Cansado del alma vagas hombre de mirada oscura,
de desgreñados cabellos, sudor y duelo.
Cansado de arañar
la tierra, extraer sus vísceras metales,
de oscurecer tu rostro
el ferruginoso cobre te ha hermanado.
Hombre minero, trabajador, entras al filón del
desconsuelo
sin saber si volverás a ver mañana, el azul del cielo en despedida,
el pájaro, el árbol, la montaña, el rostro infantil, el
de tu casa.
Llevas el sabor amargo de la eterna noche
que camina túneles y arterias, se adentra como sombra
a tu cuerpo en
agonía.
¿Reposarán algún día tus estrellas en el firmamento
de una verdadera noche?
¿O quedarás como quedan algunos cuando el socavón
los ha desconocido?
Hombre convertido en mineral, en piedra,
párpados que olvidaron la luz del día,
no lo sabes, pobre de ti, no lo sabrás nunca:
bajo el casco ennegrecido, tus ojos no han dejado de
cuidar
los sueños refugiados en la almohada.
Noches oblicuas te circundan sin más luz
que el encendido
fósforo de tu frente,
sin más calor que el reflejo cálido de la tierra.
Hombre minero, recio, cada vez que bajas al abismo
espacio,
la muerte compañera
se te adhiere como sombra,
te sigue, no te deja, y apremia en cada esquina
el momento que caigas en sus brazos.
Mas tú no temes,
bajas decidido a la batalla,
entras con coraje en las venas mismas,
el corazón turbulento y rojizo de la tierra.
Y cada
pedazo, cada gota de petrificada sangre,
lágrimas cetrinas que emergen a la superficie,
llevan parte de tu integridad adjunta
en el ir y venir las galerías.
Porque ya eres parte de la piedra:
eres metal, polvo
cósmico en la roca,
el ADN, la enigmática Gea que se adentra por tus poros,
en cada paso, en
la huella y en el aire que respiras.
Hombre profundo de mirada oscura,
perteneces a la tierra, estas ligado al útero del magma
eres más que sangre, su propio cuerpo
y no podrás desasirte de su oscuro abrazo
hasta la noche en que reclame tu estadía.