Thomas
había
soñado con aquello una y otra vez esa
noche. No tenía la menor duda de que algo se insinuaba bajo la piel de los
sueños. Pero la pregunta era, ¿por qué a él? Thomas, el emocionado viajero, un
personaje sin ataduras con nadie que una noche pernoctaba en una confortable
cama y la otra noche cerca de la rivera del Támesis, sin más cobija que su
propio pensamiento. ¿Por qué ese infalible sueño lo llevaba hacia el lugar de
la cita? ¡Por Júpiter!, ¿qué decía, de qué cita hablaba?, si sólo fue insinuada
en una extraña pesadilla. No podía recurrir a nadie con semejante pregunta, lo
mejor era olvidar.
Thomas
nació en Sudamérica, a sus treinta y
ocho años aún no se establecía en ninguna
parte, viajero incansable, su último viaje había sido a Inglaterra, lugar de nacimiento de sus padres. Por desgracia dos años
antes, éstos fallecieron en un accidente de tránsito, y desde esa fecha Thomas
abandonó a sus amigos, su casa y su país para deambular por el mundo.
Por
suerte para él, heredó una pequeña fortuna. Desolado por la pérdida de sus seres
queridos, un día decidió de la noche a la mañana que tenía que salir a recorrer el mundo hasta donde
el dinero le alcanzara. Tomó su mochila y emprendió el viaje pese a las
recomendaciones y ruegos de sus amigos. Nada lo detuvo y se fue rumbo
Brasil, unas pocas semanas aquí otras en
otro país. Fue así que después de tres meses había llegado a Inglaterra. Le
atraían enormemente las construcciones de
castillos y villorrios, de preferencia todo lo elevado en piedra. Debo haber sido un cruzado, o algo por el estilo, se decía. A los pocos días de pisar tierra europea,
Thomas dirigió sus pasos a las ruinas de
Stonehenge. Estando allí palpó la piedra, la acarició como si acariciara a un niño,
suave, entrecerrando los ojos, respiró profundo, su espíritu estaba en
paz. Allí se quedó esa noche mirando las
estrellas, descifrando el enigma que lo ataba a esas ruinas. Y fue la primera
vez que soñó despierto, vio figuras humanas que
se ocultaban entre las
gigantescas columnas. Pero lo que
realmente lo sacó del ensueño fue la voz de alguien que había pronunciado su
nombre, Thomas…Thomas… Fue algo que lo
levantó de un impulso y caminó con cautela,
alumbrado por la luz de la luna. Recorrió el espacio y preguntó varias
veces quién anda por allí. Nada, silencio profundo, una lechuza pasó casi
rozándolo con su chillido como un seseo y pensó que tal vez se había confundido
con ese sonido tan especial del ave. Volvió a parapetarse tras la roca y se tranquilizó.
El
próximo día pasó la noche en un cuarto de hotel cerca de la rivera del Támesis.
Tomó un baño y después de un buen desayuno se dirigió hacia Piccadilly, una
gran arteria de Londres, entre Hyde Park y Regent Street. Sacó muchas fotos y luego se encaminó hacia el
centro de la ciudad. Allí divisó el
palacio de Westminster que lucía todo su
esplendor, y se quedó embobado mirándolo por un buen espacio de tiempo, hasta
que el reloj de su torre le despertó indicando que ya era medio día. Enseguida
se dirigió hacia los suburbios de Londres, recorrió ávido el mercado de
artesanías. Más tarde comió un ligero lunch en un restaurante cerca de la
rivera y al salir recorrió los
alrededores comprobando lo que su padre le había contado de Londres, el corazón
de la ciudad, la antigua Londinium aún conservaba los límites medievales. Al
anochecer sus pasos lo llevaron hacia
London Tower Bridge. Observó la serenidad del paisaje, barcos que
cruzaban el Támesis llevando y trayendo carga. De vez en cuando una columna de
garzas pasaba sobre el puente en busca de pastizales en donde pernoctar. De pronto se sorprendió, alguien de nuevo
susurraba su nombre, Thomas… Thomas…
pero no había nadie cerca, sólo algunos autos cruzaban. Thomas…Thomas… ¿Quién me llama?, preguntó. Nada, no había ninguna
persona por los alrededores, sólo las aguas negruzcas del río lo estremecieron
al mirarlas. ¿Qué está pasando?, tengo
un raro presentimiento de que algo sucederá, es como un presagio, se dijo, y
esa voz que no sé de dónde viene, me tiene intrigado, o ¿me está fallando el
oído?
Salió
del puente y se dirigió hacia una zona más ajetreada, con un pequeño mercado y
viejos restaurantes de comida londinense. Entró en uno de ellos y pidió una
cerveza. Would
you like something else? ¿Desea
algo más?, en vez de una cerveza, ¿qué tal, un
Jack the ripper? ¿Qué es eso?, preguntó curioso. Ah, sonrió el mozo, es una
bebida que lleva una mezcla de licores, los parroquianos le llaman a sí. Ah,
Jack, el destripador, repitió en español el joven. El mozo sonrió, ¿ha escuchado hablar de él? Sí,
claro. Bueno, usted se encuentra en medio del barrio en el que este individuo
asesinó a sus víctimas. ¿Si? Por supuesto, es una historia muy antigua, la
gente ahora se ríe, no imagina que fue
realmente algo espeluznante, agregó el mozo. ¿De dónde dijo que era? De Sudamérica,
apuró en contestar Thomas. Qué gusto, pero, usted habla muy bien el inglés,
señaló. Ah, sí, mis padres eran ingleses. Ya veo, entonces, ¿se sirve la
especialidad de la casa? Bueno, probaré ese Jack,
contestó.
Al
salir del restaurante Thomas, leyó el
anunció del letrero, era la calle Whitechapel. Muy conocida por las andanzas
del destripador, según la leyenda nunca fue hallado por la policía. Esa noche
siguió deambulando por el Battersea
Park, muy cerca del río. Unas chicas le salieron al paso y se entretuvo
conversando con ellas. A la media noche las jóvenes se fueron y quedó solo en
el parque. Qué bien se está aquí, pensó, pareciera que he vivido una vida por
estos lugares, todo se me hace familiar, pero la verdad es, que es la primera
vez que los visitaba. Nuevamente pensó
que en otras vidas pasadas tuvo que haber sido un cruzado, o un templario. Le
gustaba esa idea. Un anciano se acercó a pedirle un cigarrillo, y él contestó que no fumaba. El hombre lo miró
extrañado, escupió el suelo varias veces enojado y se fue mascullando algo
indescifrable. Qué tipo más raro. Se fijó en la ropa, un abrigo sucio y destrozado, parecía haber salido de
ultratumba, luego sonrió, qué
pensamientos ¿no? La bruma, característica de
Londres, comenzaba a deslizarse por los senderos del parque zigzagueando
a ras de tierra, en ese momento decidió
volver al hotel. Compró algo de fast food y la llevó a su cuarto. Prendió la
televisión mientras comía. Sin darse cuenta se quedó dormido, hasta caer en un extraño sueño. Allí estaba
el pordiosero del parque que lo presionaba, exigiéndole que le entregara su
cigarrillo y como él le repetía que no
tenía, el hombre lo atacaba con un filoso cuchillo. Tú no sabes quién soy, le dijo, o
me das mi cigarrillo o serás mi sexta víctima, entonces el hombre levantó
el arma y cuando estaba a punto de caer
sobre él, Thomas dio un brinco en la cama y quedó de pie. Fue algo
extraordinario, nunca había tenido
una pesadilla de esa magnitud. Pero lo que lo hizo dudar fue ver la
puerta de su cuarto entreabierta. Juró que la había cerrado. La televisión
todavía estaba encendida, la apagó titubeante. ¿Le habría caído mal esa
terrible mezcla de licores?, o ¿sería la comida chatarra? Desconcertado se
metió en la cama, el reloj marcaba
las tres de la madrugada. Se
acomodó nuevamente y durmió, pero ese
mal sueño, lo atormentó el resto de la noche.
Al
día siguiente salió con su mochila, y cruzó Gainsford street, hacia Camberwell
palace. Tenía una obsesión por los palacios, cogió su cámara y estuvo varias horas
por los alrededores tomando fotos, luego se dirigió hacia el centro de la
ciudad y desde un ciber envió algunos mensajes a sus amigos. En una tienda
compró algunos regalitos y pensó que el próximo destino sería París, la antigua
Lutetia Parisiorum, el centro de la bohemia europea. Eso fue lo que les anunció
a sus amigos. Pasó a un banco y retiró algo de dinero. Todo el día vagó por la ciudad, admirando los edificios,
sus diseños tan propios de los ingleses. Todavía se sentía intrigado por aquel
extraño sueño que le perseguía estando despierto.
En un
restaurante se hizo amigo de la chica que lo atendía y la invitó al cine esa
tarde. No acostumbro a salir con desconocidos, contestó ella un poco coqueta.
Bueno, ya no somos desconocidos, me llamo Thomas, y tú eres Melissa. ¿Cómo,
sabes mi nombre? Jaja, bromeó Thomas, lo llevas en tu uniforme. Oh, qué tonta.
Thomas, eres muy divertido, me caes bien, you’re so cute. Bueno, ven a buscarme
a la salida de mi turno. ¿Te parece a las seis? Claro, my fearlady, aquí estaré
puntual. El joven se alejó con una amplia sonrisa. Qué bien, será entretenido
ir al cine con una chica tan hermosa.
Volvió
al hotel, se bañó, se cambió de ropas y se acicaló lo mejor que pudo para la
cita. Miró su reloj, todavía tenía tiempo, iban a ser las cuatro de la tarde. Prendió el aparato de
televisión y se interesó con una entrevista que le estaban haciendo a lady Di
en ese momento. La encontró muy bella, tan elegante, y esa mirada de princesa
lo fascinaba. De pronto escuchó que del
televisor salía otra voz, nombrándolo varias veces, luego algo que lo hizo estremecerse, era una
voz, la voz que lo perseguía, -esta
noche… cerca de la rivera del Támesis… Thomas... debes venir... Rápido
apagó la tv y puso atención. Pero nada,
todo quedó en silencio.
No
quiso seguir allí esperando, y salió del cuarto
alarmado por esa voz y esa extraña cita. Pensó que eso no le estaba
sucediendo a él, que era parte de noches de bohemia, dolor por la pérdida de
sus padres, en fin, buscó alguna respuesta para quedar tranquilo, sin embargo,
no tenía una justificación a ese insistente sueño y a la voz que lo inquietaba.
Obviamente, pensó, esta ciudad me está enfermando
en vez de relajarme.
Caminó
por el bulevar. Se detuvo en una florería y compró un hermoso tulipán para
Melissa, se dijo, a pesar de no pretender nada más que una compañía por esa
breve estadía en Londres, quería dejarle una buena impresión, así ella pensará que todos los latinos somos
románticos y caballerosos. Entró a un callejón empedrado en donde varios
pintores vendían sus obras y retrataban al carbón a los visitantes que aceptaban
por unos pocas libras posar para un recuerdo. Thomas se detuvo abruptamente, un anciano dibujaba
en carboncillo el retrato de un hombre, pero ese hombre era el mendigo del parque. Thomas no pudo
contenerse y exclamó un ¡oh!, tan fuerte, que el pintor se volvió pensando
que alguien se había lastimado. My friend, what happened to
you? Oh, no, perdón, excuse me… es… su dibujo…. pardon me. Ah, el
dibujo… ¿le gusta? Se lo dejo por un par de libras, nada más, ofreció el pintor con una amplia sonrisa. Este… ¿dónde
está este hombre? ¿El anciano?, es sólo un mendigo que estuvo por aquí hace un
rato. ¿Lo conoce usted? ¿A quién?, ¿al mendigo?…Ah, no, me pareció muy raro con
ese abrigo tan largo que le arrastra por el suelo y no pude evitar dibujarlo.
Oh, ¿usted le habló? ¿Qué pasa? ¿Es amigo suyo? Oh, no, lo vi en el parque… ah,
pobre anciano. ¿Me comprará el cuadro?, preguntó el pintor con impaciencia. Tal
vez más tarde, se disculpó el joven. Y se fue por donde había llegado. Su
cabeza daba vueltas, el mendigo era real, no cabía la menor duda. Creo que me
está entrando la paranoia. Consultó su reloj faltaban cinco minutos para las
seis. Caminó de prisa, le quedaban tres
largas cuadras.
Cuando llegó al restaurante, Melissa
lo observaba desde la puerta. Ah, llegas justo a tiempo. Sí, vamos. ¿A
qué cine quieres ir? Preguntó. Mira, están dando una película de Harry Potter, ¿quieres
que vayamos a verla? Por supuesto, ah, toma esta flor es para ti. Oh, what a
lovely flower, que amoroso, gracias, y Melissa le dio un beso en la mejilla.
Los dos rieron.
Después del cine, Thomas invitó a su joven amiga a una fuente de sodas y
pidieron unos milkshakes. ¿Vamos a caminar?, insinuó Melissa, necesito aire
fresco. Claro, asintió Thomas. Los pasos los llevaron cerca de la rivera del
Támesis. Conversaron, rieron y hablaron de sus respectivos países. Fue muy divertido,
y de momento, Thomas olvidó completamente
sus extraños sueños.
Cerca de las diez treinta de la
noche Melissa quiso despedirse pero el joven no la dejó. Yo te acompañaré a casa,
insistió, está muy oscuro. Sí, se nos escondió la luna sonrió, Melissa. Claro, la blanca señora
observó a estos chicos latosos y se aburrió, dijo refiriéndose a ellos. Se fue
a dormir. Melissa se tapó la boca para
no reír muy fuerte. Eres muy divertido, me alegra haberte conocido míster
latino. Los dos rieron. Ya, vamos entonces.
Vivo cerca, a cuatro cuadras de este lugar, indicó la joven.
Tuvieron que cruzar varios pasajes solitarios. Oye, es muy peligroso que
andes sola por estos lugares, reclamó Thomas. Bueno, ya ves, es por tu culpa,
apuntó Melissa. Es cierto, reconoció. De pronto, al dar vuelta en una esquina, Thomas
sintió un golpe seco en su cabeza y cayó desplomado. La niebla comenzaba a
deslizarse por las callejuelas con su sigilo habitual. Cuando Thomas tuvo
conciencia de sí mismo, no recordaba nada. De súbito vino a su mente el golpe, y gritó por
Melissa, aterrado. Mas, en ese momento observó sus manos, estaban cubiertas de
sangre, retrocedió asustado y tropezó con algo metálico, lo recogió, era un
cuchillo. Rápido lo dejó caer, incrédulo, el pánico lo invadió, no podía pensar
bien, ¿estaría en otra de sus pesadillas? Entonces, ¿qué había pasado?
A un lado de un árbol descubrió un bulto. Volvió a preguntar, ¿eres tú,
Melissa? ¿Dónde estás? Nadie respondió. Por favor contesta. Se acercó al bulto, indeciso, presintiendo lo
peor. Se inclinó y la vio. Era ella, aún tenía la flor en su mano. La tocó, Melissa,
Melissa, ¿qué te pasó? Alrededor del cuerpo de la joven había un charco de
sangre semicoagulada, oscura y viscosa que descubrió al pisar sobre él. ¡Oh,
no!, gritó, ¡no, Melissa! Por favor, no te mueras, por favor, di que no es
verdad. Un sollozo le apagó las palabras. De pronto, una figura se acercó a él, si, era el mendigo, reía, ¡Jack,
mira lo que has hecho!, y siguió riendo como un demente. Jajaja, ya viene la policía, por fin te atraparán,
Jack, no podrás escapar ahora, jajaja. ¡Oye, yo no me llamo Jack!, exclamó
el joven, estás loco, ¿por qué la
mataste? ¡Asesino, despreciable asesino!, gemía Thomas.
El mendigo no escuchaba, siguió caminado hasta perderse en la bruma,
mientras repetía el nombre de Jack… Jack…
you are a very bad man! Y continuó
riendo como un demente. A lo lejos se oía la bocina del auto de Scotland Yard
police…
Jose Santana
ResponderEliminarMuy interesante tu texto Marianela, lo leí todo y me agradó. ¡Felicitaciones por tu buena letra!
Muchas gracias José, cariños.
ResponderEliminarRocío L'Amar
ResponderEliminarAplauso comadre, excelente narrativa, y mejor remate
ResponderEliminarmuchas gracias comadre, gracias por leer, es un cuento largo para un día lluvioso, torrentoso de cuarentena, jijiji, besitos.
Rocío L'Amar
ResponderEliminarMarianela Puebla
me encantó, una narrativa que fluye comadrita.
que lindo, me encanta saber que te agradó hasta el final, esa era mi idea, es muy satisfactorio tu comentario, muchas gracias comadre, besitos.
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