La mirada de mi madre
se ha perdido en el espacio,
no sabe dónde anclaron
sus torrentes azulados.
Caracolas tornasoles, van a
tientas
acariciando el camino.
Ojos que se apagan, se marchitan,
ya no ven la luz del amanecer,
confunden las tinieblas y la
noche
y es un caminar sin la flama
encendida.
Ojos azules de mi madre
se adormecen en un lago celeste
que se sume en el olvido.
Y sólo se divisa en el cristal
profundo
el rostro querido de mi padre,
quien habita ese remanso.
Los ojos azules de mi madre
tiene el color de la melancolía y
el olvido,
se apagan cuando aún queda
primavera,
y no es que se haya ido, no, ella
sigue
tanteando las penumbras pidiendo
más luz,
camina y pregunta, ¿quién eres?,
“enciende el foco que no veo”,
exige.
Ojos azules se han quedado
quietos,
no distinguen la noche del alba,
ni los años, ni los días de la
semana.
Vive en un mundo propio la mayoría
de las veces
y pregunta por su madre, si
vendrá a visitarla,
ella desconoce que hace años ha
partido.
Los ojos azules que conquistaron
a mi padre
se están apagando minuto a
minuto,
a sus 91 años ella sueña y recuerda
momentos breves, cuando eran
novios.
Mi madre mira sin mirar con su
mirada celeste,
pero sólo consigue
desaparecer del presente,
entre las sombras del pasado.