Me mira,
me sigue con la mirada.
Sus ojos no se apartan de mi rostro, de mi figura
y me voy sonrojando
temerosa, cohibida, me hago pequeña,
tan minúscula que desaparezco
en la estancia
y ahora sólo soy una lágrima en sus ojos.
Me busca, tiene una mirada de ternura,
me hace titubear y quizás logre su objetivo.
Pero me he reducido a la nada,
vago bajo la protección del tiempo
y en ese estado me siento confortable.
Sin embargo, él no cesa de buscarme,
mira a través de mis pensamientos,
penetra en mis sueños, mis secretos,
sigue en su afán de encontrarme y me desnuda
de toda protección, me deja a la intemperie,
cubierta de lluvia, de palabras osadas
tocan mi piel, acarician mi espalda,
susurros intimidantes, invaden
mis oídos,
reclaman algo, no lo entiendo
y nuevamente me voy haciendo
minúscula,
hasta desaparecer de su vista,
de sus palabras,
de sus caricias.
Ahora desde mi rincón lo observo
va y viene por la habitación,
llama mi nombre, ilumina con su mirada
y no me encuentra.
Lo escucho sollozar, ya nada es
un juego,
una nube de dolor lo envuelve,
lo transporta fuera de mi
alcance.
Hay una concupiscencia inaudita,
me impulsa a descubrirme, a desear su mirada
auscultando mi entorno.
Entonces me rebelo, muestro mi escondite,
le llamo suavemente y seco sus lágrimas,
beso sus ojos, lo acaricio.
Le pido amorosamente, no me mire,
cierre sus ojos, hasta que mi cuerpo se acostumbre
a su amada presencia.
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