viernes, 15 de junio de 2018

¡NECESITO AYUDA!



 La puerta se cerró de un golpazo que hizo al hombre saltar del susto. La penumbra era la reina de ese caserón, a pesar de que afuera aún había luz del atardecer. El tipo caminó pidiendo, a alguna persona que lo pudiera ayudar, pero sólo el eco le respondió alejándose de habitación en habitación. La casa estaba amueblada y por lo tanto pensó, debería  haber gente allí.
Afuera  estaba el auto descompuesto en espera de que lo vinieran a remolcar hacia la estación de servicio. Mientras los árboles susurraban un mal augurio, moviendo sus ramas se comunicaron un presentimiento.
El hombre trató de accionar la luz, pero no encontró ningún interruptor, entonces prendió su linterna y escrutó hacia el segundo piso con  el deseo de que lo socorriera, volvió a llamar, ¿Hay alguien en casa?, ¡por favor, necesito ayuda! Espero unos minutos pero ni un sólo ruido, salvo el que hace el viento cuando camina sobre los techos y se cuela por alguna ventana abierta, deslizando su aliento por los pasillos. El individuo se estremeció, no sabía si era de  frío o de nervios. Comprobó que no había nadie allí y buscó la puerta de entrada, pero no la encontró, imaginó que sólo había caminado, a lo menos unos cinco pasos, sin embargo al retroceder encontró un enorme cuadro en el lugar que se suponía debiera estar la puerta. Puso las manos sobre la cabeza, necesitaba calmarse y pensar, alumbró toda la pared para cerciorarse de que la puerta estuviera un poco más allá. Varias veces se encontró con los  agudos ojos del caballero del cuadro que lo miraba tal vez, del más allá. Eso lo inquietó demasiado, era una mirada dura, inquisitiva, como reclamando su estadía en su dominio. Se acordó del “Retrato de Dorian Grey” y le produjo una desazón en todo el cuerpo, por cierto que no podía sacarse los ojos de ese señor sobre su nuca, a pesar de que la oscuridad ahora invadía cada rincón. Desde el segundo piso se vislumbraba una luminosidad inaudita, o tal vez era la luz de la luna que se colaba por alguna ventana sin cortinas.
Se concentró en ubicar esa maldita puerta que debía encontrar, eso pensó. De pronto se puso frenético, algo le rozo el hombro, y dio instintivamente un salto y se volteó. Pero no había nada más que oscuridad rasgada por la luz de su linterna. Caminó hasta una ventana y trató de abrirla,  pero la ventana no cedió, parecía estar sellada y no hubo caso de seguir forzándola pues sus manos estaban todas magulladas. ¿Dónde está la  maldita puerta?, volvió  a preguntar con voz inquietante, ¡quiero salir, déjenme salir!, gritó al aire, el eco le respondió llevando su voz por el largo pasillo, ¡Caramba!, ¿qué pasa aquí, no hay luz, ni nadie que responda?
De pronto, se abrió la puerta a escasos pasos de donde estaba,  antes de alegrarse, fue empujado, con una fuerza endemoniada fuera de la casa, cayendo  estrepitosamente en la entrada. ¡Maldición!,  exclamó al rodar sobre el césped, en ese instante la puerta se cerró con violencia. Parece que no me quieren en esta casa, se dijo levantándose magullado y adolorido. ¡La casa está embrujada, y  yo tan estúpido  entré a pedir ayuda!, ¡diantre!, creí que nunca saldría de allí. Caminó hacia su auto, se sentó frente al volante y trató de hacerlo  partir, era su última esperanza. Después de varios intentos, lo logró. ¡Oh,  milagro!, debo irme lo más pronto de este lugar, se dijo y tomó con rapidez la calzada hacia la carretera sur.
 Así, sin  mirar atrás, se alejó acompañado por la luna que lo observaba en lontananza. Al tomar la nueva ramificación sur, miró por casualidad su espejo retrovisor y una puntada terrible le cruzó el pecho, el sujeto  del espejo era el mismo del cuadro de la casa embrujada, no pudo más y soltó el volante, fue un instante de sorpresa en que perdía el conocimiento, mientras el vehículo a gran velocidad, se fue a estrellar contra el poste  de concreto de una señalética en la esquina  de la carretera. La luna se escondió tras una densa nube oscura.




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