jueves, 15 de diciembre de 2016

CASA INVADIDA



Todo comenzó con una silenciosa invasión, casi imperceptible, silente a todo ojo escudriñador. Fue ganando espacio, hasta que se hizo visible, sin alarma, aún no era una amenaza, no había por qué preocuparse.
Eso se pensó, y continuaron sus tareas casi ignorándolas. Sin embargo, esa lánguida reacción fue la que aprovecharon las invasoras para ir ganando espacios importantes. La cocina y la alacena fue una de las principales conquistas, los ocupantes horrorizados lanzaron los paquetes de galletas y mermeladas directo a la basura y no con eso pudieron expulsarlas, era una columnas de hormigas rojas que llegaron para quedarse y continuaron por las paredes de la casa, sobre la mesa y  se apoderaron del baño. Ni el agua ni los sprays las ahuyentaron, por el contrario día a día aumentaba el ejército de invasoras.
Los  habitantes de la casa  buscaron en vano el nido en donde se hallaría la reina para acabarlas de una vez por todas, pero sus esfuerzos no las hicieron retroceder, no pudieron encontrar la madriguera. Entonces llamaron a un exterminador de plagas. Ese día la familia se trasladó a una posada mientras el aniquilador colocaba su artillería de “antitodo” para eliminar esa molesta plaga. Sí, que el hombre se dio cuenta de que  esa clase de hormigas eran muy diferentes a las otras, estas mantienen varias reinas y aumentan su ejército, aunque eliminaras a un grupo, igual  los otros nidos continúan la batalla.
Una nube tóxica llenó todos los rincones de la casa e incluso escapó por  los orificios inimaginables, formando una bruma alrededor de la base de la casa que daba la impresión de volar  sobre el césped del jardín.
La familia se ausentó por dos días según las instrucciones del exterminador, quien les había garantizado la eliminación de la plaga para siempre. Cuando regresaron aún la casa olía  a ese producto penetrante y extraño que  había expulsado a las audaces invasoras. El padre abrió todas las ventanas y así aireó las piezas, percatándose de que la molesta plaga ya no existía.
La madre mudó las camas con sábanas limpias y todo volvió a su ritmo normal por una semana completa. Los niños miraban las paredes y los cielos rasos y preguntaban a sus padres si las hormigas ahora eran invisibles, porque  no encontraban nada trepando  sus muebles de juguetes.
Poco duró la paz, una noche la mujer despertó de improviso, cuando sintió que algo le caminada en el rostro y sobre sus brazos desnudos. Encendió la lámpara alarmada y temerosa pensando que le había dado alergia,  al verse cubierta de hormigas dio un enorme grito que despertó a su marido  en iguales  circunstancias. El hombre saltó de la cama sacudiéndose el pecho y los brazos, y comprobó con horror que su cama estaba llena de hormigas, se vistieron de prisa y  fueron a la pieza de los niños y la misma escena los hizo temblar, tomando a los dormidos hijos  les sacudieron las hormigas que ahora cubrían los muros, el techo, el piso y todos los muebles. En ese instante la luz se apagó. Salieron de la casa a tientas, con sólo lo puesto, entraron al auto y  huyeron lejos.
Hasta el día de hoy nadie ha podido habitar esa casa que permanece totalmente cubiertas de hormigas rojas.




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