Allí en la alta torre, un joven llora lágrimas de incomprensión por su laúd. Está encerrado en esa habitación que llama su celda y donde clama al viento el deseo de morir. Lo interesante es que no hay candado o llave en la puerta y la única ventana no tiene barrotes, permanece abierta, al sol, a la lluvia y a los pájaros que entran como Pedro por su casa, e incluso tienen la confianza de posarse en los hombros del joven y cantan al compás de la lastimera melodía del laúd.
Han pasado varios meses, digamos que unos cinco, en que la joven Rapunzel ocupó por años esa misma habitación y con dramática voz pedía ser rescatada a los cuatro vientos. Varios jóvenes de la comarca acudieron a su llamado y trataron en vano, pues la torre es inalcanzable, demasiado alta, así que después de numerosos intentos muy mal trechos por las caídas, y avergonzados por el fracaso, los jóvenes desistían y se retiraban a sus casas para olvidar algo tan bochornoso.
Un día, Petro, un joven de otra comarca pasó cerca del castillo y escuchó un lamento que le estremeció todas las fibras de su cuerpo. Rápido se encaminó hacia la torre y al ver a Rapunzel asomada a la ventana, quedó impresionado por su belleza, y, por supuesto, se enamoró de inmediato. Los jóvenes entablaron una conversación, claro, gritando un poco, ya que era el único medio para ser escuchados y decidieron hacerse amigos.
Una vez a la semana, el joven Petro desviaba adrede su corcel del camino principal, para platicar a grandes voces con su amada Rapunzel, digo amada porque el joven desde el primer día se enamoró de ella, sin embargo, la joven fingía muy bien estar interesada en Petro y le pedía que la rescatara, asegurándole que en cuanto estuviera libre sería su esposa.
Petro como los otros rescatistas, intentó de mil maneras llegar a la torre. Usó escaleras, pero no alcanzaron ni siquiera a la mitad de la torre, lanzó una araña metálica atada a una soga, pero ésta no se enganchaba en nada, pues la pared era muy lisa. Incluso trató con la garrocha, ya que era diestro en ese salto y figuraba entre los famosos de las olimpíadas. Lo único que logró fue romper numerosas varas, que de paso costaban bien caras. Rapulzel mostraba su carita de desencanto desde lo alto, pero en su interior, se moría de la risa.
Petro continuaba inventado las formas más arriesgadas de salvataje, aun así, todo su esfuerzo era en vano. Daba la impresión que por más esfuerzo que hiciera la torre se elevaba más alto. Por supuesto que era sólo una ilusión. Mientras tanto Rapunzel gozaba de los audaces intentos del joven que muy entrada la noche se retiraba fatigado y desilusionado, pensando que debería usar más ingenio para rescatar a su amada.
Una tarde después de otros inútiles intentos, Rapulzel se asomó mucho a la ventana y una de sus largas trenzas cayó por descuido a lo largo de la torre. Petro al verla no podía creer de la emoción y pensó que su amada lo hacía para ayudarle a subir, y ni corto ni perezoso atrapó la trenza y comenzó a escalar la pared. La joven estaba estupefacta y en su rostro apareció un rictus de enojo o de dolor, eso no se supo hasta que el joven alcanzó por fin la ventana y de un salto entró a la habitación. Cuando Petro se abalanzó a sus brazos, la joven lo rechazó airada, injuriándolo de mil formas, con las palabras más feas que existen. ¡Estúpido!, ¿cómo te atreves a jalar mis cabellos recién lavados? Con tus manos sucias, ¡mira como han quedado y casi me los arrancas de la cabeza!, ¿que te has creído pobretón descarado? ¿Acaso eres un príncipe azul? ¿Quién te dijo que yo estoy interesada en tu rescate, si puedo salir cuando quiera por la puerta de mi habitación? ¿Acaso eres un soñador iluso, cretino? Todas estas palabras fueron las más suaves que Rapunzel le gritó al pobre joven, que se encontraba estupefacto viendo como salían ranas y toda clase de alimañas de la boca de su amada. Y luego, la joven salió de la habitación dando un tremendo portazo.
Petro no podía creer todo lo que la joven le había dicho, pensó que sólo era una pesadilla, ni siquiera le dejó dar una explicación, nada. Hasta el corazón se le rompió del impacto de esas agrias palabras. Era realmente inaudito, ella que por semanas había sido su dulcinea, su amada Rapunzel, parecía otra persona. Qué desdichado se sintió, engañado hasta la médula de los huesos, sin fuerzas para seguir tras ella y aclarar la situación, sólo optó por tirarse sobre la cama y llorar a mares.
Al otro día lo despertó una vieja mucama que traía el desayuno, y a pesar de lo sabroso y abundante de éste, el joven sólo se comió unos huevos fritos, las tostadas y el café. La vieja mucama le platicó un poco de la doncella, le dio a entender que estaba medio chiflada, que vivía actuando distintos personajes que sacaba de las historias que leía, por eso todos pensaban que estaba algo falluta y que se había ido a la ciudad con sus padres. Petro siguió llorando por días hasta que la mucama le preguntó si se iba a quedar allí o se iría a su pueblo. El joven le dijo que sólo quería morir, así que para que esto no sucediera, la mujer, todos los días le traía a la habitación la comida.
En un rincón del cuarto, Petro encontró un instrumento extraño pero interesante, la mucama le dijo que se llamaba laúd y como era muy perseverante, practicó y practicó, que se olvidó de todo, hasta de Rapunzel, y comenzó a tocar melodías tan melancólicas que reflejaban su dolor, claro que sentía dolor pero ya no sabía de qué.
Así lo encontramos, allí, en la alta torre, tocando por meses, como cinco, pensando que lo hará hasta que la muerte le venga a buscar.