Todo
comenzó
con una silenciosa invasión, casi imperceptible, silente a todo ojo
escudriñador. Fue ganando espacio, hasta que se hizo visible, sin alarma, aún
no era una amenaza, no había por qué preocuparse.
Eso
se pensó, y continuaron sus tareas casi ignorándolas. Sin embargo, esa lánguida
reacción fue la que aprovecharon las invasoras para ir ganando espacios
importantes. La cocina y la alacena fue una de las principales conquistas, los
ocupantes horrorizados lanzaron los paquetes de galletas y mermeladas directo a
la basura y no con eso pudieron expulsarlas, era una columnas de hormigas rojas
que llegaron para quedarse y continuaron por las paredes de la casa, sobre la
mesa y se apoderaron del baño. Ni el
agua ni los sprays las ahuyentaron, por el contrario día a día aumentaba el ejército
de invasoras.
Los habitantes de la casa buscaron en vano el nido en donde se hallaría
la reina para acabarlas de una vez por todas, pero sus esfuerzos no las
hicieron retroceder, no pudieron encontrar la madriguera. Entonces llamaron a
un exterminador de plagas. Ese día la familia se trasladó a una posada mientras
el aniquilador colocaba su artillería de “antitodo” para eliminar esa molesta
plaga. Sí, que el hombre se dio cuenta de que
esa clase de hormigas eran muy diferentes a las otras, estas mantienen
varias reinas y aumentan su ejército, aunque eliminaras a un grupo, igual los otros nidos continúan la batalla.
Una
nube tóxica llenó todos los rincones de la casa e incluso escapó por los orificios inimaginables, formando una
bruma alrededor de la base de la casa que daba la impresión de volar sobre el césped del jardín.
La
familia se ausentó por dos días según las instrucciones del exterminador, quien
les había garantizado la eliminación de la plaga para siempre. Cuando
regresaron aún la casa olía a ese
producto penetrante y extraño que había
expulsado a las audaces invasoras. El padre abrió todas las ventanas y así
aireó las piezas, percatándose de que la molesta plaga ya no existía.
La
madre mudó las camas con sábanas limpias y todo volvió a su ritmo normal por
una semana completa. Los niños miraban las paredes y los cielos rasos y
preguntaban a sus padres si las hormigas ahora eran invisibles, porque no encontraban nada trepando sus muebles de juguetes.
Poco
duró la paz, una noche la mujer despertó de improviso, cuando sintió que algo
le caminada en el rostro y sobre sus brazos desnudos. Encendió la lámpara
alarmada y temerosa pensando que le había dado alergia, al verse cubierta de hormigas dio un enorme
grito que despertó a su marido en
iguales circunstancias. El hombre saltó
de la cama sacudiéndose el pecho y los brazos, y comprobó con horror que su
cama estaba llena de hormigas, se vistieron de prisa y fueron a la pieza de los niños y la misma
escena los hizo temblar, tomando a los dormidos hijos les sacudieron las hormigas que ahora cubrían
los muros, el techo, el piso y todos los muebles. En ese instante la luz se
apagó. Salieron de la casa a tientas, con sólo lo puesto, entraron al auto
y huyeron lejos.
Hasta
el día de hoy nadie ha podido habitar esa casa que permanece totalmente
cubiertas de hormigas rojas.