El terror escapa de las fauces de la oscuridad.
Deambula por las calles ocres de presagios, cubriendo a los individuos que
caminan con su temblorosa certidumbre. Nadie se atreve a abrir las ventanas o atisbar tras los visillos. El aire se llena de un abismo insondable de
inquietud. El terror se encuentra con su
propia imagen reflejada en una vitrina y se espanta, tiembla convulsivamente,
es como si le hubiera atacado un virus contagioso y en cada lugar deja un rastro de infortunio.
La situación está fuera de control, los periódicos anuncian un desborde
de palabras agresivas que se derraman furtivamente sobre la ciudad, letras que
dicen cosas horribles como, invasión,
terrorismo, golpe de algo, sedición,
tortura, asesinatos, blasfemias, mentiras, usurpación, mano negra, violaciones.
No hay palabras de conciliación, se han borrado de todas las páginas, incluso,
están prohibidas en las revistas y los medios de comunicación. En la
tele y la radio son marcadas con un pitazo, por lo tanto nadie
las puede escuchar. El terror, no sabe qué hacer para cambiar su estatus y poder calmar al humano. No está en sus manos ser diferente, fue confeccionado
con artimañas y lacras del poder. La paz
yace maniatada con una venda en sus labios, la paloma se marchó lejos y la población aterrorizada
se atrinchera en sus hogares esperando lo peor.
El terror se fatiga, siente escalofríos, no quiere ser así, se detesta,
no sabe cómo llegó a ese extremo en que todos le temen, menos sus amos que lo
utilizan salvajemente para mantener un dominio. Alarmado por su condición
catastrófica, corre calle abajo, trastabillando, aún tiene tiempo, ha escapado y con una fuerza increíble se dirige decidido
hacia la costa, antes que le den alcance, entonces se hunde en el inmenso mar esperanzado
en que todos olviden su nefasta realidad.