lunes, 1 de diciembre de 2014

LA CALLE


La calle solitaria abre sus fauces y la convence de seguir su ruta. Los faroles guiñan sus ojillos crepusculares llenos de un enjambre de polillas encandiladas. Ella se ampara en su buena suerte, la lleva colgando de su cuello como un amuleto y de vez en cuando la  palpa para saber que está allí, colgando de un precipicio imaginado.
La acera despide fulgores desde su cara mojada, es otoño y las lágrimas de la  primavera que se aleja quedan suspendidas en cualquier parte, y entonces caen  dejando el asfalto con una película de humedad, un espejo acuoso. La soledad se apega a su lado, tiene  terror de encontrarse cara a cara con el bullicio de algún burdel, clientes satisfechos bajan con el cigarrillo a medio fumar y con unas carcajadas despiden a las damiselas, ellas, después de verificar que el dinero está a salvo debajo de sus escotes, entre  los mullidos senos, cierran la puerta tras una  fingida sonrisa.
El silencio se hace dueño de la calle, tapa todos los agujeros del ruido, los asfixia bajo su gélida ala, coloca su mano enguantada  sobre los hombros de  ella que camina deslizándose sin  omitir  sonido. Se siente clandestina, obligada a refugiarse entre las sombras y faroles somnolientos, sin embargo ha rehusado la compañía del miedo, se lo advierte, no lo quiere junto a ella, es más grata la callada soledad que se apega a su andar y se confunde de vez en cuando con su sombra. Mientras camina, la calle la invita a seguir, queda poco, le dice quedamente.
Es la misma calle de ayer a esa hora en donde todo sucedió, el recuerdo la estremece, toca su cartera, claro,  el hombre quiso arrebatársela, pero ella  no cedió, esperó un instante que se hizo un siglo y  cuando ya no  veía escapatoria, le blandió el puñal que llevaba en su mano, una y dos estocadas y un bulto cayó  con un quejido de piedras. No quiso darse vuelta a mirar, corrió hasta quedar sin aliento, dio vuelta la esquina y logró llegar a su departamento.
Hoy no tiene miedo, la calle lo sabe, por eso no la asedia, la incita a seguir sin apuro, nadie se cruzará en su camino, se lo garantiza, con esa daga que lleva empuñada en su mano izquierda será difícil que alguien la intimide de nuevo. Por eso, deja que se vaya junto al silencio que va cubriendo sus pisadas, más allá de la discordia.


4 comentarios:

  1. Es precioso Me encanta muchas gracias por compartirlo

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  2. gracias a ti amiga Pepi por leerme, besitos de Marianela

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  3. uy, comadre, el suspense que le estàs otorgando a los ùltimos relatos, estàn de miedo... del gusto de la miss... felicitaciones

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  4. Comadre así me gusta ponerle un toquecito de suspenso y hacer más interesante el relato, jeje, besitos y gracias por tu comentario.

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