jueves, 15 de noviembre de 2018

LA JAULA



Y decían que  todo era una invención, una desequilibrada mental. Pero allí estaba la jaula, sus barrotes brillaban como rayos de sol cuando despertaba. Una hilera de crujientes metales, circulaba a su alrededor.
Todos la ignoraban, la jaula a veces era impenetrable a la mirada, como un fantasma balanceándose en una tela de olvido.  Allí pendía del cielo raso, cerca de la ventana. El cristal dejaba entrever el follaje de los árboles meciéndose  acompasado al vaivén de la brisa, entonces la jaula  oscilaba suavemente con el soplo del pensamiento.
Por más que tratara de mencionar ese encierro fastidioso que la consumía, era muy difícil que le prestaran atención, exigiéndole que se comportara normal y dejara de vivir imaginando cosas. Sin embargo, la jaula era hermética, sus barrotes muy tupidos, y la puerta se mantenía cerrada con  un gran candado, imposible de abrir.  Entonces se tumbaba en un rincón esperando que  la liberaran,  admitiendo que no mentía, pues de tanto llorar en  su encierro, la jaula flotaba sobre un lago cristalino, ahondando más su terrible soledad.
Muchas veces entró por la ventana una golondrina que de prisa bebió de ese original ojo de agua, desplegando sus pequeñas alas pasó rozando sus sueños.
Entonces se le ocurrió tejer unos delicados élitros imitando el diseño de la  mariposa que cada día la visitaba para robarle una lágrima. Ella lo sabía y se esforzaba en tener esa deliciosa gota al momento de la  llegada del insecto. En ese instante, copiaba los puntos mágicos en su tejido y avanzaba tenazmente en su cometido.
Ya casi lo terminaba, ya casi le quedaba solo un suspiro. Los grillos  acompasaban su labor  con una frágil melodía, mientras afuera, el susurro  los árboles filtraba rayos de sol para su laboriosa tarea.
Nadie la vio salir esa mañana, pararse en el umbral de la ventana, abrir sus alas, agitarlas y  con una sonrisa en los labios alzar el vuelo. Se perdió en el horizonte, más allá del crepúsculo, mucho más lejos, en donde alguien la esperaba con los brazos abiertos. Lo inaudito es que cuando la llamaron, nadie respondió, su nombre flotó en la estancia, en su lugar hallaron una jaula vacía,  aún con el candado puesto y dentro, sólo un carrete de hilo vacío.


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