Dijo que volvería cuando cerró la
puerta de calle. Afuera, una breve
llovizna envolvía la tarde con su tenue
color gris nostálgico que llenó sus ojos de tristeza, hasta dejar libres un par
de lágrimas salobres.
Se sentó junto a la
ventana y esperó. Tal vez fue demasiado
temprano desear que él volviera, si
apenas se había alejado algunos pasos, pero era así, su espíritu presintió algo
inexplicable que invadía su ser con un pensamiento pesimista.
Y fue contando los minutos mientras el reloj
pausadamente bostezó y de vez en cuando se lamentaba por una voraz artritis que
invadía su esqueleto metálico. Y mientras pasaban los minutos y las horas, una
estrella se deslizó furtivamente en el cielo, la luna asomó la cabeza con una
melena despeinada, le faltaban algunos días para lucir su cara llena. Un
gato armó una pelea en el tejado,
primero retando a un contendor y luego con voz chillona dijo todo lo que su
corazón gatuno tenía guardado por la
gata de la esquina. Más tarde, ella continuaba con los ojos fijos en el cielo,
tratando de descubrir alguna constelación, al tiempo que el planeta Venus
le guiñó su brillante ojo.
Las sombras invadieron la
pieza y más pronto su alma. A cada ruido que escuchaba cerca de su puerta, señal de pasos
titubeantes, daba un salto de alegría, para luego, volver a sumirse en la más
profunda tristeza que le pudiera caber en su corazón. Más allá, las horas
continuaron su rutina sin detener su acompasado tic tac. Inesperadamente, dos
grillos noctívagos se trenzaron en un duelo de violín, desde un rincón a otro
se oía el monótono lamento, o tal vez era un romántico concierto, eso sólo lo sabían
los grillos que por largo rato no dejaron de tocar.
Ella languideció
adormecida por la espera, los grillos se cansaron y guardando sus preciados
instrumentos, misteriosamente desaparecieron de la pieza, el dúo de gatos tenores después de una
batahola en que se dijeron hasta fuertes improperios, callaron cuando una nube
oscura y maliciosa cubrió la cara de la
luna ahuyentando a los mininos.
Sus ojos se fueron cerrando lentamente,
acunada por los brazos mullidos del sillón que la abrazaba y
el tibio sopor del sueño.
Fueron muchos días y sus
noches de espera. Se sucedieron las estaciones, ya no le importó que algunas hojas del invierno la saludaran en su
caída o algunas flores de primavera
gentilmente le regalaran una sonrisa, los años y sus designios tampoco hicieron mella en su
esperanza. Sus cabellos se blanquearon
de tanto silencio, el rictus de sus labios no perseveró, por el contrario, se
agrietó aún más, pareciendo una mueca dibujada por un triste payaso. Sus ojos
se marchitaron por mirar tanto la calle
desierta, el deseo de verlo llegar era más poderoso que la realidad que vivía,
de ese modo se abandonó en los brazos de la demencia. Pero él nunca
llegó.
Ahora él ha vuelto, pero
en su estado astral. Falta poco para que
ella reciba el abrazo amoroso de la ansiada muerte, será un
encuentro eterno. Nada más que eso. Un
viaje sin vuelta... para dos...