Le
decían la mujer araña, pero la verdad es que no se parecía en nada a la “Spider Woman”, porque era fea, gorda y pesada de caer mal por su tozudez, además, tenía
pelos hasta donde no debía, una chasca de cabellos rebeldes y abundantes, los
ojos negros y saltones, colmillos largos y dientes centrales amarillos y
gastados. Además tenía uñas largas
y engarfiadas que daban miedo y, lo más
importante, era solitaria como las arañas.
Lo curioso es por qué le decían
la mujer araña, aparte de todo, era que al crecer, tenía algo especial para
atraer a los hombres: un sexapil increíble, cocinaba que era una maravilla, una
delicia. Y todo el que probaba sus platillos quedaba embobado, prendido a sus
encantos culinarios. Lo que espantaba
toda esa hostilidad en contra de
su persona, con el aroma quedaba olvidado en el presente. Cuando el sabor de
sus platillos te trastornaba, caías en una especie de hipnotismo y entonces la
veías como una maravilla; todo en ella era especial, su mirada, sus labios
carnosos y pintados de un color rojo radiante te cegaban y en ese instante ella tomaba tu mano y te guiaba hasta el comedor en dónde humeaba
ese plato que te dejaba ensimismado. Su voz
parecía angelical, en fin, al terminar la merienda pagabas y salías de
su casa como si tuvieras alas, prometiendo que volverías al día siguiente.
Los que no se desplomaban en sus redes culinarias, se mofaban de los que
caían en sus brazos y en su comedor. Claro que muy por dentro envidiaban a los que
frecuentaban su aromática invitación, también quisieran probar esos bocadillos,
solo que el miedo y la cobardía los
hacía vociferar en su contra,
aumentando sus defectos físicos.
La verdad de todo era que esta
mujer había sufrido de un hechizo cuando era muy joven, una bruja le había
borrado la belleza de su rostro por ser la hija
de un hombre que ella amó y no lo
pudo tener, por tal motivo se vengó en la hija. Lo único que no pudo quitarle a
la niña fue su arte por la cocina, por más que
inventó hechizo tras hechizo no pudo quitarle ese don, pero se quedó
satisfecha por arruinarle el físico. La
niña creció y todos se burlaban de ella, cosa que le agrietó el carácter y su
fealdad la asustaba hasta de mirarse en el espejo. Sin embargo le encantaba la
cocina y así ayudaba a sus padres,
preparando guisos para vender a sus clientes. Muy de vez en cuando la veías, porque ella
vivía en la cocina, envuelta en el aroma
de sus meriendas. Si por obligación debía salir de compras, todo el mundo se la
quedaba mirando y murmuraban sobre su
aspecto físico, muchas risitas y
palabrotas quedaban a su paso, sobre todo de las mujeres.
Pero la fatalidad la dejó sola por la pérdida de sus padres ya muy
ancianos, y entonces no tuvo más remedio que
ella misma atender su comedor. Fue así que comenzó a preparar sus platos
preferidos que el solo aroma de ellos atraía a los comensales hasta su negocio.
Ya no le importaron los chismes de sus vecinas, normalmente eran los hombres
los que la visitaban a la hora de comida. Los comentarios malignos decían
que como era una araña, tejía una red
invisible para atraer a los hombres a su comedor.
Tanto fue la envidia del barrio, que se hizo popular, y sin querer, un día un hombre forastero, pasó
por allí atraído por el aroma de sus platillos y entró como ciego a su comedor,
fue amor a primera vista, bueno, una vez que hubo terminado su menú, ya no pudo
resistirse al encanto de esa mujer desconocida para él, que le entró por la
boca, por su lengua,
su estómago y su corazón. La mujer araña no podía creer cuando después de
unos meses el forastero le pidió matrimonio y por primera vez sintió el sabor de un beso, ardiente y
prometedor, que solo en sus sueños había deseado.
Lo más sorprendente fue que el halo del amor rompió el hechizo de la bruja y al mirarse en el espejo esa
mañana, vio a una hermosa mujer que la miraba desde el otro lado. Se tocó la
cara, su peinado, sus ojos resplandecían
y una sonrisa apareció para no irse
nunca más de su rostro. No podía creer que por fin el amor la sacaba de esa
maldición tal injusta. Se casó con el hombre de su vida y continuó cocinando
solo para él. Igual siguió la envidia en el barrio, ahora por la suerte que
tuvo al cambiar su desdicha por felicidad.
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