sábado, 15 de febrero de 2025

EL ÚLTIMO TREN


 

Cuando pasó el último tren, me quedé allí en la estación, atónito, lo perdí por un minuto, era tan noche, todo parecía diferente a mis ojos. Es increíble, me dije, nada se me hace familiar,  las sombras merodeaban los rincones, sagaces en busca tal vez de un pequeño rayo de luna. Los árboles se meneaban sacudiendo sus melenas y lanzando una lluvia de sus verdes cabellos un poco secos. Estaba abismado, el tren se perdió en un recodo de las vías, a lo lejos, solo se oía su monótono traca traca, esfumado en una nube de silencio. Podría gritar y de seguro nadie me escucharía, puede secuestrarme un ovni y  por supuesto que no sería noticia, solo un desconocido.

Qué lamentable momento, sentado en la estación pensé ¿qué hacer? Acurrucarme en el escaño  con el frío calando mis huesos, hasta  que amaneciera, o largarme a caminar calle abajo en busca de  algún café o bar y esperar allí las horas que faltaran, para el paso del primer tren del día siguiente. Qué lamentable, me dije por sexta vez, si hubiera apura el tranco a lo mejor ya estaría en casa. Pero con mi parsimonia crónica no pensé que llegaría atrasado. Siempre me pasa lo mismo, hago los cálculos y luego fallo, normalmente alcanzo el tren, pero no obstante, en otras circunstancias y en otras labores llego alcanzado del tiempo y claro todos en el trabajo me miran con la cara de “Juan, llegaste tarde de nuevo”, por supuesto no me lo dicen verbalmente,  sólo con las miradas.

El rastro del último tren aún titila en la vía, mágico, recordando que  he quedado atrás, rumiando mi descontento y muy malhumorado. Sin embargo, ya no podía  hacer nada sino sentarme a pensar o como dije anteriormente,  lárgame a caminar no sé a dónde, para acortar el tiempo del primer tren de la madrugada que  pasa como a las  630 am. El traca traca aún daba vueltas en mi cerebro, era un fantasma que se arremolinaba en el suave seseo del viento, dejando una huella de abatimiento en mi pecho. Entonces decidí acurrucarme en el escaño, cerca de la puerta de la estación, en donde había como un pequeño refugio bajo la enredadera de la flor de la pluma. Crucé mi abrigo y  bajé mi cabeza con el fin de cubrir un poco mi rostro. Traté de poner la imagen de mis hijos, durmiendo apacibles en sus lechos, mientras mi esposa dormitaba vestida sobre la cama, cansada de esperar que yo llegara en ese último tren, bueno era sólo una imagen que me calmó un poco. Creo que me dormí,  cuando un ruido  sobre los rieles me despertó sobresaltado. Como un ebrio  me levanté del escaño, no podía creer que ya  había pasado el tiempo de espera y el tren aparecía  para llevarme  a mi hogar. Rápido me acerqué  a la orilla y esperé que  parara por fin. Me sorprendí que yo, era el único pasajero,  al mirar a los alrededores me percaté que aún estaba muy oscuro, pero mi deseo de llegar a  casa no me dejó preocupar.

Apenas se abrió la puerta del tren entré de sopetón,  vi mucha gente sentada inmóvil en los cubículos, tal vez dormitando.  Encontré un asiento libre y solo y allí me dejé caer, estaba tal cansado y adormilado que  lo único que atiné fue a bostezar. Me arropé de nuevo  con la chaqueta y me dispuse a dormir un rato, desde allí tenía una hora para llegar a mi destino. En el vagón existía un silencio espeluznante, nadie  se movía o conversaba, nadie hacía  algún ruido o se levantaba, estiraba sus brazos, bostezaba, en fin, eché de menos ese movimiento habitual que hace un conglomerado de personas. Sólo se escuchaba el traca traca haciendo contacto con las gélidas vías. Las luces  del vagón se apagaron de pronto, guau,  tal vez un desperfecto, normalmente si está oscuro,  las luces van encendidas, Algo debe haber pasado me pregunté, y me acurruqué junto a la ventana. Afuera, los postes del camino  pasaban velozmente, tratando de ganarle al convoy, mientras los árboles se asomaban temerosos en señal  de despedida.

Nuevamente puse atención al resto de los pasajeros, me llamaba  profundamente la atención el silencio de esa gente,  ni un ronroneo, ni un ronquido, un suspiro, una conversación en  murmullo, nada. Y el tren seguía sin luz por lo que no podía distinguir qué sucedía con los pasajeros.

En un momento que pasamos bajo una claridad, pude divisar a mis vecinos, un matrimonio, me imagino, curiosamente absortos en su ventana sin un leve movimiento. Entonces me levanté del asiento y toqué el hombro del señor. Señor, señor, le dije,  ¿sabe a qué se debe que el tren vaya sin luz en los vagones? Esperé angustiado un breve lapso, por cierto el señor ni se inmutó en  contestar o moverse y replicar, por el contrario, ni siquiera volteó su cabeza para mirarme. Preocupado me levanté de mi asiento y caminé hacia donde se divisaba otra pareja de personas. Me situé en frente de ellos para que me vieran, tenían las miradas fijas en algo, no voltearon al escuchar mi voz, nada. Un pánico comenzó a subir por mis piernas y columna vertebral, toqué el hombro del señor sentado a la orilla  y este volteó su cabeza y luego con horror vi cómo ésta se doblaba hacia su pecho. ¡Oh!, una exclamación salió de mi boca, esto es una pesadilla, me dije, mientras retrocedía dificultosamente, trastabillando, sin saber qué hacer.

El tren seguía su curso y yo aún alterado, comprobaba  que en los asientos cercanos había una especie de maniquíes inertes. No sabía si eran personas, tal vez muertas o momias. Pensé que me daría un ataque al corazón, una puntada de dolor me doblegó hasta casi desmayarme. En ese momento que me doblaba, sentí una lengua caliente que lamía mi rostro. Asustado traté de levantarme soportando el dolor y me incorporé, sin embargo, en ese instante no pude y me desmoroné. Sólo recuerdo una voz pidiéndome que me despertara. ¡Señor, señor, por poco me vota!, exclamó un  anciano, menos mal que mi perro evitó que usted cayera y se azotara el rostro contra el pavimento. Oh, no supe que decir, estaba como anonadado,  entonces el  hombre señaló su reloj,  ¡ya es hora!, indicó, allí viene el ferrocarril de las 6:30am. Me levanté como un sonámbulo y subí al tren después del señor y su perro.

 

 

 

 

sábado, 1 de febrero de 2025

A CONTRALUZ


 

Quien mendiga una mano en medio de la tempestad,

noche,

y se haya naufrago a  la deriva sin nada que lo cobije

vive a contraluz, en soledad, sin calor, ausente de amigos.

Bajo los displicentes faroles están las huellas hollando memorias

y el tiempo las cubre con misericordiosa sombra.

 

Se queda el grito apagado y sin ruido pidiéndole al cielo la mano negada,

la palabra no dicha, el abrazo no dado,

huérfano, escondido entre cuatro paredes, suplica, gime

en soledad terrible.

 

No hay nadie a su lado, el vacío lo rodea, es como estar

en medio del pantano, circundado de ojos siniestros,

sin más luz que la curiosa mirada de la luna.

Tiembla el cuerpo, se dispara el pensamiento,

abres los ojos y no ves nada, gritas y la voz

se pierde tras un piar de pájaros, sigue el ruido

del agua y rápido se aleja.

 

Un halo inquisitorio revuelve tus ideas, asoman  miedos

ancestrales, alejan todo contacto humano,

entonces huyes, el temor es más fuerte

y te escondes en el rincón del desamparo,

apagas tu relación con el tiempo, te quedas taciturno,

sumido en algún lugar del cosmos.

 

Esta postura es desastrosa, hay que buscar la salida,

encuentra el eslabón y llega a su principio,

rescata el pensamiento obnubilando por lugares perdidos.

Sendas donde crecen  obstáculos interfiriendo

toda reconciliación con el presente.

 

El espejo tiene una mirada retrospectiva,

muestra lo que no quieres ver, lo dejado en una curva

insidiosa del destino.

No es tarde,

las manos siguen en el aire a punto de  encontrarse,

abre los ojos a la realidad,  deja de vivir a contraluz,

hay un espacio  esperando, palabras

esparcidas,  dejadas sin escuchar  reclamos,

un sinnúmero de circunstancias esperan tu regreso.

 

Despierta, mírate en el dintel del nuevo día,

abraza la frescura del alba y con nuevos bríos

da un paso adelante, en un prometedor camino.