sábado, 20 de diciembre de 2014

EL DESEO DE NAVIDAD


Dejó los zapatos en la desvencijada ventana, justo en el lugar en que faltaba un vidrio. La luna la miró intrigada desde el  alto cielo y allí se quedó por un momento iluminando la mediagua.
La verdad es que ella no creía en ese señor que los niños llamaban Viejito Pascuero, pero de tanto escuchar hablar maravillas de ese generoso anciano, podría dejar que  la esperanza invadiera por un tiempo su corazón. Entonces  permitió que la imaginación cruzara la barrera de lo imposible. En sus ojos renació un singular brillo.
Miró sus escuálidos zapatos, no son los mejores,  pensó, pero aún le servían. Quiso sacarlos de ese lugar y calzarlos de nuevo, sus pies se habían enfriado y los necesitaba pues no tenía otros. Sin embargo, el deseo de que  se cumpliera un milagro y algo bueno cambiara en su vida fue más fuerte y prefirió meterse en la cama y entibiarlos entre las raídas frazadas.
Desde allí podía contemplarlos, mientras  en el cielo la luna se asomaba después de esconderse tras una nube, mostró  su  pálida carita, igual que Renata con sus nueve años y su palidez de luna. No podía dormirse antes de que regresara su madre  con alguna sobrita para acallar  esa hambruna que habitaba en su estómago  desde hacía tanto tiempo. Trato de concentrarse, fijando la vista en el hueco de la ventana, desde allí podría ver a ese gordo  señor que los niños de su barrio esperaban esa noche con ansiedad. Entonces, tal vez, al ver sus zapatos, le dejaría un regalo, porque esa era una señal de que ella creía en él. Eso pensó, a pesar de que en otros años nada  había sucedido, claro nunca antes había dejado sus zapatos allí, si su mamá se enteraba podría darle una reprimenda, y si alguien pasaba y los robaba sería peor.
Para no dormirse se puso a cantar, sin perder de vista sus zapatos, por supuesto que se le agotaron de pronto las canciones. Luego se puso a recitar, pero el cansancio fue cerrando poco a poco sus ojos, aunque luchaba por mantenerse alerta, no pudo y cayó dormida en un pesado sueño. Soñó que un señor gordo y grande se detenía junto a la ventana, la llamaba, Renata.... Renata ¿no has dejado los zapatos en la ventana, cómo quieres que te deje un regalo? Viejito Pascuero, si los dejé, se lo aseguro. Pues no veo ninguno y ya casi me voy, contestaba el anciano. ¡Oh, no, me los han robado!, exclamó la niña a punto de ponerse a llorar. ¿Qué vamos a hacer Renata, no tienes otros zapatos que dejar? Perdón, señor, eran mis únicos zapatos, musitó ¿ahora que haré para ir a la escuela? Las lágrimas asomaron a sus ojos y corrieron por su carita sin poder evitarlo. Por favor señor, le suplicó, ¿me podría regalar un par de zapatos?, le prometo que los cuidaré mucho. Entonces el Viejito se tocaba la barba y luego de pensar unos segundos le decía, ¡Ay, Renata!,  me harás romper mis reglas, pero sé que eres sincera y por esta vez me has convencido, te dejaré un par de zapatos, será mi regalo de navidad.
Renata se contentó tanto que cogió los zapatos nuevos y los colocó junto a su pecho con mucha felicidad. Muchas gracias señor Pascuero, decía mientras  el anciano se alejaba con una amplia sonrisa.
Cuando llegó la  mamá de Renata ya eran pasadas las doce de la noche, se había demorado en el centro, la patrona como nunca, le regaló unos cuantos pesos más y pasó a una juguetería que estaba  a punto de cerrar y les rogó que le vendieran una muñeca, la última que quedaba en la vitrina. La dependienta la hizo entrar conmovida por la humildad de la señora. Luego esperó pacientemente el bus para llegar a su casa. Iba feliz por llevarle  un regalito a su querida Renata, además de acarrear unas sobritas de la cena de su patrona.
La señora  silenciosamente, fue hasta la cama de su hija, la vio tan plácidamente dormida que no quiso despertarla, pero le llamó la atención que su hija tenía un bulto entre sus brazos, curiosa y con mucha precaución separó  sus manos y  vio que la niña tenía los zapatos viejos junto a su pecho, con cuidado  los quitó y en su lugar puso a la hermosa muñeca. Luego la abrigó dándole un beso en la frente.
Al día siguiente Renata no podía creer que entre sus brazos estaba el regalo que el Viejito Pascuero le había dejado esa noche. ¡Mamá, Mamá, yo creo en él!, exclamó con júbilo.  ¿En quién crees ahora, hija? ¡En  el Viejito Pascuero, Santa. ¡Mira lo que me ha dejado! Oh, qué hermosa muñeca Renata, yo también creo en él, contestó la madre con  una sonrisa de amor en los labios.


lunes, 15 de diciembre de 2014

A MI NIÑO


Un homenaje a mi  querido nieto Víctor Hugo que lleva 5 años luchando con  la terrible enfermedad de  la Leucemia en un hospital y ayer  estuvo de cumpleaños. Te quiero mucho querido nieto.

A MI NIÑO


Arrurú mi niño
la pata de cabra.
Nos mira de lejos
la luna de plata.
En sus miraditas
lleva una canción,
que a mi niño lindo
entona con amor.

Arrurú mi niño
cierra tus ojitos
que siento por la calle,
miles de pasitos.
Son las hormiguitas
que vienen a ver,
si el niño no duerme,
dormirán con él.

Ya mi niño amado
se durmió contento,
seguiré velando
su sueñito lento.

CHIQUITO MÍO
Yo te quiero así chiquito mío
salpicando los claveles con tu ensortijada risa,
mientras navega tu barca
sobre vaporosas nubes de algodón,
por donde tus barquitos se llevan los sueños.

Yo te quiero así mi niño lindo,
sonrojado, sudoroso, radiante,
aventurero en la avenida de los juegos.
Siempre llevas en tu rostro
dibujada una linda sonrisa.
Siempre revolotean las mariposas de tus ojos,
estallidos de alegría cuando ganas la partida.

Yo te quiero así mi niño lindo y mimado,
lejos de dolores, lejos del abismo
insondable de la muerte.
Decidido en la batalla, fuerte y combativo,
a continuar el camino de la sanación.

Yo te quiero chiquitito mío
Sano y libre de amenazas
Que la luz de un nuevo día
Traiga dichas y no espantos.

Así te quiero tesoro mío,
en un abrazo poderoso unidos en el peligro,
tú, yo y el mundo juntos
ganando días a la existencia.

Así te quiero mi niño.
Mi dulce y luchoncito niño...






lunes, 1 de diciembre de 2014

LA CALLE


La calle solitaria abre sus fauces y la convence de seguir su ruta. Los faroles guiñan sus ojillos crepusculares llenos de un enjambre de polillas encandiladas. Ella se ampara en su buena suerte, la lleva colgando de su cuello como un amuleto y de vez en cuando la  palpa para saber que está allí, colgando de un precipicio imaginado.
La acera despide fulgores desde su cara mojada, es otoño y las lágrimas de la  primavera que se aleja quedan suspendidas en cualquier parte, y entonces caen  dejando el asfalto con una película de humedad, un espejo acuoso. La soledad se apega a su lado, tiene  terror de encontrarse cara a cara con el bullicio de algún burdel, clientes satisfechos bajan con el cigarrillo a medio fumar y con unas carcajadas despiden a las damiselas, ellas, después de verificar que el dinero está a salvo debajo de sus escotes, entre  los mullidos senos, cierran la puerta tras una  fingida sonrisa.
El silencio se hace dueño de la calle, tapa todos los agujeros del ruido, los asfixia bajo su gélida ala, coloca su mano enguantada  sobre los hombros de  ella que camina deslizándose sin  omitir  sonido. Se siente clandestina, obligada a refugiarse entre las sombras y faroles somnolientos, sin embargo ha rehusado la compañía del miedo, se lo advierte, no lo quiere junto a ella, es más grata la callada soledad que se apega a su andar y se confunde de vez en cuando con su sombra. Mientras camina, la calle la invita a seguir, queda poco, le dice quedamente.
Es la misma calle de ayer a esa hora en donde todo sucedió, el recuerdo la estremece, toca su cartera, claro,  el hombre quiso arrebatársela, pero ella  no cedió, esperó un instante que se hizo un siglo y  cuando ya no  veía escapatoria, le blandió el puñal que llevaba en su mano, una y dos estocadas y un bulto cayó  con un quejido de piedras. No quiso darse vuelta a mirar, corrió hasta quedar sin aliento, dio vuelta la esquina y logró llegar a su departamento.
Hoy no tiene miedo, la calle lo sabe, por eso no la asedia, la incita a seguir sin apuro, nadie se cruzará en su camino, se lo garantiza, con esa daga que lleva empuñada en su mano izquierda será difícil que alguien la intimide de nuevo. Por eso, deja que se vaya junto al silencio que va cubriendo sus pisadas, más allá de la discordia.