Hoy comencé a
despedirme. Le dije adiós a mis bailes juveniles. A las zambullidas en la
playa. A largas tertulias cruzando la noche.
Guardé prolijamente mis libros y acaricié sus páginas, sobre todo a los
que tanto amo.
Pasé
horas inspeccionando mi ropa, esta si, esta no, separándoles unas de otras por sus encantos. Qué terrible se me hizo
despedirme de ellas, aún me gustaban mucho. Demoré más de lo que pensé que duraría
ese proceso.
Luego
le tocó a mis zapatos. Qué nostalgia había en ellos, tacos altos que me hacían
ver más esbelta, ya no los usaré nunca más, me dije, y los separé en señal de despedida.
Más
tarde fueron los álbumes de fotos, viejos libracos polvorientos que ya nadie visita, en sus horas de tedio. Basta
de lloriqueo, tantos momentos idos que no volverán, son sólo recuerdos, nada más,
¿a quién le importarán cuando me vaya?
Empecé mirar a
mi alrededor, todo se me hacía
extraño, despegado de toda relación, como si nunca hubiera tenido algún sentimiento
por esas ventanas, puertas y paredes que me vieron transitar sus rincones cada día de cada año.
¿Qué tormento, caminó sin descanso sus deberes? ¿Cómo enumerar tantos sucesos?
La
ventana comenzó a sollozar con lentas lágrimas anunciando la llegada de algo
ineludible, tranquila, le dije con el pensamiento, desde ahora debemos
serenarnos y disfrutar el tiempo que nos queda. Abrí sus cortinas y la
dejé contemplar el paisaje.
Ya
no queda mucho, musitó el viejo reloj de pared, marcando las horas sin regreso a
pesar de su carraspera y de una tos que lo sacudía por momentos. Todo estaba
listo, no queda más que esperar, supuse, asomada al umbral de la puerta por el tren que
sólo pasa una vez en la vida, y otra vez en la muerte. Pensé que es triste no
tener más tiempo, imaginando todas las cosas dejadas por hacer, proyectos deshojados en el aire se los llevará el
viento sin protestar. Así llegó la noche estrellada en su inmensidad, tal vez
no era mi día, me dije, del tren, sólo vi una humareda a lo lejos, perdida en
el horizonte de otro viajero. Realmente, no era mi día. Mañana seguiré
despidiéndome de las cosas materiales que me han aferrado tanto a la tierra,
deshaciéndome de ellas, quizás, aliviane mis convulsionados sueños.