viernes, 15 de julio de 2016

ALGO TERRIBLE SUCEDE



Algo terrible sucede. Ayer, todo era normal, lo que se dice, hubo una rutina diaria como siempre. Pero hoy  todo ha cambiado. No sé a qué atribuirlo, pienso que no puede ser por el clima, o por la lluvia de esta madrugada. No,  es algo más intenso, premeditado. No quiero pensar que es algo que  sucede todo el tiempo, o que apareció de pronto. Es increíble, lo peor  es que no  hay vuelta atrás, las evidencias están a la vista. Si pudiera retroceder el reloj sería algo inusual, la catástrofe comenzó sin que  nadie la percibiera y no tiene remedio.
Avanzó silenciosa pillándonos desprevenidos, ni siquiera nos dio una pequeña advertencia. Solapada por el silencio, penetró la casa y fue tomando posesión de todos a su paso, sin que la percibiéramos.
El gato trató de advertirnos de que algo terrible estaba sucediendo, pero como no lo notamos no le dimos importancia y él, más precavido, abandonó la casa por entre las rejas de la ventana. Mi nana se puso a tararear una canción mientras cocinaba, y mi madre tomó su celular y contactó a una amiga para ir de compras. Yo estaba anonadada por aquellas muestras, que nadie percibía pero que en mi pequeña cabeza iba acumulando.
En un momento que la nana salió al patio escuché que  se quejó, ah, me dije, algo ha descubierto, pero no fue así entró quejándose que se había tropezado con un elemento punzante en el jardín y se golpeó un dedo del pie. Mi madre  la consoló diciendo que  los niños pudieron dejarlo allí. Las dos salieron al patio a inspeccionar el objeto.

Lo terrible fue que cuando trataron de entrar, la puerta estaba cerrada y no tenían las llaves. Las dos gritaron para que les abriera, pero yo no podía moverme algo me ató los cordones de mis zapatos y me fui de bruces golpeándome la cabeza con  una silla. Estaba atónita mirando como una espesa columna de hormigas avanzaba por la cocina y se apoderaba de los alimentos. Grité hasta casi quedar sin voz, mientras las hormigas me ataban a la silla volcada. Afuera mi madre y la nana hacían esfuerzos inútiles por abrir la puerta, llamando a grandes voces a los vecinos al sentir mis gritos dentro de la casa. Las hormigas voraces llevaban  los alimentos  en su ininterrumpida columna hacia un forado en el piso. Sentí que todo me daba vueltas cuando me alzaron en el aire avanzando con mi cuerpo hacia el gran agujero.

viernes, 1 de julio de 2016

LA DESTRUCCIÓN DEL BOSQUE




De pronto se apagaron los dulces trinos,
los pájaros migraron, nadie sabe a dónde fueron.
Quizás tomaron sus nidos y sus gorjeos
y marcharon a tierras más benévolas con ellos.
El bosque ha muerto, lo anunció con tristeza una chicharra,
mientras  los grillos caminaban tocando la marcha fúnebre.

El bosque ha muerto bajo la sierra asesina del hombre.
Los árboles lanzaron un alarido de hojas y ramas,
de raíces, copas  y brotes, pero nadie escuchó, nadie detuvo
las manos asesinas que cercenaron sus troncos  aún con vida.

Fue una masacre,  dijo un zorro desvalido,
 la sabia corría formando costras
de ámbar entre  maderas derribadas y hojas moribundas.
Una bandada de zopilotes, palomas, cernícalos y otros,
enfilaron asustados en busca de protección y abrigo,
sin entender, quedaban huérfanos del refugio
de árboles milenarios y de su espesura.

Hubo un gran silencio, una desolación devastadora
en todo el pueblo de Curauma, Placilla y alrededores,
despoblada de árboles, yace la otrora bella comuna
de maravilloso  microclima,
se terminó la pureza del aire de sus hermosos bosques,
el habitad de pájaros, animales e insectos ha desaparecido.

Todo fue un sueño  comentan las golondrinas
que ahora pasan de largo hacia otras fronteras,
no existe ya la sombra acogedora de un pino en su grandeza.
 El bosque ha muerto lo condenó la expansión
de empresas ávidas de su suelo, la súper población humana,
las ansias de vender y la indiferencia de  los gobernantes.

Todo está consumado,  cuenta el  mirlo en su cantata
y las pequeñas libélulas y patos salvajes buscan en vano
el humedal que  antaño les esperaba en el corazón del bosque.

Los pinos y eucaliptos agonizan dentro de las salamandras,
quienes devoran hambrientas sus leños.