sábado, 1 de septiembre de 2018

UNA MUJER SOLA



Una mujer sola, en una habitación deshabitada,
llora lágrimas que se evaporan sin caer,
desapareciendo  de su rostro al sentirse abandonada.
La mujer se enjuga con el borde de su vestido
la humedad de  la garúa que se desliza por  el cielo abierto
y se disuelve en un solo suspiro.

No hay lugar para un abrazo, ni silencio para el olvido,
no se sabe si extraña al hijo,  a la madre, al amor,
sólo lloriquea  asomada a su desconsuelo,
a través del tiempo sucede la oscuridad y la luz,
los rayos golpean la soledad inaudita en que se encuentra,
los parámetros de la  música han desaparecido,
es un repiquetear que yace adherido a las paredes
de un  pretérito feliz.

Las nubes asoman sus grises cabellos
augurando otro desenlace,
otro anhelante final de una escena.
No hay cabida para manuscritos hechos a medias
ni guiones  de pantomimas.
La mujer tapa su rostro y lanza un quejido,
no hay nada qué decir a una habitación en agonía,
llena de lágrimas oblicuas
que caen empañando la ventana,
y sobre  flores marchitas en algún rincón.

Una mujer sola en una pieza deshabitada,
camina de un lado a otro irreverente,
gesticula como si se hallara rodeada de personas,
les ofrece asiento, muestra butacas imaginarias
y una leve sonrisa aparece en su rostro.
La garúa ha cesado, el cielo se asoma en lo alto
con un florido arcoíris, las palomas se arrullan
y hay un susurro que atraviesa la habitación,
venido de tiempos mejores.

Una mujer sola se siente acompañada,
los recuerdos la asedian, la hacen reír o llorar,
mientras se asoma a la ventana,
un beso invisible le roza los labios.



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