La calle
solitaria abre sus fauces y la convence de seguir su ruta. Los faroles guiñan
sus ojillos crepusculares llenos de un enjambre de polillas encandiladas. Ella
se ampara en su buena suerte, la lleva colgando de su cuello como un amuleto y
de vez en cuando la palpa para saber que
está allí, colgando de un precipicio imaginado.
La acera despide fulgores desde su cara mojada, es otoño y las lágrimas de
la primavera que se aleja quedan
suspendidas en cualquier parte, y entonces caen
dejando el asfalto con una película de humedad, un espejo acuoso. La
soledad se apega a su lado, tiene terror
de encontrarse cara a cara con el bullicio de algún burdel, clientes
satisfechos bajan con el cigarrillo a medio fumar y con unas carcajadas
despiden a las damiselas, ellas, después de verificar que el dinero está a
salvo debajo de sus escotes, entre los
mullidos senos, cierran la puerta tras una
fingida sonrisa.
El silencio se hace dueño de la calle, tapa todos los agujeros del ruido,
los asfixia bajo su gélida ala, coloca su mano enguantada sobre los hombros de ella que camina deslizándose sin omitir
sonido. Se siente clandestina, obligada a refugiarse entre las sombras y
faroles somnolientos, sin embargo ha rehusado la compañía del miedo, se lo
advierte, no lo quiere junto a ella, es más grata la callada soledad que se
apega a su andar y se confunde de vez en cuando con su sombra. Mientras camina,
la calle la invita a seguir, queda poco, le dice quedamente.
Es la misma calle de ayer a esa hora en donde todo sucedió, el recuerdo la
estremece, toca su cartera, claro, el
hombre quiso arrebatársela, pero ella no
cedió, esperó un instante que se hizo un siglo y cuando ya no
veía escapatoria, le blandió el puñal que llevaba en su mano, una y dos
estocadas y un bulto cayó con un quejido
de piedras. No quiso darse vuelta a mirar, corrió hasta quedar sin aliento, dio
vuelta la esquina y logró llegar a su departamento.
Hoy no tiene miedo, la calle lo sabe, por eso no la asedia, la incita a
seguir sin apuro, nadie se cruzará en su camino, se lo garantiza, con esa daga
que lleva empuñada en su mano izquierda será difícil que alguien la intimide de
nuevo. Por eso, deja que se vaya junto al silencio que va cubriendo sus pisadas,
más allá de la discordia.
Es precioso Me encanta muchas gracias por compartirlo
ResponderEliminargracias a ti amiga Pepi por leerme, besitos de Marianela
ResponderEliminaruy, comadre, el suspense que le estàs otorgando a los ùltimos relatos, estàn de miedo... del gusto de la miss... felicitaciones
ResponderEliminarComadre así me gusta ponerle un toquecito de suspenso y hacer más interesante el relato, jeje, besitos y gracias por tu comentario.
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