Me sorprendí al
abrir la puerta. En medio de la pieza se encontraba aquel hombre, de pie,
formalmente vestido, con sus ojos clavados en mi rostro. La impresión fue
mayúscula porque no esperaba encontrar a alguien en mi cuarto. Los dos nos miramos, yo,
confundido, él, muy tranquilo, como que
le era natural. Señor, ¿cómo entró a mi pieza?, le pregunté después de
un breve lapso.
Me miró y volteó la vista, caminó unos pasos y
contestó con voz serena, que era lo mismo que me iba a preguntar a mí. ¿Joven
de dónde sacó las llaves de mi cuarto? Lo miré con los ojos muy abiertos y
dudoso, ¿perdone, señor?, usted está equivocado, este es mi cuarto desde hace
un año. Es increíble, pensé, ¿de dónde habrá aparecido este señor diciendo que
es el arrendatario de este piso? Señor, pienso que usted se ha equivocado
de cuarto. Me miró y sonrió por un instante, luego caminó por la
pieza hasta llegar a la cocina. El hombre lucía un traje a su medida pero fuera
de época, un poco pasadito de moda, tenía un bastón en su mano y un sombrero en
la cabeza. Joven, temo informarle que es usted el equivocado de cuarto, deberé
reportar este atrevimiento al portero y de inmediato, si no sale en este momento, dijo, clavando sus ojillos
en mi cara y haciéndome sentir como un intruso
en mi propio cuarto. Por favor, señor,
mire el número de la puerta, es el 25,
segundo piso. Claro que lo sé joven, si es mi cuarto desde hace más de veinte
años.
No lo
puedo creer, me restregué los ojos. Señor, hace un año que estoy arrendando este cuarto amueblado
por cincuenta mil pesos, tengo todos mis
recibos. Lo siento pero es usted joven el equivocado, este cuarto me pertenece,
tengo la escritura a mi nombre. Fue
hacia una gaveta de mi escritorio y sacó un legajo de papeles. Mire y compruebe que
no le miento, dijo con voz seca. Al tomar los papeles, toqué casualmente
su mano, estaba tan helada que me dio un escalofrío. Ojeé los manuscritos, por
cierto muy antiguos y efectivamente,
decía que el señor Óscar Castro Zúñiga era el propietario de ese departamento.
Pero, obviamente usted no estaba en el país y el portero me arrendó su piso,
tal vez con su consentimiento, insinué, mientras continuaba ojeando los papeles sin dar crédito a lo que
estaba sucediendo. Joven, este ha sido y será mi departamento y si el conserje lo arrendó, muy malo para
usted que deberá retirarse de inmediato, pues nunca he dado órdenes de ocuparlo,
afirmó con autoridad.
Señor, por favor, déjeme ir a averiguar y traeré al conserje para que corrija el
problema. Después de un breve momento el caballero se acercó a la ventana y
dándome la espalda accedió a mi pedido. Está bien, le daré unos minutos
para que saque sus pertenencias, puede traer al portero, dijo. Luego comenzó a fumar una pipa que no vi
cuando encendió y, siempre mirando
hacia la calle, comenzó a dar grandes
bocanadas de humo.
Muy
alarmado, y con la preocupación que podría quedar en la calle si no encontraba
otro departamento desocupado, me dirigí a grandes zancadas hacia el primer piso
de la oficina del conserje.
Allí
estaban otras personas por lo que tuve que esperar unos minutos, con sumo
cuidado, expliqué al hombre lo que me había sucedido en mi departamento, el conserje me miró sorprendido y muy curioso
me preguntó si no me había metido en otro cuarto. Le repetí varias veces el número y el piso, al final lo convencí de
acompañarme.
Estaba
sudando de puro coraje, mi corazón latía desenfrenado y de sólo pensar que tendría que mudarme, se me doblaban las rodillas. Por fin el
ascensor nos llevó al segundo piso. Yo hubiera subido usando las escaleras,
pero el hombre era viejo y llamó al elevador. Mi cuarto estaba cerrado, me
desconcertó que estuviera con llave, golpeé esperando no molestar al señor
Castro, pero el conserje me increpó aludiendo a que usara mis llaves. Pero… el
señor… ¿Qué le pasa, no es este su cuarto? preguntó con molestia, ¿qué no tiene
llaves? Sí…pero… ¡Ya, deme las llaves!,
si hay un intruso lo echaré con la policía a la calle. Sin esperar a que le
entregara mi llavero, tomó su llave
maestra y la introdujo en el cerrojo que
después de dos vueltas cedió. El conserje entró primero seguido por mí. El olor a tabaco nos abofeteó
el rostro. El hombre me preguntó si fumaba y le respondí que no. Me miró
incrédulo, aquí alguien ha estado fumando y
fuerte, dijo carraspeando, está prohibido fumar en los cuartos.
Señor,
ya le dije, acabo de llegar de mi trabajo y
ese caballero del que le conté tenía una pipa. Revisamos todo el
departamento pero no había nadie allí salvo nosotros. La cocina, el baño y el
dormitorio, lucían tal como los había dejado
en la mañana temprano. Fui directo al escritorio y busqué ese legajo de
papales, pero no encontré nada.
¿Cómo
dijo que se llamaba el hombre que estaba
en su cuarto?, indagó el conserje. Oscar Castro Zúñiga, exclamé de inmediato. ¿Cómo
dijo? ¿Oscar Castro Zúñiga? No me diga, ¿no estará equivocado?, ahora recuerdo
que hubo años atrás un señor de ese
apellido, ah, creo que era un poeta, algo así, ¿profesor, no? Yo estaba
pequeño, pero mi padre siempre hablaba de él por sus poemas. Claro, que el bardo
murió como en el año 1947 creo de
tuberculosis, algo así. Por cierto que debe ser un alcance de nombre nomas, agregó el
conserje.
Bueno,
pienso que a lo mejor usted entró a otro
departamento, como son todos igualitos, posible que no se dio cuenta. Me
voy, abra la ventana para que salga el
humo, aquí está prohibido fumar. Ya le
dije que no fumo. Bien, pero el departamento está lleno de humo de cigarrillo,
volvió a golpear la voz, mientras se alejaba
carraspeando por el pasillo, lo oí
mascullar que era sólo un alcance de
nombre, nada más…
Molesto,
cerré la puerta y abrí la ventana, el aire fresco entró y despejó el
ambiente, todavía dudoso de que el señor
estuviera por allí escondido, fui y revisé de nuevo. Sin embargo, todo estaba normal. Más
tranquilo, me duché y luego preparé mi cena, vi las noticias y me fui a la cama, a media noche escuché entre sueños
que alguien trajinaba el escritorio,
pero supuse que el ruido venía de los otros departamentos y como estaba tan cansado, no quise levantarme a
investigar y me dormí. A la mañana
siguiente, descubrí que algunas gavetas del escritorio estaban semiabiertas
y que había un papel sobre la mesa,
tenía algo rayado muchas veces, como un poema o algo así. No pude descifrar lo
que decía y lo tiré a la basura, luego me fui a mi trabajo.
Cuando
volví por la tarde el conserje me llamó de su oficina. Mire joven, aquí hay una
foto del vate, mi padre la guardaba
entre sus cosas, ah, y un poema. Bueno, según los datos que tengo, el señor
Castro era el propietario del departamento pero
después de su muerte quedó vacante. Cogí la fotografía, la miré, no pude
evitar una exclamación de sorpresa, ¡pero
si es el mismo señor de ayer! dije eufórico. ¡No! no puede ser posible,
interrumpió el conserje, el poeta está
muerto, repitió varias veces incrédulo.
Pero, tiene el mismo traje, el sombrero y en su mano una pipa, es él,
afirmé. ¿No me diga que lo están penando?, apuntó con voz burlona el anciano y se echó
una risita, que me molestó bastante. Créame o no, el señor de la foto luce
idéntico al que vi en mi cuarto ayer. Se lo aseguro. Salí de la oficina con la
foto y el poema, mientras el conserje me recomendaba que se la devolviera después y que no tomara más de la cuenta, lo dijo con una
risita sarcástica. Subí de dos en dos
los escalones echando humo por las orejas de rabia, ¿qué se cree ese viejo
decrépito?, ¡yo no bebo!
Ya en
el cuarto y más sereno, estuve leyendo el poema, su título: “Para que no me olvides”,
hermoso poema, pensé y se me ocurrió sacar el papel que había lanzado a la
basura, lo estuve estirando hasta que
con esfuerzo pude comprobar que era una copia con borrones del mismo
poema.
Sorprendido
y curioso pensé para conformarme, bueno, soy compañero de pieza de un gran
poeta fantasma, no puedo creer que me
visitó, aunque me asusté un poco, fue porque
pensé que quedaría sin mi departamento,
sin embargo, si realmente es un fantasma, será muy interesante, tener una buena plática con él. Me sentiré muy orgulloso de tenerlo de compañero de
cuarto, claro, siempre que el bardo no venga a
echarme de nuevo.