sábado, 15 de marzo de 2014

IRREAL

Una jauría de enloquecidos sueños
deja un rastro de luna en la solitaria noche.
La piel de la soledad es perseguida
por la espesura de una pesadilla
que ha tomado la almohada por asalto.

Mi  voz se debate al final de un camino
y  huye más allá de la compresión.
En vano busco apartar la irrealidad de la cordura,
van de la mano y se burlan de mi inocencia.
Pasan sus dedos de nieve
sobre la desnudez de mi espalda,
recorren mis territorios,  hurgan
y dejan  huellas atormentadas de sueños ajenos.

Mi reloj obnubila,
no sabe si continuar marcando instantes
o simplemente marcharse y tomar un café,
está cansado de rechazar sueños indecorosos
que toman por asalto mis sábanas y recorren
las penumbras en busca de más placer.

Las sombras acompañan iracundos gemidos,
sobrecogen todo clamor de sensatez.
Sueños y pesadillas se debaten apropiándose del espacio
como único salón virtual de sus avances.

La almohada cede a sus embates atrevidos,
han penetrado mi cuerpo y cual oleaje marino,
vuelcan sus insinuaciones sobre mi piel.
Y quedo  así, a merced de sus  hambrientas olas
sin conciencia, entregada  a  sus caprichos.

La manada de irrealidades aborda el tren  del olvido.
Mañana no habrá memorias
sólo un  triste sabor a insatisfacción,
un ligero destello que cruzará con su alas mustias
la luz de un deseo, sin refutar su inexistencia.


sábado, 1 de marzo de 2014

EL RECICLADOR




Cuando abrió la puerta se encontró a boca de jarro, con un hombre de lentes oscuros todo vestido de azul. Eso le llamó la atención, al principio, pero al mirarlo de nuevo, y  al sacarse los lentes el individuo, le sorprendió más que  aparte de vestirse  todo de azul, tenía los ojos azules y su  rostro lucía un pálido azuloso que sí la estremeció. Nunca había visto a una persona de ese color, salvo que fuera un difunto.
Con voz temerosa  y juntando un poco la puerta preguntó, ¿qué se le ofrece? El hombre después de mirarla fijamente, con una mirada de otro mundo, le respondió que  traía un mensaje para Micaela.
Esa soy yo, dijo  estremeciéndose al saber de esa misteriosa nota y pensando que pocos sabían que estaba trabajando de niñera en esa ciudad. ¿Quién me manda un mensaje, no conozco a nadie aquí?, contestó cerrando un poco más la puerta y tratando de alcanzar el pasador de cadena que la patrona le había recomendado cuando  abriera la puerta de la calle.
El hombre al advertir que la mujer en cualquier momento iba a cerrar la puerta, colocó uno de sus pies en el umbral impidiendo de ese modo esa intención. Micaela, tímidamente preguntó sobre el recado, asustada por  la posición del pie del individuo.
Micaela, su madre está muy enferma, debe ir a  su pueblo de inmediato. La mujer se llevó las manos a la cara en estado de shock y exclamó angustiada, ¡No, mi mamá, no puede ser! ¿Cómo sabe usted de mi familia señor?  Micaela,  alístese, debe partir o será demasiado tarde.  ¿Quién es usted? Yo soy,  el reciclador. ¿Quién?, no entiendo, ¿quién lo mando? Micaela, no haga tantas preguntas y  váyase a su pueblo. El hombre se quedó inmóvil por un momento y sacó el pie del umbral, mientras  la mujer buscaba un pañuelo en su bolsillo para  limpiar las lágrimas que habían comenzado a caer, en ese instante  al mirar  hacía abajo, como un cerrar  de ojos el hombre desapareció.
Micaela  incrédula de que el individuo  se hubiera ido tan rápido, salió a la calle  mirando hacia todos lados, pero nadie, la calle lucía solitaria.  Entró de sopetón a la casa y tomó sus pertenencias,  colocando todo en unas bolsas que tenía para ese caso. Llevaba sólo  una semana  trabajando allí y los niños a su cuidado estaban en su escuela, por eso  decidió irse.  Como no sabía escribir,  no pudo dejar una nota y  usando el dinero que le habían dejado para  las compras se fue al terminal de buses.
Por el camino no pudo aguantar el llanto y lloró hasta que le dio hipo. Una señora que iba en el asiento  del frente la vio en ese estado y la consoló dándole  unas pastillitas de menta. Micaela le contó de ese misterioso  hombre con el mensaje.  La señora se persignó,  ¡Ave María!, ¿no sería un delincuente?  Dijo que era algo como reciclador, eso le escuché pero no sé qué es eso. Bueno, puede ser  reciclador de  botellas, de papeles, pero niña, es muy rara tu historia, ¿estás segura de lo que  te dijo?, claro que el aspecto del hombre me llama mucho la atención, ¡ay, niña!, ¿no te habrán penado?
Micaela se santiguó varias veces y deseó que  su madre estuviera  tan sana como la dejó la semana pasada y que lo que le insinuó ese hombre  azul no fuera verdad.
Después de dos horas llegaron al pueblo.  Todos se bajaron con sus bultos y  Micaela  se despidió  a la rápida de la señora  tomando luego la calle cercana. Después de caminar varios minutos y de cruzar el puente de madera, divisó su rancho. Entró excitada por la preocupación empujando la puerta que se abrió de inmediato, ¡Mamá, mamá!, llamó, pero nadie le contestó. Entró a la recámara de la mujer y la vio allí recostada, sudorosa, y moribunda. ¿Mamá qué te ha pasado? La madre como pudo sacó la voz para decirle que era sólo un aire. ¡Mamá!, ¿tienes neumonia, es eso? la mujer cerró los ojos, el esfuerzo por hablar  la había agotado. Una vecina, la sacó de su angustia. ¡Micaela, qué bueno que viniste a ver a tu madre!, mira como está, y no quiso ir al hospital,  el doctor dice que  sólo un milagro  la salvará. Está muy mal, Micaela. Doña Lala, ¿usted mandó a un señor a la ciudad a avisarme?
¿De qué señor dices niña?  Un hombre todo de azul, me dio un mensaje, dijo ser el reciclador. ¿El reciclador?, ¡oh, no niña!,  ¡no puede ser!
¿Quién es ese señor?, no me asuste doña Lala. Pues hija,  esta mañana vino un señor así como tú lo describes y  golpeó la puerta y dijo ser el reciclador, y yo le pregunté qué reciclador?, y él respondió, ¡de huesos! ¡Madre!, me quedé helada, y luego dijo que volvería más tarde. Niña, me puse a pensar si no sería algún loco, pero ahora que tú me cuentas eso... ¡Oh, cielo!, ¡sólo debe ser la muerte! Micaela  debemos prepararnos, si viene por tu madre, ¡no le abras la puerta!