Las sábanas reclaman tu presencia, están
desorientadas, necesitan tu calor, acariciar la desnudez de tu cuerpo, besar tu
pecho amable. Todo te recuerda y te aguarda. El invierno enfrió el ambiente, hay
un rastro de melancolía deambulando los espacios, hurgando entre las cobijas.
Por la ventana se deslizan frágiles
gotas de rocío, el aliento gélido del alba indica que fuera y dentro de la
pieza, tú no has venido. No hay pisadas en mi puerta, sólo un semáforo parpadea
a lo lejos aburrido de la espera, se duerme de tanto hastío. Mi corazón se
desata en una lluvia agorera con la tristeza del tiempo que pasa frente a mi
ventana.
¡Oh invierno!, besas con labios de hielo
y quemas mis mejillas. No hay pañuelo que contenga estas horas enmudecidas. No
hay un hombro que recoja un gélido abrazo. La brisa golpea suavemente los
cristales, quiere que le deje el paso para calmar su prisa, mientras en el
cielo relampaguea una nube en desafuero, se desata en inverosímiles lamentos.
Cuarto deshabitado de tu presencia, se
oscurece y reina el laberinto indescriptible de la soledad. El deseo se evapora
por entre las ranuras del olvido. No hay escapatoria, la espera yace
petrificada en la puerta de calle. No quiere entrar ni salir, es sólo un
quejido de bosques y cortezas congeladas de inanición, pareciera un centinela
que ha quedado con su farol en medio de la vía férrea avistando a un tren que
ya no existe.
¡Oh!, estación lúgubre y desocupada de
calor. No tienes inclemencia, pasas y lo envuelves todo con tu capa
indiferente, llenas de estiletes de cristal mi corazón abandonado en un lugar
cercano al precipicio de la nostalgia.
¡Oh amado!, sin tu presencia el tiempo
se hace eterno, sin el calor de tu abrazo, el invierno se ha hecho dueño de mi
cuerpo.
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