Esta selva asfixia. No te deja respirar. Produce una especie de ansiedad que te conduce por vericuetos increíbles que suben, bajan, zigzaguean, se detienen y continúan, caminos que sigues como el latir de un corazón.
Hay seres huraños que te vigilan al pasar esperando un momento de distracción o de debilidad, que caigas y zas te caen encima y ahí no podría explicarte lo que sigue pues aún no he llegado a ese extremo total.
El camino que se proyecta es tortuoso, hay grandes paredones grises que no dejan pasar la luz solar y pequeños claros llenos de personajes, cada uno ensimismado en sus propios asuntos, poco amables, ocupan todos los espacios, la soledad reina entre ellos, pues cada cual vive su destino a pesar de lo ruidoso que son, cada quien es dueño de su propio silencio y esclavo de sus ininteligibles palabras. Yo busco el paraíso, pero por lo visto hasta el momento, sigo a una quimera. Sin embargo como soy soñador me permito pensar que pronto lo encontraré. Por ahora estoy tratando de salir de la maraña de redes que oscurecen el día, lianas horizontales que cruzan la selva afeando más el paisaje, si pudiéramos decir paisaje, por supuesto soy muy optimista y espero al final encontrar el punto en donde todo sea como lo imagino.
En esta selva hay animales feroces que si no te mueves rápido te arroyan con sus enormes cuerpos, poseen una caparazón que los hace fuertes y temidos, pero hay una lucha sin igual entre ellos, el más osado no titubea en ser el primero, por lo que durante el día encontrarás a muchos de estos arrogantes animales muertos y retorcidos en alguna esquina de la jungla.
Cuando llega la noche, la selva abre sus miles de ojos de neón, baja el ruido y la sombra se hace poderosa. Yo a veces camino agazapado a las paredes, buscando a los árboles para contarles de mis sueños. La naturaleza me escucha en silencio, las cosas no son como ella lo planeó, no hay sapos que croan a mi paso, ni elefantes que soplen sus bubuselas. Los pájaros se apilan a los únicos árboles disponibles, las palomas y las ratas reinan y se reproducen en una forma descarada, alimentándose de cualquier basura.
No hay un equilibrio normal, la selva metálica ha invadido los límites de la cordura y como una pesadilla asedia, avanzando velozmente como la peor de las pestes. A nadie le interesa este grave problema, cada cual cuida sólo su pequeño espacio, o su basto lugar, sin importarle que con su actitud egoísta, un día, tal vez muy pronto, la selva asfáltica degluta incondicionalmente, a la aterida naturaleza, incluyendo la fauna y la flora.
Mientras tanto, escribo en las paredes y en las esquinas, que se detengan, pienso que aún queda tiempo, les pido que asuman una actitud responsable. He escrito infinidad de pequeños mensajes pidiendo que cuiden el agua, que no maltraten a los animales, que no corten los árboles, en fin, todo está en peligro mortal. El mar es una bomba a punto de explotar por tanta contaminación. Hay una enfermedad que crece minuto a minuto y esta selva asfáltica avanza sin control, sin que el supremo mortal engreído, acumulando sólo riquezas, no dé un paso atrás y verifique la destrucción que deja en su camino.
El sol quema, no hay refugio que te proteja, sólo las grandes paredes de la selva de cemento, si te expones, sus rayos dejan una honda huella difícil de aliviar. Sin embargo, como existe el olvido, nadie se detiene en su loca carrera a reflexionar, la indiferencia habita el corazón del hombre, el desprecio y la ambición son lo único que llena su productiva mente.
Hoy puede ser el último día, no lo sé, por eso trato de llegar al borde de esta tétrica selva urbana y desaparecer entre una verdadera jungla, si es que algún día la puedo encontrar y si queda algo de ella. Eso es lo terrible, si alcanzo el final de este vagar y logro salir de este asfixiante destino. Por esa razón voy dibujando y escribiendo en las paredes para ti que escuchas, el camino que nos llevará al final si aún el tiempo nos obsequia algo de vida.