Cuando
pasó el último tren, me quedé allí en la estación, atónito, lo perdí por un
minuto, era tan noche, todo parecía diferente a mis ojos. Es increíble, me
dije, nada se me hace familiar, las
sombras merodeaban los rincones, sagaces en busca tal vez de un pequeño rayo de
luna. Los árboles se meneaban sacudiendo sus melenas y lanzando una lluvia de
sus verdes cabellos un poco secos. Estaba abismado, el tren se perdió en un
recodo de las vías, a lo lejos, solo se oía su monótono traca traca, esfumado
en una nube de silencio. Podría gritar y de seguro nadie me escucharía, puede
secuestrarme un ovni y por supuesto que
no sería noticia, solo un desconocido.
Qué lamentable momento, sentado en la estación pensé ¿qué hacer?
Acurrucarme en el escaño con el frío
calando mis huesos, hasta que
amaneciera, o largarme a caminar calle abajo en busca de algún café o bar y esperar allí las horas que
faltaran, para el paso del primer tren del día siguiente. Qué lamentable, me
dije por sexta vez, si hubiera apura el tranco a lo mejor ya estaría en casa.
Pero con mi parsimonia crónica no pensé que llegaría atrasado. Siempre me pasa
lo mismo, hago los cálculos y luego fallo, normalmente alcanzo el tren, pero no
obstante, en otras circunstancias y en otras labores llego alcanzado del tiempo
y claro todos en el trabajo me miran con la cara de “Juan, llegaste tarde de
nuevo”, por supuesto no me lo dicen verbalmente, sólo con las miradas.
El rastro del último tren aún titila en la vía, mágico, recordando
que he quedado atrás, rumiando mi
descontento y muy malhumorado. Sin embargo, ya no podía hacer nada sino sentarme a pensar o como dije
anteriormente, lárgame a caminar no sé a
dónde, para acortar el tiempo del primer tren de la madrugada que pasa como a las 630 am. El traca traca aún daba vueltas en mi
cerebro, era un fantasma que se arremolinaba en el suave seseo del viento,
dejando una huella de abatimiento en mi pecho. Entonces decidí acurrucarme en
el escaño, cerca de la puerta de la estación, en donde había como un pequeño
refugio bajo la enredadera de la flor de la pluma. Crucé mi abrigo y bajé mi cabeza con el fin de cubrir un poco
mi rostro. Traté de poner la imagen de mis hijos, durmiendo apacibles en sus
lechos, mientras mi esposa dormitaba vestida sobre la cama, cansada de esperar
que yo llegara en ese último tren, bueno era sólo una imagen que me calmó un
poco. Creo que me dormí, cuando un
ruido sobre los rieles me despertó
sobresaltado. Como un ebrio me levanté
del escaño, no podía creer que ya había
pasado el tiempo de espera y el tren aparecía
para llevarme a mi hogar. Rápido
me acerqué a la orilla y esperé que parara por fin. Me sorprendí que yo, era el
único pasajero, al mirar a los
alrededores me percaté que aún estaba muy oscuro, pero mi deseo de llegar
a casa no me dejó preocupar.
Apenas se abrió la puerta del tren entré de sopetón, vi mucha gente sentada inmóvil en los
cubículos, tal vez dormitando. Encontré
un asiento libre y solo y allí me dejé caer, estaba tal cansado y adormilado
que lo único que atiné fue a bostezar.
Me arropé de nuevo con la chaqueta y me
dispuse a dormir un rato, desde allí tenía una hora para llegar a mi destino.
En el vagón existía un silencio espeluznante, nadie se movía o conversaba, nadie hacía algún ruido o se levantaba, estiraba sus
brazos, bostezaba, en fin, eché de menos ese movimiento habitual que hace un
conglomerado de personas. Sólo se escuchaba el traca traca haciendo contacto
con las gélidas vías. Las luces del
vagón se apagaron de pronto, guau, tal
vez un desperfecto, normalmente si está oscuro,
las luces van encendidas, Algo debe haber pasado me pregunté, y me
acurruqué junto a la ventana. Afuera, los postes del camino pasaban velozmente, tratando de ganarle al
convoy, mientras los árboles se asomaban temerosos en señal de despedida.
Nuevamente puse atención al resto de los pasajeros, me llamaba profundamente la atención el silencio de esa
gente, ni un ronroneo, ni un ronquido,
un suspiro, una conversación en
murmullo, nada. Y el tren seguía sin luz por lo que no podía distinguir
qué sucedía con los pasajeros.
En un momento que pasamos bajo una claridad, pude divisar a mis vecinos,
un matrimonio, me imagino, curiosamente absortos en su ventana sin un leve
movimiento. Entonces me levanté del asiento y toqué el hombro del señor. Señor,
señor, le dije, ¿sabe a qué se debe que
el tren vaya sin luz en los vagones? Esperé angustiado un breve lapso, por
cierto el señor ni se inmutó en contestar
o moverse y replicar, por el contrario, ni siquiera volteó su cabeza para
mirarme. Preocupado me levanté de mi asiento y caminé hacia donde se divisaba
otra pareja de personas. Me situé en frente de ellos para que me vieran, tenían
las miradas fijas en algo, no voltearon al escuchar mi voz, nada. Un pánico
comenzó a subir por mis piernas y columna vertebral, toqué el hombro del señor
sentado a la orilla y este volteó su
cabeza y luego con horror vi cómo ésta se doblaba hacia su pecho. ¡Oh!, una
exclamación salió de mi boca, esto es una pesadilla, me dije, mientras
retrocedía dificultosamente, trastabillando, sin saber qué hacer.
El tren seguía su curso y yo aún alterado, comprobaba que en los asientos cercanos había una especie
de maniquíes inertes. No sabía si eran personas, tal vez muertas o momias.
Pensé que me daría un ataque al corazón, una puntada de dolor me doblegó hasta
casi desmayarme. En ese momento que me doblaba, sentí una lengua caliente que
lamía mi rostro. Asustado traté de levantarme soportando el dolor y me
incorporé, sin embargo, en ese instante no pude y me desmoroné. Sólo recuerdo
una voz pidiéndome que me despertara. ¡Señor, señor, por poco me vota!, exclamó
un anciano, menos mal que mi perro evitó
que usted cayera y se azotara el rostro contra el pavimento. Oh, no supe que
decir, estaba como anonadado, entonces
el hombre señaló su reloj, ¡ya es hora!, indicó, allí viene el
ferrocarril de las 6:30am. Me levanté como un sonámbulo y subí al tren después
del señor y su perro.