sábado, 15 de noviembre de 2014

DISPLICENCIA



Mirada que no ve,  solo un reflejo inicuo
recorre la vereda con rostro cansado.
Fina lluvia moja suave las pestañas del tiempo
que pasa inexorablemente:
indiferencia.

Los pasos avanzan chapoteando desamparo.
Ojos que no ven se alejan,
no escuchan suplica.
Tormentas caen
y se estrellan en un pavimento mojado,
encandilado de tanto llorar en desconsuelo.

Vamos,
le dice al gato que lame su última víctima,
inoportuno el momento, no es el indicado.

Vete tú, le responde el minino.
Vete solo, pordiosero, a tu escondrijo de miseria,
he ganado a la tarde suculento banquete,
en cambio tú,
no has cesado de pedir
con mudas palabras que se estrellan en soledad.
Estás ausente como fantasma sin camino,
andrajoso pasajero,
abandonado de la vida.


sábado, 1 de noviembre de 2014

LA HORA DEL TÉ





Esperaba. El reloj se detuvo en incierta hora mientras la mesa puesta, el té preparado se enfriaba lánguido, lanzando en el ambiente  un extraño y penetrante olor. Pero nadie llegaba, nadie tocó el timbre,  ni golpeó con premura con los nudillos la puerta de roble.
La anciana con sus labios pintados de rojo, aún mantenía una sonrisa esperanzada en su rostro Era su rutina, todas las tardes los aguardaba, asomando sus cansados ojos a través de la ventana, observaba a la gente pasar, que  alguno hiciera la señal de que  venía a visitarla, sin embargo todos caminaban de prisa con una inmensa indiferencia. Entonces después de un largo  tiempo, cansada de tanto pararse junto a la ventana, la anciana se daba por vencida y  con resignado dejo, iba sacando las tazas llevándolas a la alacena, apagaba la cocinilla y luego se sentaba en su sillón a pensar que tal vez mañana sería el día, tal vez se había equivocado de fecha, esas y otras explicaciones aparecían en su mente para justificar la tardanza de  sus imaginarias visitas.
Pero un día, sucedió lo impredecible, dona Leonor preparó el té, las tazas, y se sentó a esperar. Veinte minutos más tarde alguien golpeó  la puerta, la anciana se levantó como si hubiera recibido un golpe eléctrico, sus huesos reaccionaron como nunca, rápido fue hacia la ventana y allí observó a una señora que esperaba junto a la mampara.  Aún sorprendida por esa esperada visita, preguntó quién era  antes de abrir. La señora contestó que era Alicia. ¿Será mi nieta?, se dijo la anciana, y sin titubear más abrió la puerta.
 Pasa Alicia, ¿eres tú, mi nieta? La señora pasó y le contestó que era una asistente social. Ah, ¿y vienes a tomar el té conmigo?, preguntó doña Leonor. Pues, si usted me invita, claro que sí,  vengo a verla y a hacerle un cuestionario. Oh, pase por favor al comedor. La asistente sintió un mal olor, pero no quiso alterar a la anciana. Sin embargo en el comedor el olor se hizo insoportable. Vio la mesa puesta  con tazas para el té,  pero lo que sí le impresionó fue ver un gato y un perro colocados en unas sillas junto a la mesa en un estado de descomposición terrible. Miró a la enjuta anciana que mantenía una amplia sonrisa y la invitaba a tomar asiento entre el gato y el perro.
 La mujer  se llevó un pañuelo a su boca al sentir que  su estómago se descomponía de las náuseas que  no podía reprimir,  entonces retrocedió horrorizada dándole la espalda a la anciana. En ese instante sintió un golpe fuerte en su cabeza y cayó aturdida. La anciana, le dio varios golpes más con un martillo que empuñaba, hasta que la mujer quedó sin respiración en el suelo.

¡Ah!, ¿ves lo que pasa con la gente que miente?, le reprendió la anciana, tú no eres mi nieta Alicia, ahora tomarás el té conmigo, y esperaremos a que alguien más nos quiera acompañar.