El hombre raro se levantó esa mañana tratando de pensar
en aquel espectacular sueño que había sostenido en su almohada por breves
segundos, para que, por un repentino bostezo, se le hubiera escurrido al rincón
de los sueños perdidos. Durante quién sabe cuánto tiempo estuvo quebrándose la
sesera en su afán de recordar, pero fue
imposible, y totalmente defraudado soltó el pequeño hilo que había quedado
pendiendo de su cabeza, ése que lo unía a su inconsciente. Varias veces se
repitió que sabía que era un lindo sueño,
algo que paladeaba en su mente sin saber el inicio y menos por dónde
terminaba, que desgracia, se dijo,
mientras desconcertado se anuló los cordones amarillos de sus zapatos azules.
El teléfono sonó tres veces, hasta que se hizo el ánimo
de levantar el auricular y con voz desganada atendió con un moribundo ¿bueno?
¡Bueno! ¿Hijo, estás bien? Oh, mamá, me estoy levantando, perdona, ¿se te
ofrece algo? Sí, sólo recordarte que esta tarde vendrás a tomar el té conmigo,
no olvides de traer algo dulce, ¿Sí?
Claro que sí, no lo olvidaré, hasta la tarde mamá, cuídate. Un beso hijo.
Una mueca le cubrió el rostro, era tan tedioso ir a tomar
té con su madre y escuchar impávido las últimas telenovelas que ella le contaba con lujo de detalles, hasta
que el reloj marcaba las siete y él se
escabullía con alguna excusa. No olvides venir la próxima semana hijo, para
contarte como va el desenlace de esta interesante novela, repetía la señora
entusiasmada, mientras el hijo ponía cara de cansado.
El hombre raro, se asomó por la ventana y contempló lo
inusual del clima, estaba en pleno
verano y arriba se veía todo cubierto por negras y amenazantes nubes. ¿Quién
entiende el clima en estos días?, se
preguntó, los cambios climáticos tienen convulsionado el pronóstico, ahora no se puede
anunciar nada por adelantado, y la oficina meteorológica me da un informe y
en el momento en que lo estoy anunciando
por la radio, la cosa cambia, eso me enfada mucho, por allí he escuchado
comentarios sobre mi persona que no me agradaron, unos dicen que soy muy
peculiar y otros que soy un despistado, y algunos osan decir que soy un
extravagante, mas yo pienso que los incongruentes son ellos. Si tan sólo
pudiera recordar ese maravilloso sueño, creo que por primera vez me verían
sonreír, pero curiosamente nunca puedo
recordar pese a los tremendos
esfuerzos, sólo queda el sabor de algo bonito deambulando los intrincados
circuitos de mi cerebro. Y el hombre raro abrochó su chaqueta verde, tomó su
sombrero verde y salió cerrando la puerta lo más suave posible, no querría que
la extravagante mujer del lado, su vecina, se asomara a saludarlo, mirándolo de
arriba a abajo con esa voz irónica que últimamente usaba a consecuencia de
errar al clima. Qué fastidio, se dijo, y se alejó caminado a grandes zancadas hasta el paradero del bus. Allí estaban
esperando locomoción varios de sus vecinos a los que evitaba mirar. Todos ellos
poseían una mueca irónica en sus rostros y lo observaban como quien mira un
insecto. Por ese motivo trataba de disimular que los había reconocido, ¿para
qué? No iba a malgastar un saludo con
gente así, por lo que cuando el bus arribó los dejó subir y se quedó abajo a
esperar el próximo transporte. Tomó su libreta de apuntes y con su bolígrafo Parker, escribió algo, una
idea para el programa de radio.
Antes de que llegaran más vecinos, arribó el siguiente bus
y de un ligero y grácil salto se encaramó. Los pasajeros lo vieron subir y
algunos hicieron una mueca divertida al verlo vestido con colores tan chillones,
pero él como si no los viera, eso era una rutina, siempre lo miraban para bien
o para mal, por eso no se inmutó, ya estaba acostumbrado. La gente es tan rara,
se fija en cómo vistes y no se miran
cómo van vestidos ellos mismos. Ese señor con cara de dormilón se puso un par
de calcetines de diferentes colores, y ese otro tiene una boina para cubrirse
el cabello sin peinar, ah, y aquella joven no se acicaló en casa y allí va toda
compungida encrespándose las pestañas y pintándose los labios. Y no quiso mirar
más al joven universitario que trataba
de anudarse la corbata, pues le daban ganas de reír. Ah, y ese niño de no más
de dos años que se había pegado un chicle en la nariz, eso si que era muy
gracioso y su madre lo había mirado a él
como pájaro raro. Este mundo está de cabeza, se dijo, mientras se acomodaba en
un asiento libre.
El hombre raro llegó a su oficina en la radio y saludó a todos con un “buenos días América”, que
por supuesto nadie le contestó, pensaban
que andaba mal de la cabeza y que muy pronto el jefe lo despediría, pero él no
se inmutó y se fue a trabajar en lo que sería el noticiero del tiempo para ese
día, en el que la vaguada costera no dejaba ver más allá de unos tres metros a
la distancia. Seguro que cuando anuncie
que hay niebla densa y húmeda, de improviso sale el sol y arruina mi
pronóstico, se dijo con resignación.
Continuó su
trabajo concentrado en lo que diría si algo no encajaba con el clima y su
pronóstico. Pensó en buscar una nueva estrategia, sino podría perder el empleo.
Pero todos adivinaban que el encargado de la oficina meteorológica era el
responsable del pronostico diario, ese
señor que cada atardecer le anunciaba
como iría a estar el día siguiente, no le achuntaba a ninguna y nadie decía
nada, sólo a él lo culpaban por sus mala información. Debo estar vigilante de que el clima no
cambie y a mí me reclame el público por el informe errado. Claro que, no todo era
equivocado, la gente exageraba, y en especial sus compañeros de trabajo que le
subían el chisme al jefe. Un mal pronóstico de vez en cuando no le quitaría en
sueño a nadie. Lo malo era que ya lo tenían tildado de raro. Este mundo está al revés, los que realmente
son raros son ellos que siguen las reglas como si fueran crones, su vestimenta,
su forma de hablar, todo limitado, las computadoras dueñas absolutas de la
verdad. La libertad es sólo una palabra que yace en los diccionarios pero en la
vida real, no existe. Si levantas la voz en el metro, todos te miran
sorprendidos y asustados. El policía, el vigilante y los soplones camuflados de
comunes, están a la expectativa para darte un sermón lo más convincente o
llevarte directo a la comisaría si consideran que te pasaste de la raya. No
puedes olvidar las reglas sin ser tildado de extravagante para los de
dinero y para los de clase como la mía, raros.
Y siguió escribiendo su pronóstico, serían dos clases de
informes: el que le dio esa noche el señor de la oficina meteorológica y otro
que confeccionaba él, usando verbos en forma condicional, una sonrisa por fin
apareció en su rostro, mientras más allá, sus compañeros comentaban que por
primera vez lo veían sonreír. Realmente es un hombre muy, pero muy raro.