Ayer se llevaron el cadáver de A, lo vi por el ojo de la cerradura de mi cuarto. Vivía justo enfrente de mí. Los enfermeros lo cargaron sin esfuerzo, creo que no pesaba mucho y estaba como encogido.
Yo llevaba dos días atrincherada por si acaso. No quería que viniera R a robarse mi ración, como lo hizo la semana pasada. Les declaramos la guerra antes de ayer porque cometieron una grave falta con las enfermeras y porque si no hay una disciplina, esto se va convirtiendo en anarquía. Como algunas no querían participar y son justo las más chismosas y ladronas, les advertimos que quiéranlo o no, están en esta guerra y sufrirán las consecuencias. Nos mantenemos en posición B, D y yo, H; y nos cuidamos la retaguardia. Cuando vamos al comedor una va primero y luego va la otra, nos turnamos. Nadie más que nosotras sabe nuestra estrategia a seguir. Lo que le pasó a A no es algo aislado, es parte de esta guerra. R, J y E se quedaron con la boca abierta y sabemos que están tratando de denunciarnos, sólo que no se atreven pues temen ser desmentidas por las propias enfermeras y por lo sucedido a A, que en paz descanse.
Apenas se fueron los enfermeros cargando el cuerpo de A, vi que sigilosamente J salía de su trinchera y tanteaba la perilla del cuarto vacío. Rápidamente B y yo salimos al pasillo y la quedamos mirando, entonces J se hizo la guevona y nos preguntó si todavía estaba el cuerpo de A en el cuarto y a qué hora sería el funeral. B le contestó que no mintiera, que sabíamos exactamente lo que ella quería. Era mi amiga... dijo, como para engañarnos. Tú no tienes amigas, todo lo que A dejó será para nuestro grupo, nos pertenece como trofeo de guerra, exclamé, y la corrí con una mirada amenazante. J salió casi disparada a su cuarto, por el corredor la recibió E que había estado observando todo por el rabillo de la puerta. Llamé a D y nos apostamos fuera del cuarto que perteneció a A. R vino portando un trapo blanco, nos pidió una tregua para ir al cementerio. Lo consultamos en el grupo y decidimos aceptar. Después de eso, tomé mi ración, la escondí en uno de mis bolsillos, luego todas caminamos hasta el final de la galería y salimos al patio. Nadie hablaba, sólo ellas hacían como que rezaban, pero yo sabía que no era así, nos vigilaban y nosotras a ellas.
Atravesamos el pequeño bosque, allí vimos el viejo cementerio a los pies del templo, todo rodeado de acacias y pinos que envuelve en un ambiente de paz y a la vez de soledad en el camposanto. Estaba el cura, las demás viejas y algunas enfermeras del asilo. Nos quedamos en el mismo lugar hasta que todo terminó. Al volver, ellas se vinieron por otro camino y nosotras directo a nuestra trinchera. Antes pasamos al cuarto de A y nos repartimos el botín. A mí me tocó un chal de lana con una punta deshilachada y una bata de levantarse con un hoyo en un bolsillo. No había muchas cosas, ya que a A le gustaba apostar sus pertenencias cuando jugábamos al carioca. Lo último que le ganamos fueron sus pastillas para el corazón y por eso estiró la pata, a pesar de que nos suplicó que se las entregáramos, no fue así, ella las perdió en buena lid. A las enfermeras no les importa nada, ojalá todas nos muramos pronto, ellas siempre se están quejando que la paga es una miseria, por eso no se meten con nosotras, nos dejan hacer lo que queramos con tal de no molestarlas mientras mantienen sus orgías con los mozos.
Al rato llegaron J y E a pedirnos que hiciéramos las paces o un alto a las hostilidades. Quiso darme la mano pero se la rechacé, la tiene llena de verrugas. Así nomás le dije, nada de protocolos. D les respondió que por el momento la tregua seguiría hasta nuevo aviso o hasta que ellas comenzaran a violar este acuerdo.
Por la noche nos fuimos a mirar el espectáculo en vivo que dan, de vez en cuando, las enfermeras en el cuarto del fondo. A ellas no les importa que las veamos besuquearse con el jardinero y el mozo de los mandados o con los nuevos enfermeros. A veces las películas se ponen bravas cuando las manos van y vienen por debajo de la ropa. Yo pienso que gozan más con el auditorio de viejas de mierda, que abren sus bocas desdentadas pidiendo más acción. A mí me gusta cuando la Leila, una enfermera de 36 años, bien entradita en carnes y Laura, la suplente de unos 40 años, flaca y dentuda, lo hacen con el muchacho que atiende el jardín de unos 22 años y está tiernito. Las dos se lo comen a besos y le bajan el pantalón y lamidas por aquí y manoseos por allá, por supuesto que a las viejas nos da mucha calentura y gozamos con solo mirarlos. Ay, ¿quién fuera joven no? Las enfermeras se lo pelean y lo tocan por todos lados hasta que el muchacho no aguanta más y allí mismo se vacía, y nosotras todas gritando alborotadas y muertas de la risa, pidiéndole que aguante, que aguante. Luego que termina la función hay que irse a la cama. Pero antes les damos unas manoseaditas a los muchachos cuando pasan por nuestro lado, mijitos ricos, le decimos, ¿cuándo nos toca una...? y ellos sólo se ríen, a ver si uno de estos días... ¿no? ¡Váyanse a dormir viejas calientes!, nos gritan con picardía, y nosotras todas coquetas nos vamos felices a recordar viejos amores. Esa es toda la entretención que tenemos. La mayor parte del tiempo la pasamos discutiendo con las otras y esperando que alguna se muera para ir al funeral y luego repartir sus pertenencias.
Aquí la vida es corta, muchas pasan pequeñas temporadas y se despachan por cualquier enfermedad. La comida es poca y es justo el punto de discordia entre las viejas, hay algunas ladronas que entran a los cuartos al menor descuido. A veces guardamos algo de la merienda para la noche, pero como los cuartos no tienen cerrojo cualquiera entra y desaparecen las cosas. A mi grupo le tienen recelo, somos bravas, no dejamos que nos roben y es uno de los motivos de esta guerra que tenemos con ese otro grupo, del resto de las viejas, no hay problemas viven en los otros pasillos y son más débiles, y nos tienen respeto.
Como aquí los días son lentos y tediosos nos entretenemos jugando carioca y otras veces bingo. Los domingos son los peores porque casi no viene nadie a visitarnos, somos las olvidadas de la sociedad, lo que los familiares se deshacen con mucha facilidad. En mi caso estaba sola y por eso me vine aquí pensando que tendría más compañía. Un doctor viene cada quince días o cuando hay una defunción. Es un charlatán, nos da pastillas y recomendaciones. Creo que nos tiene desahuciadas de antemano pues no le inquieta que una se queje de algo, él sólo se limita a decir que ya pasará. Yo lo he escuchado hablando en la oficina con la Laura, dice que somos unas pobres indigentes y le recomienda que nos haga bañar más seguido pues apestamos. Vivimos de la caridad de unas monjas que nos traen los escasos alimentos, por eso es bueno que alguna se muera para que nos den más, pero en vez de eso, normalmente llegan otras.
Lo único agradable es que vamos pasando por este lugar muy rápido, muchas vienen a morirse. Pienso que como estamos tan cerca del cementerio, la tierra nos empieza a atraer apenas pisamos este asilo.
Con B somos las más compinches, nos pasamos horas charlando y pelando a cualquiera que pase cerca. D nos contó que en el otro pasillo llegaron dos viejas que son lesbianas, se la pasan de la mano y ella las ha visto acariciándose, entonces tenemos planeado ir a verlas para cambiar un poco las películas, aunque yo les comenté que ver a las enfermeras es más divertido que mirar a un par de viejas guevonas haciendo tortillas.
Me gusta observar el cuerpo de los mozos jóvenes llenos de energía, cogerse a las enfermeras una y otra vez. Son insaciables y a nosotras se nos llena la boca de baba de puro caliente, B se muere de la risa porque dice que ella era igualita a la Leila de gozadora. También participa la Matis, cuando tiene turno tarde, es muy fogosa y los mozos quieren de inmediato con ella, entonces las otras se ponen celosas, es muy divertido verlas pelearse a los hombres como si fueran muñecos. Yo pienso que la Matis trabajaba o todavía trabaja en algún prostíbulo pues no tiene ningún escrúpulo en quitarse la ropa y exhibir todas sus partes sin la menor vergüenza, las otras son un poco más reservadas, aunque después de un rato pierden su pudor y hasta nos ignoran. Hay una complicidad tácita en el asilo, nadie habla del asunto, las enfermeras nos miran con indiferencia durante el día como si nada, pero llegando la noche ellas mismas nos permiten asistir a sus orgías. Creo que el grupo de viejas con sus miradas lascivas las calienta más que si estuvieran solas. Y nosotras nos vamos en puras miraditas y algunos chillidos y risotadas, ¿qué más nos queda? Nunca han querido prestarnos al Samuel para pasarle la mano por alguna de sus buenas partes, son muy egoístas, sin embargo no podemos ofendernos, de todos modos nos dejan observar para darnos un poco de felicidad.
Del grupo de viejas mironas sólo quedamos seis, el resto se acuesta temprano o se encuentran muy enfermas. Estamos sentenciadas a no mencionar lo de las enfermeras, de todas maneras nadie nos creería, dicen que cuando vieja uno se pone fantasiosa. Recuerdo que una vez una vieja del otro pasillo, llamada Margarita, le trató de contar algo al cura, y éste muy intrigado le habló a la Leila, ella se encargó de desmentir todo diciendo que esa viejita estaba muy mal y sufría de alucinaciones. En castigo por lo lenguaraz la salamos, me explico, es entre todas ponerle sal en el sexo, nos reímos mucho porque la vieja esa, tuvo que tomarse un baño por el escozor que la sal le produjo, fue muy divertido, claro que quedó sentenciada porque la próxima sería peor, pero se murió antes.
Para los castigos somos implacables. No queremos perder los pocos privilegios que las enfermeras nos dan, es como alargarnos en una pequeña dosis la misma vida. ¿Qué más da? ¿Cuántos años nos quedan? Yo soy la más entusiasta en no desperdiciar el poco tiempo que nos queda, por eso es lo de la guerra con las otras, ellas han quebrado el pacto de lealtad que teníamos, casi quedan al descubierto las enfermeras; una noche el médico llegó de improviso alarmado por un comentario de A y J, sobre que algo pasaba al final del pasillo, sus envidias las llevaron a ese extremo. Por casualidad escuchamos a E comentar que el médico vendría esa noche y fuimos a poner sobre aviso a las enfermeras. Cuando vino el doctor todas dormíamos como angelitos y no encontró nada anormal en el asilo, hasta nos contaron que se molestó con esas viejas. Como no podemos castigarlas ya que son tres, igual que mi grupo, entonces decidimos declararles la guerra, y tenemos el apoyo de Leila, por eso nos tienen miedo, les hemos augurado lo peor. La muerte de A creo que las tiene muy inquietas, ya están tratando de hacer las paces, sin embargo, queremos alargar un poco más esto, pues nos ha dado algo de diversión y las mantenemos a raya con la boca muy cerrada y los ojos muy abiertos.
Bueno, pienso que mañana de seguro habrá otro funeral, hay una vieja del otro pasillo que no ha dejado de quejarse en toda la noche, por consiguiente, es un anuncio no muy alentador para ella, y para nosotras, la posibilidad de adquirir algo interesante en el botín. A primera hora veremos qué nueva táctica empleamos para entretenernos. Por el momento J, R y E, creen esto de la guerra y se han sometido a nuestro designio.
qué relato, comadre, tiene de todo, suspenso, emoción, clímax y un desenlace abierto... felicitaciones, Ro
ResponderEliminarGracias comadre, agradezco tu comentario, este cuento ganó el primer lugar en el concurso de cuentos de revista el Grifo en año 2009. Besitos de Marianela.
ResponderEliminarya sabía yo que lo había leído, no obstante por excelente hice enlace en facebook para deleite de quienes saben de narrativa.
ResponderEliminarabrazobeso, Ro
Gracias comadre por ese enlace. Besitos de Marianela
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