Eva y Adán estaban conversando en el jardín del Edén, de algunas cosas que les inquietaban en esos días, como el alza del pan, la bencina y otros cuentos, cuando se les apareció la Serpiente Pitoniso que, con voz convincente les dijo: -Ya, dejen de quejarse tanto, se complican la vida sin necesidad, todo podría ser más fácil para ustedes.
-¿Pero, cómo? ¿Qué debemos hacer para alivianar nuestros problemas? Preguntó Adán sorprendido.
-Muy fácil, chiquillos, sólo ir al árbol prohibido y comerse unas manzanas. Las puertas del Paraíso se abrirán y serán libres de bajar a la Tierra y vivir como reyes, sin problemas, ¿qué les parece?
-Ah, ¡pero esas manzanas son super caras! No tenemos para el pan y menos para manzanas, ¿Dónde la viste?, exclamó Eva mirando molesta su cartera.
-Ya, no sean tontos, yo se las pago, para que vean que no soy tan mala persona como andan chismoseando las hienas.
-¿Estás seguro que las pagarás, y no nos echarás a la policía?
-Ya, giles, yo se las pago, aquí tengo el dinero, y les mostró su billetera con unos billetes verdes.
-¡Uy, que tienes dinero, y en dólares!, ¿de dónde los sacaste?
-Unas ventas que hice por allá en el Sur, ¡ya!, y no pregunten más. ¿Se van a comer las manzanas?
-Bueno, para la vida que llevamos aquí, no hay que pensarlo dos veces, dijo Adán con tristeza.
-Así me gusta que apechuguen, no se van a arrepentir, contestó la Serpiente con voz maliciosa.
-A ver Eva, come tú primero, mandó Adán con voz de macho. La mujer tomó una manzana y le dio un mordiscazo.
-¿Cómo está?, preguntó con apremio Adán. Pero Eva no alcanzó a abrir la boca, por el apuro en contestar, tragó el pedazo y se le atoró en la garganta. Por más esfuerzo que Adán hizo para socorrerla, Eva cayó desvanecida en el pavimento y se golpeó la cabeza.
-¡Eva, mi amor, despierta, no me dejes solo en este mísero Paraíso! Sollozaba el hombre.
-¡Ya, déjate de estupideces!, exclamó de mal humor la Serpiente, no seas tan alharaco.
-Pero, ¿qué voy a hacer aquí solo?, ¿quién lavará mis hojas de parra y cocinará para mí? ¡Oh, Dios mío! ¿Sin Eva, cómo vamos a poblar la Tierra?
-Oye, me cargan los giles que no pueden hacer nada sin la mamá, ¡despierta, llama a Dios y todo se solucionará!
-Pero, ¿cómo?
-¿De dónde saliste gancho? ¡Usa el teléfono!
-¡No tengo crédito!, gimió Adán.
-Toma, aquí tengo una ficha, ¡usa ese teléfono público! Adán tomó la ficha, mas, y al punto de marcar, recordó que no se sabía el número de Dios.
-Ah, no tengo el número telefónico, ¿qué hago?
-Con razón te hicieron de barro, ¡cabeza de chorlito!, ¡muchacho, mira las amarillas! No sé cómo tengo tanta paciencia contigo. Luego de conseguir el número Adán marcó y pidió hablar con Dios.
-¿Hablaste con Dios? Preguntó enfadado la Serpiente Pitoniso.
-No, me dijeron que está sirviendo de árbitro en la Guerra de las Galaxias y tiene para harto rato. ¿Qué haré para recuperar a mi Eva?
-Mira, se me ocurre una idea que la vi en un cuento, ¿por qué no le das un beso, como lo hizo el príncipe con Blanca Nieves, ah?
-Oye, Serpiente, de Pitoniso no tienes nada, todo lo que nos has aconsejado ha fracasado, ¿no será otra de tus tretas?
-Bueno, gil, dame un poco de crédito, un margen de errores, si hasta Da Vinci tuvo sus errorcitos ¿no? Adán fue hacia la desvanecida Eva y le dio un tremendo beso. En ese instante la mujer despertó sorprendida de ver a ese sapo tan verde y feo sobre su pecho.
-¡Que asco! ¡Saquen este bicho asqueroso de aquí!, gritó.
-Claro que sí, querida, y con mucho gusto, susurró la Serpiente mientras engullía al sapito. ¡Ja ja!, te quedaste sin hombre, Eva. ¿Qué tal si nos vamos juntos a gastar algunos billetitos? (esta Serpiente hacía tiempo que le tenía ganas a la Eva) La mujer se quedó mirando la billetera y sin pensarlo más, le dijo que sí.
Y aquí se terminó esta historia, fueron muy felices y poblaron la Tierra de alimañas.