sábado, 15 de septiembre de 2012

EL RASTRO DEL CÍCLOPE


El ojo del Cíclope me observa imperturbable
entre nubes lloronas.
Lanza sus tenues rayos a punto de desaparecer sobre el horizonte,
le imploro que no se vaya,  aun  necesito su certera flama,
mas, el crepúsculo se tiñe de su sangre ante mi  atribulada presencia,
no escucha, va cerrando su pupila embebido en su propia somnolencia,
mientras gaviotas adormiladas granan  su vuelo
buscando un espacio en las cimas  del atardecer.

 El Cíclope sigue su camino rumbo a otras tierras que entibiar
y en su lugar,
la noche, desvela su manto colmado de estrellas
en un afán de mostrarme que  todo continua bajo su comando.
Ella  abre paso a la blanca dama que peina sus cabellos en el espejo marítimo
y desde su lugar me besa como abnegada madre.

Algo aquieta mi espíritu, los miedos vuelan lejos.
Tras los cristales, los veo dirigir sus tenebrosas alas hacia un punto
indefinido en el universo.
Las nubes se han ido también siguiendo el rastro del Cíclope
como una comparsa de entusiasta alegría.

Y yo, quedo esperanzada que habrá un nuevo día para mí.
Mañana, el alba entregará otro momento de vida con su anuncio
de trinos y ruidos
y mi amado Cíclope, volverá con su carruaje festivo
a entibiar  mis recelos y despertar sueños alicientes
con promesas que cada atardecer se llevará consigo a otras latitudes,
abandonando mi destino en brazos de la vigilia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario