Esperaba. El
reloj se detuvo en incierta hora mientras la mesa puesta, el té preparado se
enfriaba lánguido, lanzando en el ambiente
un extraño y penetrante olor. Pero nadie llegaba, nadie tocó el timbre, ni golpeó con premura con los nudillos la
puerta de roble.
La anciana con sus labios pintados de rojo, aún mantenía una sonrisa esperanzada
en su rostro Era su rutina, todas las tardes los aguardaba, asomando sus
cansados ojos a través de la ventana, observaba a la gente pasar, que alguno hiciera la señal de que venía a visitarla, sin embargo todos
caminaban de prisa con una inmensa indiferencia. Entonces después de un
largo tiempo, cansada de tanto pararse
junto a la ventana, la anciana se daba por vencida y con resignado dejo, iba sacando las tazas
llevándolas a la alacena, apagaba la cocinilla y luego se sentaba en su sillón
a pensar que tal vez mañana sería el día, tal vez se había equivocado de fecha,
esas y otras explicaciones aparecían en su mente para justificar la tardanza
de sus imaginarias visitas.
Pero un día, sucedió lo impredecible, dona Leonor preparó el té, las tazas,
y se sentó a esperar. Veinte minutos más tarde alguien golpeó la puerta, la anciana se levantó como si
hubiera recibido un golpe eléctrico, sus huesos reaccionaron como nunca, rápido
fue hacia la ventana y allí observó a una señora que esperaba junto a la
mampara. Aún sorprendida por esa
esperada visita, preguntó quién era
antes de abrir. La señora contestó que era Alicia. ¿Será mi nieta?, se
dijo la anciana, y sin titubear más abrió la puerta.
Pasa Alicia, ¿eres tú, mi nieta? La
señora pasó y le contestó que era una asistente social. Ah, ¿y vienes a tomar
el té conmigo?, preguntó doña Leonor. Pues, si usted me invita, claro que sí, vengo a verla y a hacerle un cuestionario. Oh,
pase por favor al comedor. La asistente sintió un mal olor, pero no quiso
alterar a la anciana. Sin embargo en el comedor el olor se hizo insoportable. Vio
la mesa puesta con tazas para el
té, pero lo que sí le impresionó fue ver
un gato y un perro colocados en unas sillas junto a la mesa en un estado de
descomposición terrible. Miró a la enjuta anciana que mantenía una amplia
sonrisa y la invitaba a tomar asiento entre el gato y el perro.
La mujer se llevó un pañuelo a su boca al sentir
que su estómago se descomponía de las
náuseas que no podía reprimir, entonces retrocedió horrorizada dándole la
espalda a la anciana. En ese instante sintió un golpe fuerte en su cabeza y
cayó aturdida. La anciana, le dio varios golpes más con un martillo que
empuñaba, hasta que la mujer quedó sin respiración en el suelo.
¡Ah!, ¿ves lo que pasa con la gente que miente?, le reprendió la anciana,
tú no eres mi nieta Alicia, ahora tomarás el té conmigo, y esperaremos a que alguien
más nos quiera acompañar.