Dejó los zapatos
en la desvencijada ventana, justo en el lugar en que faltaba un vidrio. La luna
la miró intrigada desde el alto cielo y
allí se quedó por un momento iluminando la mediagua.
La verdad es que ella no creía en ese señor que los niños llamaban Viejito
Pascuero, pero de tanto escuchar hablar maravillas de ese generoso anciano,
podría dejar que la esperanza invadiera
por un tiempo su corazón. Entonces
permitió que la imaginación cruzara la barrera de lo imposible. En sus
ojos renació un singular brillo.
Miró sus escuálidos zapatos, no son los mejores, pensó, pero aún le servían. Quiso sacarlos de
ese lugar y calzarlos de nuevo, sus pies se habían enfriado y los necesitaba
pues no tenía otros. Sin embargo, el deseo de que se cumpliera un milagro y algo bueno cambiara
en su vida fue más fuerte y prefirió meterse en la cama y entibiarlos entre las
raídas frazadas.
Desde allí podía contemplarlos, mientras
en el cielo la luna se asomaba después de esconderse tras una nube,
mostró su pálida carita, igual que Renata con sus nueve
años y su palidez de luna. No podía dormirse antes de que regresara su
madre con alguna sobrita para
acallar esa hambruna que habitaba en su
estómago desde hacía tanto tiempo. Trato
de concentrarse, fijando la vista en el hueco de la ventana, desde allí podría
ver a ese gordo señor que los niños de
su barrio esperaban esa noche con ansiedad. Entonces, tal vez, al ver sus
zapatos, le dejaría un regalo, porque esa era una señal de que ella creía en
él. Eso pensó, a pesar de que en otros años nada había sucedido, claro nunca antes había dejado
sus zapatos allí, si su mamá se enteraba podría darle una reprimenda, y si
alguien pasaba y los robaba sería peor.
Para no dormirse se puso a cantar, sin perder de vista sus zapatos, por
supuesto que se le agotaron de pronto las canciones. Luego se puso a recitar,
pero el cansancio fue cerrando poco a poco sus ojos, aunque luchaba por
mantenerse alerta, no pudo y cayó dormida en un pesado sueño. Soñó que un señor
gordo y grande se detenía junto a la ventana, la llamaba, Renata.... Renata ¿no
has dejado los zapatos en la ventana, cómo quieres que te deje un regalo?
Viejito Pascuero, si los dejé, se lo aseguro. Pues no veo ninguno y ya casi me
voy, contestaba el anciano. ¡Oh, no, me los han robado!, exclamó la niña a
punto de ponerse a llorar. ¿Qué vamos a hacer Renata, no tienes otros zapatos
que dejar? Perdón, señor, eran mis únicos zapatos, musitó ¿ahora que haré para
ir a la escuela? Las lágrimas asomaron a sus ojos y corrieron por su carita sin
poder evitarlo. Por favor señor, le suplicó, ¿me podría regalar un par de
zapatos?, le prometo que los cuidaré mucho. Entonces el Viejito se tocaba la
barba y luego de pensar unos segundos le decía, ¡Ay, Renata!, me harás romper mis reglas, pero sé que eres
sincera y por esta vez me has convencido, te dejaré un par de zapatos, será mi
regalo de navidad.
Renata se contentó tanto que cogió los zapatos nuevos y los colocó junto a
su pecho con mucha felicidad. Muchas gracias señor Pascuero, decía
mientras el anciano se alejaba con una
amplia sonrisa.
Cuando llegó la mamá de Renata ya
eran pasadas las doce de la noche, se había demorado en el centro, la patrona
como nunca, le regaló unos cuantos pesos más y pasó a una juguetería que
estaba a punto de cerrar y les rogó que
le vendieran una muñeca, la última que quedaba en la vitrina. La dependienta la
hizo entrar conmovida por la humildad de la señora. Luego esperó pacientemente
el bus para llegar a su casa. Iba feliz por llevarle un regalito a su querida Renata, además de
acarrear unas sobritas de la cena de su patrona.
La señora silenciosamente, fue hasta
la cama de su hija, la vio tan plácidamente dormida que no quiso despertarla,
pero le llamó la atención que su hija tenía un bulto entre sus brazos, curiosa
y con mucha precaución separó sus manos
y vio que la niña tenía los zapatos
viejos junto a su pecho, con cuidado los
quitó y en su lugar puso a la hermosa muñeca. Luego la abrigó dándole un beso
en la frente.
Al día siguiente Renata no podía creer que entre sus brazos estaba el
regalo que el Viejito Pascuero le había dejado esa noche. ¡Mamá, Mamá, yo creo
en él!, exclamó con júbilo. ¿En quién
crees ahora, hija? ¡En el Viejito
Pascuero, Santa. ¡Mira lo que me ha dejado! Oh, qué hermosa muñeca Renata, yo
también creo en él, contestó la madre con
una sonrisa de amor en los labios.
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