Y él cayó en su trampa
entregándose y no queriendo
se dejó desnudar por completo.
Sus páginas cayeron sobre la alfombra,
su antigua textura
y el crepitar del reloj interno desbocado.
Se abandonó como un niño
con ligeros estremecimientos
y mensajes sin sentido.
La pieza poco a poco se llenó
de sudores, gemidos, obsesiones,
regocijos y contracciones rítmicas
que estallaban en el aire.
Sus miradas de lujuria se encontraron
y una fusión de risas,
pieles erizadas, rasguños,
caricias torcidas e intrépidas
invadieron a ese animal de dos espaldas,
que se batía en un insólito reto.
Él no reflexionó, se dejó llevar
por esa viscosidad sin límites
que le transportaba, lo torcía
y le daba dicha y placer,
para luego dolor y repudio.
Como un cuadro de Picasso quedaron mezclados:
La boca y el sexo,
los senos, la vulva,
el ombligo y la oreja,
lo seco y lo húmedo,
lo izquierdo y lo derecho,
lo público y lo privado.
Las piernas trenzadas,
las manos arañando el vacío.
La boca maldiciendo y mordiendo un pensamiento,
la culpa y la inocencia retorcidas de frío.
El hombre abrió los ojos por primera vez
después de salir de ese capullo,
sin entender cuál sería su segundo paso:
sueño o pesadilla, caminar o arrastrarse
y descubrir que clase de ser
despertaba envuelto en misterio.