Vivió
hace mucho tiempo atrás en las dunas de
Marte, horadando la arena, haciendo
túneles, que se ramificaron bajo la tierra. Se guarecería del calor y
usaba estos conductos como refugios para sus descendientes. Fue el primero que perforó las entrañas del planeta en busca de protección después de la catástrofe feroz
que azotó el orbe, después de la guerra
extraplanetaria, cuando alienígenas de
otras dimensiones usaron Marte como centro de batallas intergalácticas.
Los alienígenas ambicionaban las praderas verdes y fértiles, los metales
preciosos que poseía Marte, eran varios grupos venidos de otros planetas
aledaños que disputaban las tierras sin importar sus habitantes. Así fue que un
día se hizo noche, llenando el aire del planeta de gases invernales por las
terribles detonaciones nucleares en el espacio. Afortunadamente muchos seres
marcianos fueron alertados de esta guerra y cavaron las montañas con túneles y
desvíos en donde llevar a su descendencia. Cuando esto sucedió, rápido cerraron
las entradas y allí se quedaron, tratando de continuar la vida en esa forma
clandestina, sembrando hongos y otros
vegetales que crecieron con luz artificial.
Los hombres fueron cambiando su estructura física, la falta de luz agrandó sus ojos, sus cuerpos
se adelgazaron, tomando el aspecto de hormigas gigantes, se les cayó el pelo,
de generación en generación se fueron
adaptando a vivir bajo tierra.
Cuanto más avanzaba el tiempo se convencieron que Marte ya no era para ellos, era un planeta totalmente devastado, sin
vegetación y casi sin agua, salvo algunos pequeños oasis que se secaban
lentamente. Entonces decidieron que era tiempo de salir de sus cavernas y
buscar lugares más afables.
Como tenían la tecnología de tiempos mejores, decidieron construir una nave espacial para ir en busca
de un nuevo planeta que les diera el
alimento, la tranquilidad, y sobre todo, la garantía de poder seguir viviendo.
Una vez que la nave fue probada en las cercanías de la luna,
descubrieron el planeta Tierra, y decidieron dejar las cavernas de Marte para
aventurarse en ese cuerpo celeste. La población había disminuido y fue fácil la
transportación, claro que algunos no se decidieron a dejar sus cavernas que a
esta altura, tenían una red de laberintos por donde un tren ligero los trasladaba bajo tierra
hacia otras latitudes.
Después de una odisea aterrizaron en una zona boscosa y cerca de
Turquía. Como sus cuerpos eran muy frágiles decidieron cavar
las verdes montañas y construir
allí sus ciudades, además en ese tiempo la tierra estaba habitada por animales
feroces y hombres cavernarios. El planeta azul fue ideal para su desarrollo,
pero debían usar trajes protectores cuando salían a la superficie, y por poco
tiempo, lo suficiente, y así escapar de
los peligros. La verdad fue que el exterior no era amistoso con sus cuerpos
adaptados a las penumbras de las cavernas y a pesar de que la naturaleza les
ofrecía toda clase de alimentos, tuvieron que seguir cavando la montaña, una
ciudad subterránea que aun se puede
visitar, de nombre Derinkuyu. Igual que en
Marte, su vida no cambió, no pudieron poblar la superficie, y solo se aventuraban de noche
en busca de alimentos.
El tiempo pasó y los hombres
terrestres también se desarrollaron y ocuparon más espacio en la superficie, el hombre hormiga y su población se fueron
introduciendo más y más bajo tierra. Ahora corrían más peligros pues el terrestre tenía malos hábitos y era tan feroz
como los animales salvajes. Por cierto que, el hombre hormiga amaba la paz,
después de perder numerosos
descendientes en manos de los humanos, decidió ahondarse más en las entrañas
del planeta y desde allí seguir construyendo
su población, que cada vez se fue
reduciendo en tamaño y color, así se fueron perdiendo en los laberintos interminables
de la Tierra.