El
camino, se alza, desciende, se esconde tras una roca, zigzaguea en busca de la
sombra, se va colina abajo.
El camino es imprevisible, se pierde en la distancia, se distorsiona en
la lejanía. Tiene años serpiente, tan
antiguos como las piedras. Ha sentido los azotes del destino, las ruedas de las
carretas, las pisadas de los bueyes, el bramido del viento que pasa alborotando
sus pasos y el polvo de las estrellas.
El camino siempre amanece
mostrando su cinturón perdido, indicando
algo, mientras se bifurca en otras sendas. Sube y baja los cerros, se pierde y
aparece como si nada. Es tan antiguo que ha extraviado el rastro de su origen,
los recuerdos quedan esparcidos a la
orilla de la memoria. No se hace
problema, siempre habrá alguien que lo cruce o le pida que lo lleve hasta el punto del olvido, hacia
más allá de la indolencia.
El camino cada cierto tiempo se renueva, las huellas lo liberan de malos
momentos, cuando un hombre lo destruye otros lo reparan de sus grietas y
continúa, no puede detenerse en sus andadas y hace caminos en las desoladas
praderas, en los desiertos sedientos, en las soledades y los bullicios, en las
riberas atormentadas de ríos, abrazadas de mar y en las altas montañas vestidas
de nieve encaramándose en las nubes, siempre estará allí entre los juncos de la
selva, en los senderos del hambre y en
los de la abundancia.
El camino viene y va sin mortificaciones, con su voz de tierra señala
una ruta, canta en las noches estrelladas con voces de batracios y grillos,
guía a la blanca luna y la encamina hacia el espejo de aguas para que contemple
su cara de harina, o llevarla por un sendero de noctilucas a contemplar las
medusas.
No tiene final, es infinito, sube las cuestas de los cerros y baja ondulando como una serpiente, se interna
en los campos tras la huella de las bestias para lucir como nuevo en las asfálticas carreteras uniendo pueblos y
países en una larga y moderna huella que
enlaza con brazos amorosos a todo el planeta.
Es imprescindible, cuando el fuego llama con urgencia a los
bomberos y las ambulancias ululan su
paso hacia los hospitales en una carrera de vida o muerte. Siempre el camino estará allí en
todos las etapas, en las cuatro estaciones y en los meses del
calendario de todos los tiempos.
Guarda entre la arena y el polvo acumulado la descendencia del hombre, sus pasos cansados y sus brincos. Es ancestral,
posee en sus páginas las pisadas del
humano y los animales que transitaron por sus senderos y marcaron las piedras
para orientarse.
La lluvia le lava la cara con insistencia y le deja profundas cicatrices que el tiempo luego
cubre con sus manos de arcilla, no es rencoroso, deja que los implementos
naturales pasen por sus múltiples avenidas, desojando flores, arboles, frutos y
revolviendo las arenas resecas de los desiertos.
Hay caminos que se internan en cavernas transitadas solo por los hombres
primitivos marcando una estadía primordial, única y misteriosa que se pierden
en las entrañas de la tierra, en donde muestra
pinturas rupestres que dan crédito a su
presencia en aquellas soledades.
El canta con voces de guijarros,
alegre como sonaja de arrieros, cruza
los cerros en el ulular del viento, va sin parar hasta perderse en la
lejanía con su canto de chicharras.
Guía a los peregrinos en sus
andanzas de fieles indicando los descansos en las cuentas de sus
rosarios de plata. No tiene límites en acompañar a viajeros que recorren sus
trazos. El camino no tiene apuro a que
lo transites en cualquier edad que tengas, allí estará como un fiel
amigo, esperando que te atrevas hasta el final de tus días.
Iris Fernández
ResponderEliminarMe subyugó. Me fascinó.
muchas gracias amiga Iris, besitos.
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