Era
un fantasma que tenía miedo, a todo, a las sombras, al movimiento de las cortinas, a los ruidos,
incluso al silencio y sobre todo a la luz. También se asustaba de su propia
sombra cuando se miraba en los espejos temblaba como una hoja y no admitía
que el mismo era una sombra.
Cuando un ser vivo se acercaba el fantasma en vez de asustarlo salía
huyendo atravesando las paredes y se escondía bajo cualquier cama tiritando sin
poderse calmar.
Los otros fantasmas de la casa se burlaban de él, le decían que era un
gallina, que no tenía coraje, en fin miles de palabrotas que azotaban las
paredes, y corrían las sillas de las risotadas que daban vueltas por la casa.
El pobre fantasma se sentía tremendamente infeliz, no recordaba cómo había sido
en vida, si realmente había sido un pollo o una gallina o cualquier cosa de
esas que los otros fantasmas le repetían. A veces se escondía en algún peluche en la pieza de los niños para escapar
del ataque, pero como tiritaba tanto trataba de hacerlo cuando los chicos
estaban en el colegio.
Pero un día se quedó dormido dentro de un peluche de oso, y cuando pensé que los niños e habían ido
descubrió que pepito estaba enfermo y se había quedado en cama. De inmediato
comenzó a tiritar sin poderse controlar hasta que pepito se dio cuenta que su
osito estaba moviéndose, y entonces le preguntó con mucha naturalidad si
acaso el también estaba enfermo. El fantasma miró para todos lados por los ojos
del osito y no vio a nadie en la pieza salvo el niño. Trato de calmarse,
mientras el niño lo invitaba a su cama.oye osito debes de tener mucho frío como
yo, el resfrío es así, vente a acostar
conmigo.
Justo cuando el fantasma se alegró con la invitación llegó la mamá de
Pepito. Ah cómo te sientes mi niño, le
preguntó, no sé, me duele un poco la cabeza, y sabes mamá, el osito también
está resfriado, ah ¿sï? Pobrecito, quieres que lo acueste a tu lado. Sí mamá,
recién estaba tiritando de frío. Ah, mira que triste le pondremos un chal para
que se sienta mejor. Y la mamá acostó al
osito en la cama muy arropado.
Cuando la mama se fue el niño le preguntó al osito si se sentía mejor, y
el fantasma se contentó y le respondió
que sí. ¿Oh puedes hablar? El fantasma se tapaba la boca pero no le apuntaba porque como era tan negro no
sabía en qué lado de la cara estaba su
boca así que se tapaba un ojo, luego la nariz, y al final encontró la boca que coincidía con la boca
del osito. El niño insistía que le
contestara pues le escuchó ese, “Sí”, que salió sin querer. Oh no, estoy
en problemas, ahora los otros fantasmas me castigarán por haber hablado se
dijo, mientras saltaba de la cama para irse a otra pieza a esconder, pero se
enredó con el chal y junto al oso cayó
al piso. ¿Osito, qué haces? El fantasma asustado se refugió en un closet del
pasillo mientras la mamá pensó que
pepito la llamaba y fue a su pieza. ¿Necesitas algo hijo?, Ah mamá el osito se
cayó al suelo porque se asustó. Él habla
mamá. Afirmó el niño. Oh mi niño debes de tener mucho fiebre, aquí está tu
osito acuéstalo a tu lado y te traeré una aspirina.
Por más que pepito le habló a su osito este estaba mudo, el fantasma se había ido más asustado que de costumbre y
como tiritaba tanto las puertas del closet se abrieron de repente y la mamá
pensó que era un pequeño sismo. Ah, espero que no vaya a aumentar este temblor
se dijo y se fue hacia la cocina.
Los otros fantasmas se percataron de lo sucedido y aunque era de día y
se supone que los fantasmas duermen de día le
dieron un largo sermón y lo mandaron a dormir al ático. Y allí por fin el fantasma encontró su lugar, ya que
nadie subía a ese espacio lleno de cajas de cosas antiguas.
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