Señor de la figura larga, te espero,
soy tu Dulcinea,
la que mantiene encendida la flama del ensueño.
Ven caballero andante, gentil y enamorado,
deja tu cabalgadura a la vera del rastro
y ven a mí, que te espero junto al arrollo cristalino
de un poema.
Julio Cesar, llegas triunfante de las batallas,
los mil conflictos que rodean tu existencia.
Vienes coronado de azares,
pecho al viento, corazón engrandecido.
Ven a mí, soy tu Cleopatra, la dueña de tus desvelos
y bebe la pócima del amor
que ahuyentará los malos presagios.
Hoy no habrá batallas que obtener,
yace junto a mi lecho, persuadido por la elocuencia de mis halagos
y permíteme amarte.
Romeo, mi dulce Romeo, mío, de tu Julieta y de nadie más,
te ocultas tras la ironía del destino
que quiere separarnos.
No pienses en mañana, tal vez nunca llegue
enredado en los hilos de la confabulación y el desenlace.
Dame el beso infinito que perdurará
en nuestros labios por la eternidad augurada
y déjate amar aunque sea un instante.
Te acaricio mientras dormitas mi amado Sansón
y corto con mi tijera mágica las hebras de tus hermosos cabellos
para guardarlos en mi pecho.
Descansa mi bien, hoy has luchado encarecidamente
derribando las columnas de la ignominia,
defendiéndote con tu gran fuerza y armado con una quijada,
has salido victorioso.
Dormita amado, el alba viene y te entrega nuevos bríos.
Tú, mi añorado Sansón, que nunca has probado derrota.
Hoy te espero contemplando la estrella que escogí.
Eres el príncipe de mis deseos, mi comienzo y mi fin.
Tu luz irradia promesas encendidas
que agitan mi corazón enamorado.
¿Cuál es el nombre que titila en mi oído sin decirlo?
¿Y qué importa si eres el mismo atravesando tiempos,
cabalgando eras y llegando a mí con la pupilas
desbordadas de ternura,
ofreciendo tu amor incondicional y la protección
de tu pecho de gigante?
Aquí estoy, sumida en la leyenda y en la suerte
de que llegues pronto a compartir mis sueños.