¿Qué han hecho mis manos acumulando tiempos distantes,
bostezos que titilan en el aire en busca de la confortable somnolencia?
Y heme aquí con los brazos abiertos al encuentro que no llega,
no abre la puerta, no interrumpe el monólogo del silencio,
una plática inconclusa con el espejo
del pasado.
Sólo se escucha el tintineo continuo y monótono del péndulo
suspendido en medio de la soledad del reloj
y la siesta se toma la tarde como si fuera lo único existente.
Hoy seguiré esperando el ruido de la llave en la cerradura,
el accionar de cortinas al viento, gorjeos
de aves,
pasos de lluvia subiendo las escaleras
del tejado
y la voz quebrada del silencio anunciando que has llegado.
Sólo entonces,
podré cerrar los brazos al esperado encuentro,
al beso que sellará mis labios y devolverá la sonrisa
a mi solitario corazón.
Sólo entonces,
dejaré escapar el lamento que
mantenía encerrado
entre las páginas de mi libro,
lo dejaré partir y supliré esas páginas de mi vida
con la dulce melodía de tu presencia.
La noche cae, ciega mi ventana, apaga el neón de la calle.
Todo yace oscurecido dando tumbos de un lado a otro,
no hay pasos que se aproximen, no hay un llamado.
Y yo, cierro los ojos a la inmensidad del llanto,
y me digo,
una y otra vez, como una forma de
enredar los hilos
de la nostalgia en el carrete del tiempo,
mañana, mañana nacerá de nuevo
la esperada flor de la certidumbre.