El
abuelo todos los días me hablaba del dinosaurio que por las noches lo visitaba.
Yo con mi ingenuidad de niño, me regocijaba en las fabulosas narraciones que el
abuelo hacía, pero lo que más llamaba mi atención eran los cuentos del
dinosaurio y quería conocerlo, sin
embargo, el abuelo me asustaba diciendo que era muy peligroso que el animal sólo le tenía confianzas a él y eso le
había costado mucho tiempo, así que se limitaba a contarme las historias que
él le
narraba.
Pero abuelo, ¿cómo sabe hablar
ese dinosaurio? Ah, es una larga historia, porque has de saber que los
dinosaurios, tiene su propio lenguaje y a mí me costó aprenderlo después de que nos hicimos amigos.
¿Y por qué no quiere hacerse amigo mío, abuelo? Ya te dije que primero
debes hacerte conocido, y por eso yo le
estoy hablando de ti para que te vaya
aceptando, contestó. Ah pero, ¿lo puedo ver esta noche? Todavía no, Daniel, es muy pronto, yo te avisaré más
adelante, por el momento te seguiré contando sus aventuras que por cierto son
muy entretenidas.
Hubo un tiempo que el abuelo tuvo que viajar, eso fue lo que mis
padres me dijeron, pero la verdad es que él había fallecido en el hospital
justo cuando yo me había ido de vacaciones con los boys scouts. Todo sucedió
muy rápido. Lo cierto es que el cuarto del abuelo permanecía cerrado con llave
y de vez en cuando yo pasaba cerca y sentía ruidos pensando que el abuelo había
regresado, enseguida comenzaba a golpear su puerta y a llamarlo. Un día mi madre me sorprendió en eso y fue entonces que me explicó lo del fallecimiento
del abuelo.
Lloré desconsoladamente con tal
perdida. No podía dar crédito a lo que mamá contaba, insistiéndole que yo
sentía ruidos en el dormitorio. Ella con mucha paciencia abrió la puerta y me
mostró la pieza. Todo estaba igual, limpio, muy ordenado incluidos sus
libros y
aún permanecía ropa suya en el closet, pero no había nadie allí, trajiné
todo hasta debajo de la cama, mamá me miraba con pena, pero ella no sabía que
yo andaba realmente buscando al
dinosaurio. Como el cuarto estaba deshabitado, mamá dejó la llave puesta en el
cerrojo y se olvidó del asunto.
Días después estando cerca de
ese cuarto, se me ocurrió entrar y volver a curiosearlo, sólo me preocupaba que
el dinosaurio saliera y me atacara, por eso fui
a mi cuarto y me coloqué mi traje de hombre araña, con el me sentía más protegido. Regresé y me di coraje para abrir la
puerta, también llevaba un escudo y una
lanza, de una obra teatral del colegio. Entré lentamente, prendí todas las
luces a pesar de que había mucha luz de
sol. Me situé en el centro de la pieza y
llamé al dinosaurio, lo llamé muchas veces, hasta que me aburrí y salí
decepcionado, pensando que nunca podría
ser mi amigo.
Esa noche un ruido me despertó, toda la casa estaba en penumbras y
sentí unos pasos que se arrastraban por mi pieza, me aterré, podría ser un ladrón y me quedé
paralizado haciéndome el dormido.
Luego escuché un pequeño
silbido y abrí lentamente los ojos, y lo vi en medio de la pieza, me senté
rápido en la cama esperando lo peor, pero no pasó
nada, no me atacó, por el contrario, lo vi muy
triste, se secaba las lágrimas con un pañuelo de mi difunto abuelo, sollozaba
tanto que me dieron ganas de llorar también. ¿Eres tú el dinosaurio amigo de mi
abuelo?, le pregunté en un susurro. Y él afirmó con su cabeza, luego se vino a
sentar cerca de mi cama, tenía hermoso colores
tornasoles que iluminaban el cuarto. Más tarde me contó que el abuelo le
había hablado mucho sobre mí y que venía a hacerse mi amigo y a contarme
aventuras que le sucedían en su mundo de dinosaurios.
Esto me puso muy contento, dijo que vendría cada noche a visitarme. Me
dormí plácidamente; al día siguiente le
conté a mi mamá y hermanos sobre el dinosaurio, y todos se pusieron a reír. ¡Daniel anda con
los mismos cuentos del abuelo! dijeron mis hermanos. Nadie me creyó, pero igual,
el dinosaurio viene por las noches y me cuenta historias muy entretenidas.
Ahora somos muy amigos.