me ata, y me obliga a no despertar saltando de un sueño a otro, como un pordiosero en busca de lo imposible, un espejismo en medio de un árido desierto, escarbando en dunas de arena el oasis de tus pechos,  el perlado sudor de tu cuerpo, mas, sigo aquí, inmóvil, enlazado a un espejismo sin encontrar el camino a la certeza.