lunes, 1 de abril de 2013
WHITECHAPEL
Thomas había soñado con él una y otra vez esa noche. No tenía la menor duda de que algo se insinuaba bajo la piel de los sueños. Pero la pregunta era, ¿por qué a él? Thomas, el emocionado viajero, un personaje sin ataduras con nadie que una noche pernoctaba en una confortable cama y la otra noche cerca de la rivera del Támesis, sin más cobija que su propio pensamiento. ¿Por qué ese infalible sueño lo llevaba hacia el lugar de la cita? ¡Por Júpiter!, ¿qué decía, de qué cita hablaba?, si sólo fue insinuada en una extraña pesadilla. No podía recurrir a nadie con semejante pregunta, lo mejor era olvidar.
Thomas nació en Sudamérica, a sus treinta y ocho años aún no se establecía en ninguna parte, viajero incansable, su último viaje había sido a Inglaterra, lugar de nacimiento de sus padres. Por desgracia dos años antes, éstos fallecieron en un accidente de tránsito, y desde esa fecha Thomas abandonó a sus amigos, su casa y su país para deambular por el mundo.
Por suerte para él, heredó una pequeña fortuna. Desolado por la pérdida de sus seres queridos, un día decidió de la noche a la mañana que tenía que salir a recorrer el mundo hasta donde el dinero le alcanzara. Tomó su mochila y emprendió el viaje pese a las recomendaciones y ruegos de sus amigos. Nada lo detuvo y se fue rumbo Brasil, unas pocas semanas aquí otras en otro país. Fue así que después de tres meses había llegado a Inglaterra una vez más. Le atraían enormemente las construcciones de castillos y villorrios, de preferencia todo lo elevado en piedra. Debo haber sido un cruzado, o algo por el estilo, se decía. A los pocos días de pisar tierra europea, Thomas dirigió sus pasos a las ruinas de Stonehenge. Estando allí palpó la piedra, la acarició como si acariciara a un niño, suave, entrecerrando los ojos, respiró profundo, su espíritu estaba en paz. Allí se quedó esa noche mirando las estrellas, tratando de descifrar el enigma que lo ataba a esas ruinas. Y fue la primera vez que soñó despierto, vio figuras humanas que se ocultaban entre las gigantescas columnas. Pero lo que realmente lo sacó del ensueño fue la voz de alguien que había pronunciado su nombre, Thomas…Thomas… Fue algo que lo levantó de un impulso y caminó con cautela, alumbrado por la luz de la luna. Recorrió el espacio y preguntó varias veces, ¿quién anda por allí? Nada, silencio profundo, una lechuza pasó casi rozándolo con su chillido como un seseo y pensó que tal vez se había confundido con ese sonido tan especial del ave. Volvió a parapetarse tras la roca y se tranquilizó.
El próximo día pasó la noche en un cuarto de hotel cerca de la rivera del Támesis. Tomó un baño y después de un buen desayuno se dirigió hacia Piccadilly, una gran arteria de Londres, entre Hyde Park y Regent street. Sacó muchas fotos y luego se encaminó hacia el centro de la ciudad. Allí divisó el palacio de Westminster que lucía todo su esplendor, y se quedó embobado mirándolo por un buen espacio de tiempo, hasta que el reloj de su torre le despertó indicando que ya era medio día. Enseguida se dirigió hacia los suburbios de Londres, era la primera vez que andaba por esos lugares, recorrió ávido el mercado de artesanías. Más tarde comió un ligero lunch en un restaurante cerca de la rivera y al salir recorrió los alrededores comprobando lo que su padre le había contado de Londres, el corazón de la ciudad, la antigua Londinium aún conservaba los límites medievales. Al anochecer sus pasos lo llevaron hacia London tower bridge. Observó la serenidad del paisaje, barcos que cruzaban el Támesis llevando y trayendo carga. De vez en cuando una columna de garzas pasaba sobre el puente en busca de pastizales en donde pernoctar. De pronto se sorprendió, alguien de nuevo susurraba su nombre, Thomas… Thomas… pero no había nadie cerca, sólo algunos autos cruzaban. Thomas…Thomas… ¿Quién me llama?, preguntó. Nada, no había ninguna persona por los alrededores, sólo las aguas negruzcas del río lo estremecieron al mirarlas. ¿Qué está pasando?, tengo un raro presentimiento de que algo sucederá, es como un presagio, se dijo, y esa voz que no sé de dónde viene, me tiene intrigado, o ¿me está fallando el oído?
Salió del puente y se dirigió hacia una zona más ajetreada, con un pequeño mercado y viejos restaurantes de comida londinense. Entró en uno de ellos y pidió una cerveza. Would you like something else? ¿Desea algo más?, en vez de una cerveza, ¿qué tal, un Jack the ripper? ¿Qué es eso?, preguntó curioso. Ah, sonrió el mozo, es una bebida que lleva una mezcla de licores, los parroquianos le llaman a sí. Ah, Jack, el destripador, repitió en español el joven. El mozo sonrió, ¿ha escuchado hablar de él? Sí, claro. Bueno, usted se encuentra en medio del barrio en el que este individuo asesinó a sus víctimas. ¿Si? Por supuesto, es una historia muy antigua, la gente ahora se ríe, no imagina que fue realmente algo espeluznante, agregó el mozo. ¿De dónde dijo que era? De Sudamérica, apuró en contestar Thomas. Qué gusto, pero, usted habla muy bien el inglés, señaló. Ah, sí, mis padres eran ingleses. Ya veo, entonces, ¿se sirve la especialidad de la casa? Bueno, probaré ese Jack, contestó.
Al salir del restaurante Thomas, leyó el anunció del letrero, era la calle Whitechapel. Muy conocida por las andanzas del destripador, según la leyenda nunca fue hallado por la policía. Esa noche siguió deambulando por el Battersea Park, muy cerca del río. Unas chicas le salieron al paso y se entretuvo conversando con ellas. A la media noche las jóvenes se fueron y quedó solo en el parque. Qué bien se está aquí, pensó, pareciera que he vivido una vida por estos lugares, todo se me hace familiar, pero la verdad es, que es la primera vez que los visitaba. Nuevamente pensó que en otras vidas pasadas tuvo que haber sido un cruzado, o un templario. Le gustaba esa idea. Un anciano se acercó a pedirle un cigarrillo, y él contestó que no fumaba. El hombre lo miró extrañado, escupió el suelo varias veces enojado y se fue mascullando algo indescifrable. Qué tipo más raro. Se fijó en la ropa, un abrigo sucio y destrozado, parecía haber salido de ultratumba, luego sonrió, qué pensamientos ¿no? La bruma, característica de Londres, comenzaba a deslizarse por los senderos del parque zigzagueando a ras de tierra, en ese momento decidió volver al hotel. Compró algo de fast food y la llevó a su cuarto. Prendió la televisión mientras comía. Sin darse cuenta se quedó dormido, hasta caer en un extraño sueño. Allí estaba el pordiosero del parque que lo presionaba, exigiéndole que le entregara su cigarrillo y como él le repetía que no tenía, el hombre lo atacaba con un filoso cuchillo. Tú no sabes quién soy, le dijo, o me das mi cigarrillo o serás mi sexta víctima, entonces el hombre levantó el arma y cuando estaba a punto de caer sobre él, Thomas dio un brinco en la cama y quedó de pie. Fue algo extraordinario, nunca había tenido una pesadilla de esa magnitud. Pero lo que lo hizo dudar fue ver la puerta de su cuarto entreabierta. Juró que la había cerrado. La televisión todavía estaba encendida, la apagó titubeante. ¿Le habría caído mal esa terrible mezcla de licores?, o ¿sería la comida chatarra? Desconcertado se metió en la cama, el reloj marcaba las tres de la madrugada. Se acomodó nuevamente y durmió, pero ese mal sueño, lo atormentó el resto de la noche.
Al día siguiente salió con su mochila, y cruzó Gainsford street, hacia Camberwell palace. Tenía una obsesión por los palacios, cogió su cámara y estuvo varias horas por los alrededores tomando fotos, luego se dirigió hacia el centro de la ciudad y desde un ciber envió algunos mensajes a sus amigos. En una tienda compró algunos regalitos y pensó que el próximo destino sería París, la antigua Lutetia Parisiorum, el centro de la bohemia europea. Eso fue lo que les anunció a sus amigos. Pasó a un banco y retiró algo de dinero. Todo el día vagó por la ciudad, admirando los edificios, sus diseños tan propios de los ingleses. Todavía se sentía intrigado por aquel extraño sueño que le perseguía estando despierto.
En un restaurante se hizo amigo de la chica que lo atendía y la invitó al cine esa tarde. No acostumbro a salir con desconocidos, contestó ella un poco coqueta. Bueno, ya no somos desconocidos, me llamo Thomas, y tú eres Melissa. ¿Cómo, sabes mi nombre? Jaja, bromeó Thomas, lo llevas en tu uniforme. Oh, qué tonta. Thomas, eres muy divertido, me caes bien, you’re so cute. Bueno, ven a buscarme a la salida de mi turno. ¿Te parece a las seis? Claro, my fearlady, aquí estaré puntual. El joven se alejó con una amplia sonrisa. Qué bien, será entretenido ir al cine con una chica tan hermosa.
Volvió al hotel, se bañó, se cambió de ropas y se acicaló lo mejor que pudo para la cita. Miró su reloj, todavía tenía tiempo, iban a ser las cuatro de la tarde. Prendió el aparato de televisión y se interesó con una entrevista que le estaban haciendo a lady Di en ese momento. La encontró muy bella, tan elegante, y esa mirada de princesa lo fascinaba. De pronto escuchó que del televisor salía otra voz, nombrándolo varias veces, luego algo que lo hizo estremecerse, era una voz, la voz que lo perseguía, -esta noche… cerca de la rivera del Támesis… Thomas... debes venir... Rápido apagó la tv y puso atención. Pero nada, todo quedó en silencio.
No quiso seguir allí esperando, y salió del cuarto alarmado por esa voz y esa extraña cita. Pensó que eso no le estaba sucediendo a él, que era parte de noches de bohemia, dolor por la pérdida de sus padres, en fin, buscó alguna respuesta para quedar tranquilo, sin embargo, no tenía una justificación a ese insistente sueño y a la voz que lo inquietaba. Obviamente, pensó, esta ciudad me está enfermando en vez de relajarme.
Caminó por el bulevar. Se detuvo en una florería y compró un hermoso tulipán para Melissa, se dijo, a pesar de no pretender nada más que una compañía por esa breve estadía en Londres, quería dejarle una buena impresión, así ella pensará que todos los latinos somos románticos y caballerosos. Entró a un callejón empedrado en donde varios pintores vendían sus obras y retrataban al carbón a los visitantes que aceptaban por unos pocas libras posar para un recuerdo. Thomas se detuvo abruptamente, un anciano dibujaba en carboncillo el retrato de un hombre, pero ese hombre era el mendigo del parque. Thomas no pudo contenerse y exclamó un ¡oh!, tan fuerte, que el pintor se volvió pensando que alguien se había lastimado. My friend, what happened to you? Oh, no, perdón, excuse me… es… su dibujo…. pardon me. Ah, el dibujo… ¿le gusta? Se lo dejo por un par de libras, nada más, ofreció el pintor con una amplia sonrisa. Este… ¿dónde está este hombre? ¿El anciano?, es sólo un mendigo que estuvo por aquí hace un rato. ¿Lo conoce usted? ¿A quién?, ¿al mendigo?…Ah, no, me pareció muy raro con ese abrigo tan largo que le arrastra por el suelo y no pude evitar dibujarlo. Oh, ¿usted le habló? ¿Qué pasa? ¿Es amigo suyo? Oh, no, lo vi en el parque… ah, pobre anciano. ¿Me comprará el cuadro?, preguntó el pintor con impaciencia. Tal vez más tarde, se disculpó el joven. Y se fue por donde había llegado. Su cabeza daba vueltas, el mendigo era real, no cabía la menor duda. Creo que me está entrando la paranoia. Consultó su reloj faltaban cinco minutos para las seis. Caminó de prisa, le quedaban tres largas cuadras.
Cuando llegó al restaurante, Melissa lo observaba desde la puerta. Ah, llegas justo a tiempo. Sí, vamos. ¿A qué cine quieres ir? Preguntó. Mira, están dando una película de Harry Potter, ¿quieres que vayamos a verla? Por supuesto, ah, toma esta flor es para ti. Oh, what a lovely flower, que amoroso, gracias, y Melissa le dio un beso en la mejilla. Los dos rieron.
Después del cine, Thomas invitó a su joven amiga a una fuente de sodas y pidieron unos milkshakes. ¿Vamos a caminar?, insinuó Melissa, necesito aire fresco. Claro, asintió Thomas. Los pasos los llevaron cerca de la rivera del Támesis. Conversaron, rieron y hablaron de sus respectivos países. Fue muy divertido, y de momento, Thomas olvidó completamente sus extraños sueños.
Cerca de las diez treinta de la noche Melissa quiso despedirse pero el joven no la dejó. Yo te acompañaré a casa, insistió, está muy oscuro. Sí, se nos escondió la luna sonrió, Melissa. Claro, la blanca señora observó a estos chicos latosos y se aburrió, dijo refiriéndose a ellos. Se fue a dormir. Melissa se tapó la boca para no reír muy fuerte. Eres muy divertido, me alegra haberte conocido míster latino. Los dos rieron. Ya, vamos entonces. Vivo cerca, a cuatro cuadras de este lugar, indicó la joven.
Tuvieron que cruzar varios pasajes solitarios. Oye, es muy peligroso que andes sola por estos lugares, reclamó Thomas. Bueno, ya ves, es por tu culpa, apuntó Melissa. Es cierto, reconoció. De pronto, al dar vuelta en una esquina, Thomas sintió un golpe seco en su cabeza y cayó desplomado. La niebla comenzaba a deslizarse por las callejuelas con su sigilo habitual. Cuando Thomas tuvo conciencia de sí mismo, no recordaba nada. De súbito vino a su mente el golpe, y gritó por Melissa, aterrado. Mas, en ese momento observó sus manos, estaban cubiertas de sangre, retrocedió asustado y tropezó con algo metálico, lo recogió, era un cuchillo. Rápido lo dejó caer, incrédulo, el pánico lo invadió, no podía pensar bien, ¿estaría en otra de sus pesadillas? Entonces, ¿qué había pasado? A un lado de un árbol descubrió un bulto. Volvió a preguntar, ¿eres tú, Melissa? ¿Dónde estás? Nadie respondió. Por favor contesta. Se acercó al bulto, indeciso, presintiendo lo peor. Se inclinó y la vio. Era ella, aún tenía la flor en su mano. La tocó, Melissa, Melissa, ¿qué te pasó? Alrededor del cuerpo de la joven había un charco de sangre semicoagulada, oscura y viscosa que descubrió al pisar sobre él. ¡Oh, no!, gritó, ¡no, Melissa! Por favor, no te mueras, por favor, di que no es verdad. Un sollozo le apagó las palabras. De pronto, una figura se acercó a él, si, era el mendigo, reía, ¡Jack, mira lo que has hecho!, y siguió riendo como un demente. Jajaja, ya viene la policía, por fin te atraparán, Jack, no podrás escapar ahora, jajaja. ¡Oye, yo no me llamo Jack!, exclamó el joven, estás loco, ¿por qué la mataste? ¡Asesino, despreciable asesino!, gemía Thomas.
El mendigo no escuchaba, siguió caminado hasta perderse en la bruma, mientras repetía el nombre de Jack… Jack… you are a very bad man! Y continuó riendo como un demente. A lo lejos se oía la bocina del auto de Scotland Yard police…
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uy, comadre, tendremos que averiguar quiénes fuimos en vidas pasadas, porque seguro que hay una mitad nuestra que desconocemos...
ResponderEliminarrelato atrapante,
menos mal que estoy lejos de Londres...
FELICITACIONES
Así parece comadre, porque a veces se me sale la otra parte oscura y me guía la mano por los caminos del misterio jejeje gracias por su linda visita, cariños de Marianela.
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