(Abril 12-13 de 2014)
Un abanico de fuego se eleva sobre el borde de los cerros,
lame con audacia los vientres de las nubes hasta hacerlas
sonrojar.
La hoguera
acrecienta su poder en los brazos
del siroco
y consume todo a su fatídico encuentro.
No es la primera vez, los porteños lo saben y pagan las
consecuencias
por dementes desquiciados que no se detienen en su afán
de destrucción.
El fuego alimentado por todo lo servible e inservible
avanza despiadadamente
sobre los hogares que le salen al paso.
Las lenguas
voraces acallan el rumor del agua, las súplicas de los árboles,
llenando su ardiente caudal, de nidos e inocentes
animales y aves.
Todo es consumido con ávido apetito que avanza más allá
de la desgracia,
de lo inimaginable,
dejando sólo un carbón encendido sobre el arcoíris del puerto.
Las pérdidas humanas son cuantiosas,
irreemplazable en el corazón de sus apesadumbrados deudos,
el fuego no es amistoso cuando es liberado de sus
cadenas,
cuando el viento lo
acompaña en sus andanzas,
sueltos a su propia merced dejan un reguero de dolor en
su camino,
quince muertos y muchos heridos, diez mil damnificados
y una destrucción que no tiene límites.
Bomberos y voluntarios, luchadores incansables son a
veces envestidos,
la bestia en llamas no respeta nada en su ardiente paso.
Hombres audaces que lo dejan todo por socorrer a los
indefensos,
a veces perecen en las fauces de las llamas, arriesgan
sus vidas
por salvar otras
más desafortunadas y en su faena no
escatiman en
caer consumidos por la desgracia.
El abanico del puerto está de luto, no puede sacudirse el dolor que lo embarga,
es demasiado pesar, no deja respirar, mostrar sus atributos
como Patrimonio de la Humanidad.
Cada día es más agobiante el mantener ese título, sus
otrora hermosos edificios coloniales están enfermos de descuido,
de indiferencia, abandonados son presas fáciles de
inescrupulosos bandidos
que socavan sus entrañas
hasta hacerlos colapsar
encendidos de oprobio.
El puerto no sale
totalmente de una desgracia para caer en otra,
los incendios en los cerros florecen en descuido y
vandalismo.
Hay iglesias que
se han quemado cuatro veces en el trascurso de pocos años
y quemas de pastizales que se salen de control
y atacan a la indefensa población.
Valparaíso está hoy en duelo,
grave, su gente, flora y fauna amenazadas
por la boca hambrienta
de las llamas,
señalando a quienes
a propósito,
dejan sueltas las
voraces lenguas para destruir su valioso Patrimonio.
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