viernes, 15 de enero de 2021

DESDOBLAMIENTO

 

Dijo que lo halló herido en el lago  Xochimilco, “lugar de la sementera florida”, según el lenguaje náhuatl. Que tal vez lo había atropellado una de las trajineras que a diario pasean turistas por esas aguas con belleza forestal. Venía herido de una de sus extremidades superiores, es decir, sin uno de sus brazos. Me dio escalofríos y le reclamé que porqué traía eso a nuestra casa. Me contestó que  habría sido inhumano dejarlo morir allí,  que ahora, la gente está tan insensible como tú, me reprochó. No es que sea insensible, es que me da nervios ver una herida, la sangre siempre ha sido mi punto débil, argumenté, me produce náuseas y quedo a punto de desmayarme, agregué, pero él no contestó y continuó rastreando en la casa un lugar para eso. Lo escuché murmurar que a pesar de ser esa área, “patrimonio cultural y natural de la humanidad”, mucha gente no tenía la remota idea de lo que eso significaba. Que todos iban a pasarlo bien sin importarles dañar el medio ecológico, la flora y la fauna, en fin, seguía rezongando, mientras hurgaba algo en la cocina.

Cálmate, no te hagas mala sangre, dije tratando, de que no le diera tanta importancia, a eso, es sólo un bicho. Fue peor, se enojó más aún, vino a mí y me dio una disertación, dijo que Xochimilco, estaba allí desde la época prehispánica, que hubieron varias tribus indígenas llamadas, una Copilco y otra Cuicuilco, y que habitaban la ribera sur, cuando el lago era inmenso, formado por varios otros lagos. También mencionó que los indígenas construyeron las anáhuac que eran unas especies de porciones de tierra ganadas al lago, como islas artificiales, llamadas chinampas que flotaba sobre el agua con sembrados de maíz, chile, fríjol y calabazas, una antigua técnica agrícola. Muy inteligentes, le interrumpí, pero ¿a qué viene toda esta aclaración, si yo sólo he objetado a ese animal? Deberías interesarte en seres como éste, tú no sabes lo importante que son para la ciencia, por varias cualidades que tienen, y  no le digas bicho, ¿crees que no te escucha lo ofensiva que  eres? ¿Te gustaría estar en su lugar con un brazo cortado, herida y sin un poco de respeto? Exclamó eso,  al tiempo que se iba nuevamente a la cocina.  Escuché a Pablo sacar agua potable y llenar  algún tiesto.

Ya, listo, lo dejaré cerca de la ventana, no me lo muevas de allí, iré a comprar algo de lo que come para que se recupere, me dijo mientras se colocaba la chaqueta y tomaba las llaves del auto. Oye, ¿lo dejarás aquí en la sala? Claro que sí, ¿o quieres llevarlo al dormitorio y que duerma entre nosotros? Y salió de prisa cerrando la puerta.

No lo puedo creer, este animal me ha arruinado el día, pensé. Pablo le está  dando más importancia que a mí que soy su mujer. ¿Qué se cree?

Traté de serenarme, tenía  como una curiosidad y miedo a la vez de mirar a esa cosa que flotaba sin movimiento en el centro de la pecera. No quería acercarme mucho, me intimidaba, tal vez podía saltar  hacia mi rostro, y morderme, ¡qué sé yo! Traté de no pensar en él y me puse a ojear una revista. Sin embargo, de vez en cuando le daba una mirada de reojo a eso que seguía estático en el centro del agua. ¿Qué raro, se habrá muerto? Pienso que sería lo mejor, pues no quería vivir con esa alimaña en  mi casa.

 Pablo regresó, estaba más tranquilo, traía un paquete con algunas cosas, me dijo que  había pasado a un negocio de mascotas y que había conseguido alimento para Green. ¿Quién es Green? Pregunté sorprendida, pensando que a lo mejor Pablo había adquirido otro animal.

Es mi mascota, la que encontré herida en Xochimilco. Ah, es eso, contesté con ironía. ¿Se puede saber qué come?, ¿no come dedos? Jaja, qué divertida eres,  Green sólo come camaroncitos, larvas rojas de mosquitos, trocitos de pescado, lombrices de tierra y pescaditos vivos. ¡Qué horror, es un caníbal!, ¡una piraña!, exclamé. Ya, no seas trágica, míralo si es tan pequeño y  enfermito, por eso no se mueve, pienso que debe dolerle mucho esa herida. ¡Míralo tú, yo no quiero ver eso! ¡No quiero nada con él! Está bien, no te preocupes yo le cambiaré el agua y lo alimentaré, pienso que cuando se mejore lo devolveré a su hábitat. ¿Te parece, princesa escrupulosa? Asentí con esperanza.

Esa noche soné que el ajolote  andaba arrastrando su cola por la sala y había crecido del tamaño de un gato. Yo me quedaba sin habla, paralizada al verlo acercarse a mí con esa mirada de dolor, y me decía que sufría mucho,  y su dolor atravesaba mi corazón, despertándome con un grito. Pablo me abrazó y  preguntó qué pasaba, si había tenido una pesadilla y sólo moví afirmativamente la cabeza mientras gemía sin saber por qué me dolía tanto algo que no podía explicar. No quise contarle el sueño, pensé que él se molestaría con mi insistente rechazo a su mascota.

Días después, observé al ajolote, o axolotl, como lo llamaban los indígenas, y que significa “perro de agua”. No le encontré nada parecido a un perro, pero allá ellos.

Pablo llegó esa tarde lleno de euforia, ¿has notado princesa,  que nuestro Green ha crecido? Ah y lo más sorprendente es que le está saliendo algo en el lugar de su brazo perdido. ¡Qué asco! ¿No tienes algo más interesante que conversar, que no sea de tu Green?  Princesa no seas así, si hasta cuando me ve, se acerca a la orilla del acuario y me mira mientras le hablo, yo pienso que me escucha. Por favor, Pablo, ¡es sólo un insecto! No, no, estás totalmente equivocada, es un anfibio de la familia de las salamandras tigres, y lo peor es que están en peligro de extinción, por la ignorancia de la gente que las mata, porque  son comestibles.  Sabes tú que  son muy importantes para la ciencia y para algunas enfermedades crónicas, pues los ajolotes pueden auto generar, cualquier miembro de su cuerpo extirpado, incluso parte de su cabeza. Son increíbles, todo lo leí en un artículo científico. Ah, qué interesante, ¿podríamos salir  de compras?, contesté con desgano.

Dormía placidamente cuando sentí que una gota de agua caía en mi frente, y al abrir los ojos veía el rostro agigantado del ajolote mirándome con mucha pena, y me mostraba su brazo que ya tenía una especie de muñón. En ese instante Pablo me remeció, princesa ¿qué pasa? ¿Tienes otra pesadilla? Oh, así parece, dije mientras enjugaba el sudor de mi frente. Perdón, sólo era un mal sueño, nada más, expliqué tratando de serenarme. ¿Qué me pasa? Estoy sugestionada con ese bicho pensé y traté de seguir durmiendo.

Esa tarde Pablo me contó que  los ajolotes podían vivir unos  veinticinco años en condiciones normales, que llegaban a treinta cms. de longitud y que tienen branquias externas muy largas, además, agregó, que axolotl para los indígenas era la encarnación del dios Xólotl. No quise contestar mal, pues Pablo se veía muy entusiasmando con toda esa información.

Sabes princesa, que nuestro Green tiene ya dos meses en nuestro hogar y parece feliz, ha crecido un buen poco, y tiene bien definido su brazo perdido,  casi siempre reposa en el fondo del acuario pero apenas ve que me acerco sube a la superficie y me mira con sus ojitos tan tiernos, que le he tomado mucho cariño y pienso que me conoce. Ah y a ti también. ¿Por qué si yo no lo miro, ni me acerco a su pecera?, exclamé sorprendida. Pues verás que cuando tú hablas él se pega al cristal como si te escuchara. ¡Ya, para, no me gusta que me digas eso, me asustas!

Princesa no es para que te asustes, todo lo contrario, no le tengas miedo, es nuestra mascota. ¡No, no señor, es tu mascota, no la mía! Bueno, es mi mascota y es inofensiva.

Cuando cumplió tres meses  de estar en nuestro acuario, Pablo, entusiasmado me  informó que ese domingo iríamos a  Xochimilco y dejaríamos libre a Green pues se había recuperado totalmente y ahora lucía su nuevo brazo. Oh, es la mejor noticia que me has dado, respondí con una sonrisa.

 Pablo cumplió con su promesa y ese domingo llevamos a su Green  a Xochimilco, cerca de la orilla, buscó un lugar en donde no  pasarán muy cerca las trajineras y sus odiosos  ruidos. Allí, la dejó sobre el pasto y le sacó una fotografía, luego la conminó a entrar al agua. Desde el agua,  Green nos miró con una mirada de agradecimiento, según Pablo, y luego desapareció de la superficie. Yo respiré de alivio.

 

Ya  ha pasado un mes de  ese domingo, algo pasa,  no puedo dormir, el agua está muy helada, trato de mirar a través del cristal y veo a Pablo que trajina en la sala. Nado hacia la superficie y le llamo, ¡Pablo, Pablo, sácame de aquí! ¡Por favor ayúdame! Pero Pablo no escucha, y yo me  agito desesperadamente, tratando en vano de salir de este acuario.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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